UN PAJARO DE GUERRA, POR MAX ERNST

Cuando estalla la guerra, Max Ernst había estudiado historia del arte, filosofía y psiquiatría en la Universidad de Bonn, emprendiendo también su carrera como artista. Pero se enrola para batallar en el frente alemán, siendo herido por la esquirla de una bomba. Tras esta experiencia, se une al movimiento artístico dadaísta, creado por Hugo Ball y Tristan Tzara, como una forma de constatar el fracaso de la civilización.

En época de guerra, el canto del ruiseñor es sustituido por el silbido de las bombas que caen sobre los techos de las casas, destruyendo los recuerdos serenos de infancia que se transforman y resurgen como pesadillas. En este fotomontaje de 1920, Max Ernst compone la imagen de un ser espectral a partir de fotografías y recortes: una bomba hace de cuerpo, los delicados brazos de una bailarina, un ojo femenino, una cola hecha a partir de un pañuelo arrugado y un abanico que adorna la cabeza. Este “ruiseñor chino”, tendido verticalmente sobre un pasto, rememora la fábula de Hans Christian Andersen, en la que un emperador chino desea gozar indefinidamente del canto de un ruiseñor, obligándolo a vivir en su palacio. No obstante, como esta ave no puede cantar en cautiverio, el emperador lo sustituye por un pájaro autómata, cuyo canto, sin embargo, no tiene el mismo efecto del auténtico ruiseñor. Finalmente, el emperador debe conformarse con el canto esporádico, pero libre, del ruiseñor real. La fábula es un recordatorio de que la auténtica belleza sólo se puede vivir en libertad, y que nunca podrá ser sustituida por las máquinas.

La guerra, en cambio, supone todo lo contrario: la supresión de la libertad dejada a manos de la tecnología. En ese sentido, la Primera Guerra Mundial es conocida por ser la instancia en que comenzaron a utilizarse armas de exterminación masiva, constituyendo el despliegue de una tecnología militar impulsada por los avances de la industrialización. Sin embargo, toda esa experticia producida a partir del desarrollo tecnológico, fruto de un supuesto progreso de la civilización europea, conllevaría a la constatación del lado más terrorífico de la humanidad.

 

La figura del pájaro, símbolo recurrente en la obra del artista, se convierte en una sublimación del monstruo de la guerra.

Cuando estalla la guerra, Max Ernst había estudiado historia del arte, filosofía y psiquiatría en la Universidad de Bonn, emprendiendo también su carrera como artista. Pero se enrola para batallar en el frente alemán, siendo herido por la esquirla de una bomba. Tras esta experiencia, se une al movimiento artístico dadaísta, creado por Hugo Ball y Tristan Tzara, como una forma de constatar el fracaso de la civilización. Fundado en 1916, el dadaísmo utiliza un lenguaje nihilista y satírico para enfrentar la realidad y cuestionar el sistema de arte vigente. Una de las características de este movimiento sería producir escenarios a partir del azar, el automatismo y el juego, apropiándose de conceptos y metodologías adoptadas por la psicología para elucidar el inconsciente. Gracias a sus intereses y a su formación interdisciplinar, Ernst se convertiría en uno de los grandes exponentes de este movimiento, cruzando el puente con el surrealismo hacia los años ‘30. No sólo domina la técnica del fotomontaje -una de las favoritas del dadaísmo- sino que además innova en nuevas formas de expresión, en las que las imágenes creadas a partir de asociaciones libres evocan formas que hacen aflorar el lado irracional y oculto de la psique.

Max Ernst (1891-1976)

El ruiseñor chino de 1920 aglutina el impacto psicológico de la guerra con los recuerdos de su infancia, a partir de la imagen de un ave aparentemente seductora, que termina siendo
un arma de exterminio. Desde entonces, la figura del pájaro se transforma para Ernst en una suerte de símbolo totémico que lo acompañaría por el resto de su vida. Basándose en los imaginarios arquetípicos y mitológicos del ave, que se conectan con experiencias visionarias y chamánicas del “vuelo mágico”, el artista emprende un viaje más bien místico, donde el fotomontaje se convierte en una sublimación del monstruo de la guerra.

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