MÚSICA BAJO FUEGO CRUZADO

Más de 75 años después del estreno de “Leningrado” y los pianos Steinway & Sons lanzados en paracaídas al ejército norteamericano, la música vuelve a cumplir su rol insustituible frente a las atrocidades de la guerra. Tras la invasión rusa, el gobierno de Ucrania ha habilitado diversos espacios que se han convertido tanto en albergues como en improvisadas salas de conciertos.

El 14 de febrero de 1943, el ejército de Estados Unidos se enfrentaba, con desastrosas consecuencias, a las tropas alemanas en la Batalla del paso de Kasserine. Más de 6.500 soldados americanos, sumados a otros 4.000 ingleses, murieron, fueron gravemente heridos o tomados prisioneros. Ese mismo año, en un intento por levantar la moral seriamente disminuida, el gobierno estadounidense dispuso una flota de bombarderos Boeing B-17 a la tarea de lanzar, mediante paracaídas, pianos a sus tropas repartidas en distintos lugares. Y aunque el acuerdo entre el gobierno y Steinway & Sons -empresa encargada del diseño de estos pianos- se había llevado a cabo en 1941, no fue sino hasta 1943 que se comenzaron a arrojar estas piezas, cuyo total se cifra en cerca de 2.500 instrumentos. Durante el mismo período en que el gobierno norteamericano hacía esfuerzos por levantar la moral de sus tropas con música, en 1942 el compositor ruso Dimitri Shostakovich estrenaba su Sinfonía No. 7 Leningrado, cuya interpretación fue antecedida por un discurso del mismo compositor transmitido por radio nacional e internacionalmente: “La guerra que libramos contra Hitler es eminentemente justa […] Dedico mi Sinfonía No. 7 a nuestra lucha contra el fascismo, a nuestra próxima victoria sobre el enemigo y a mi ciudad natal, Leningrado”. Tanto el discurso de Shostakovich como la fuerza de su obra generó una respuesta inmediata no sólo por parte de sus compatriotas, sino que, asimismo, a nivel internacional, transformando su sinfonía en un símbolo contra las atrocidades de la guerra. Tiempo después, en sus memorias, el compositor habría de matizar el carácter nacionalista atribuido a su obra y su supuesta simpatía por Stalin, señalando lo siguiente: “En realidad, no tengo nada en contra de llamar Leningrado a mi Séptima Sinfonía, pero no se trata de Leningrado bajo asedio (nazi), se trata de Leningrado que Stalin destruyó y que Hitler remató. La mayoría de mis sinfonías son lápidas. Muchos de nuestros compatriotas morían y eran enterrados en lugares desconocidos para todos, incluso para sus parientes […] Dedico mi música a todos ellos”.

 

Hoy, más de 75 años después del estreno de Leningrado y los pianos Steinway & Sons, la música vuelve a cumplir su rol insustituible frente a las atrocidades de la guerra. Tras la invasión rusa, el gobierno de Ucrania se ha visto en la necesidad de habilitar espacios para refugiar a su población, lugares que se han convertido tanto en albergues como en improvisadas salas de conciertos en las cuales la música es concebida como un elemento de resistencia. De ello da cuenta la historia de Vera Lytovchenko, primer violín de la Orquesta de Kharkiv, cuyos videos interpretando obras de Tchaikovsky, Vivaldi y melodías populares de Ucrania, desde el sótano derruido de su refugio, se han transformado en emblema de ese resistir musical. Para Lytovchenko, como consigna The Moscow Times, “la música tiene poder, y los músicos ucranianos ahora son soldados en su campo de batalla”.

El resurgimiento de aquel interés por estudiar el fenómeno musical desde la filosofía, y fundamentalmente desde la ética, puede ser explicado por casos como el de Shostakovich, Lytovchenko u otros similares, y es que, como señala Martha Nussbaum en su obra Upheavals of Thought: The Intelligence of Emotions, la música opera como una herramienta fundamental para la movilización de diversas emociones y para hacernos conscientes de la vulnerabilidad humana, algo que nos permite establecer relaciones de una manera distinta y siempre desde el reconocimiento de la humanidad compartida. Este es, precisamente, el espíritu de la batalla emprendida por Lytovchenko, quien no hace otra cosa que dar vida a las reflexiones de Nussbaum. Es que en medio de las muertes y la destrucción que la invasión rusa a Ucrania ha dejado tras de sí, la música, para ella, “permite que la paz vuelva poco a poco a nuestros corazones”. Tal vez Ariana Phillips-Hutton y Nanette Nielsen tengan razón, y gran parte de la fuerza moral de la música radique precisamente en la ayuda que ella nos brinda para comprender la condición humana, tanto en nosotros mismos como en los demás.

Compartir
Hashtag

Relacionadas