Pintura en clave histórica

El morbo de observar lo grotesco

“Duelo a garrotazos” de Francisco de Goya puede leerse como un reflejo de una España dividida, la cual propicia una atmósfera idónea para explorar el lado más oscuro de la naturaleza humana; el conflicto ideológico como un escenario salvaje, una jungla donde se abandona toda racionalidad en pos de defender las creencias propias.

Hierba amarillenta, seca, y barro. Al fondo, montañas verdosas y cafés, coronadas por un cielo celeste, que apenas se cuela entre las nubes que se imponen sobre el paisaje de colores ocre. En la esquina izquierda, dos figuras humanas, cada una sostiene en una de sus manos un arma de madera. A uno de ellos le corre sangre por la cara, el cuello y el pecho, aunque al mirarlo más de cerca, las marcas rojas parecen manchas descuidadas, pintura aplicada a la rápida. Los rostros de los hombres, o lo que se alcanza a ver de ellos, no son muy distintos; hay algo caricaturesco en sus líneas que hace que sus facciones estén a medio camino entre lo humano y lo animal. La escena descrita corresponde a Duelo a garrotazos de Francisco de Goya, parte de la serie Pinturas negras, dentro de las cuales también destacan Saturno devorándose a su hijo y Judit y Holofernes, que el artista español trabajó entre 1819 y 1823 (aunque la fecha exacta no ha sido determinada) para decorar su casa en las afueras de Madrid. Originalmente pintadas directamente sobre los muros, las obras fueron trasladadas a lienzo en 1874 y eventualmente donadas al Estado español, que las alojó en el Museo del Prado, donde se exhiben actualmente.

Inicialmente entrenado por un neoclasicista, con el paso de los años Goya fue abandonando la rigidez estilística y las directrices morales del movimiento para avocarse a explorar la condición humana, exaltando sus aspectos menos atractivos. De este modo, la crueldad, la miseria y la ignorancia se vuelven constantes en la obra del artista aragonés. Duelo a garrotazos no es una excepción. La violencia del enfrentamiento entre ambos personajes, enmarcada en una composición descentrada y presentada en líneas simples y trazos sueltos, junto con la paleta oscura y reducida, no deja de ser grotesca. Aquí, la belleza ya no es una preocupación central, pero bajo ninguna circunstancia eso hace la obra menos cautivadora, sino que, por el contrario, le otorga un misterio que bordea en el morbo y que, como espectadores, nos mantiene absortos en la escena: ¿quiénes son estos personajes?, ¿por qué se están enfrentando?, ¿qué los posee en ese preciso momento? Al mirar sus rostros, uno puede descartar la rabia, que contradice el contexto en el cual nos enfrentamos a ellos; pareciera ser más bien hastío y desilusión lo que los impregna.

Al abordar los antecedentes que dan pie a la producción de este conjunto, distintos historiadores del arte plantean que las circunstancias personales de Goya, particularmente su deteriorada salud (documentada en su autorretrato de 1820 “Goya a su médico Arrieta”), son un factor a considerar para entender esa paleta oscura a la que recurre en todas las obras, apelando a una época lúgubre y cercana a la muerte. Sin embargo, también se ha planteado que el contexto político de España durante comienzos del siglo XIX, y las convicciones del mismo artista, no se pueden descartar. Tal como comenta Priscilla Müller, estudiosa del arte español, la patria de Goya es una fracturada por las posiciones absolutistas y las liberales, un enfrentamiento que en 1820 deriva en el primer (y corto) gobierno liberal, hasta que, en 1823, se restablece la monarquía en un proceso marcado por la violencia. Bajo esta perspectiva, el Duelo a garrotazos puede leerse como un reflejo, y en cierto grado, como una metáfora, de esa nación dividida, la cual propicia una atmósfera idónea para explorar el lado más oscuro de la naturaleza humana; el conflicto ideológico como un escenario salvaje, una jungla donde se abandona toda racionalidad en pos de defender las creencias propias, y que como espectadores miramos absortos, capturados por el morbo de ver todo esto desde afuera, pero que resuena precisamente por lo cercano que se vuelve.

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