UN SIGLO DESPUÉS DE SU NACIMIENTO

Las huellas de Italo Calvino frente a una multitud de pantallas

A 100 años del nacimiento del pensador italiano aún resuena su legado como escritor e intelectual, pese a que son tiempos en que los libros aguardan cerrados y en silencio su turno en medio de un ecosistema de pantallas. Es que Calvino tiende un puente entre los clásicos y la narrativa actual. Su obra póstuma “Seis propuestas para un nuevo milenio” parece mostrar un camino.

Los aniversarios y onomásticos entrañan, a su modo, una suerte de presión interna para el personaje que recordamos. Tras 50 o 100 años debe haber algo que quede, un legado, al menos una huella sobre la cual calzar nuestra propia horma. Un imperativo del arte, la cultura y el mundo intelectual en general: quien no ha pensado, o escrito o dicho algo rotundo, resonante y comprometido deja, como dice Virgilio a Dante, “tal vestigio en la tierra de sí (…) / cual humo en aire o en agua la espuma” (“Infierno”, XXIV). A 100 años del nacimiento de Italo Calvino (Cuba, 1923-Siena, 1985), es inevitable pensar en su resonancia como escritor e intelectual; más aún en un siglo en que los libros aguardan cerrados y en silencio su turno en una pléyade de pantallas.

Lo curioso es que, precisamente, en ese escenario que parece tan adverso para las letras, Calvino ha dejado una huella, pero la de un camino. Uno que une los clásicos y su pensamiento destilado, reposado, con el fárrago de las pantallas y los discursos portátiles. Cuando parece que hay que dejar atrás una tradición para abrir espacio a otra, tras volver la vista a algunos libros pensados en el borde del milenio podemos hallar puentes y continuidades. En este sentido, y a partir de su póstuma “Seis propuestas para el nuevo milenio” (1988), se pueden dibujar algunos trazos que podrían dar cuenta de los alcances y proyecciones de la huella de ese camino que ha dejado el pensamiento y obra de Calvino.

Las conferencias que iba a presentar en Harvard en los años ‘80 se enfocaban en lo que él creía que podría o debía ser la literatura y tal vez la narrativa de la “era tecnológica llamada postindustrial”: “Mi fe en el futuro de la literatura consiste en saber que hay cosas que sólo la literatura, con sus medios específicos, puede dar” (“Seis propuestas”, 1988). Ya en la segunda década de ese milenio que Calvino avizoraba, insertos como estamos en el ecosistema de pantallas del que habla Albarello (2019), podemos constatar que esas propuestas de Calvino encuentran cruces interesantes entre los clásicos y la narrativa que hoy nos cruzamos en toda suerte de formatos, plataformas y medios.

Lo leve se entiende principalmente como la evasión de lo grave, lo pesado y esclerosado. En sí, es manifestación de lo indirecto, lo delicado y sutil: “Salvarnos en lo que es más frágil”. En su ensayo, Calvino refiere a extractos de “Metamorfosis” de Ovidio para explicar, por medio de la Gorgona Medusa -aquella monstruosa criatura que convertía en piedra con su mirada-, de qué modo aquello que es grave y pesado como las constricciones sociales y políticas (que nos petrifican) se opone a la vivacidad y movilidad de la inteligencia. De este modo, podemos hallar trazas de esa misma levedad -nacida de las construcciones ovidianas- en obras que citan a otras, saltando ágilmente de una referencia a otra en un repertorio veloz y dinámico como el que se despliega en la serie animada “Gumball”, o la galería de miradas oblicuas que es la obra de Enrique Vila-Matas, que transforma un tratado sobre la epistemología del arte contemporáneo en un paseo walseriano por Kassel.

Por otro lado, Calvino habla de la Velocidad. Se refiere a ella desde el contrapunto de las figuras míticas de Vulcano y Mercurio, ambos hijos del mismo Padre (Júpiter), que ha derrotado al Tiempo (Cronos). Por ello, tiene mucho sentido que representen dos tiempos distintos: por un lado, el de la planificación, desarrollo, la cocción lenta; y por otro, la ejecución y lo instantáneo. Para hablar de este contraste e integración refiere una hermosa leyenda de Carlomagno, enamorado del lago Constanza por el efecto mágico de un anillo, dando cuenta de la economía y ritmo de los folk-tales. Más decisivo es su segundo ejemplo: el cuento chino del artista que espera 10 años para hacer, en un solo trazo y en un instante, el dibujo más perfecto de un cangrejo. En nuestro siglo, podemos ver esas condensaciones a través de las estructuras de la talla o el chiste en “Pelusa Baby”, de Constanza Gutiérrez, o en el sofisticado juego de velocidades, pesos y levedades en “Nuestra parte de noche”, de Mariana Enríquez.

La Exactitud viene como una invectiva contra la tibieza con que tratamos las palabras, al contentarnos con una expresión vaga del pensamiento. La precisión, el trabajo de corrección como si la gramática y la sintaxis fueran una gubia que elimina lo que sobra, como en la novela “Bonsai” de Zambra. Acá está el interés por las simetrías y la forma de Calvino, plasmado en muchas de sus obras de la fase oulipiana, prolífera en experimentos como “Si una noche de invierno un viajero”, una serie de iteraciones sobre el comienzo de una novela, o “El castillo de los destinos cruzados”, una obra que se articula a partir de tiradas de cartas del tarot. Lo inconcluso y el proceso, pues, emergen como reafirmaciones de la necesidad y el valor de la precisión, como lo hacen Paulina Flores, o Romina Reyes, o Alejandra Costamagna. En palabras del propio Calvino: “Acercarse a las cosas (presentes o ausentes) con discreción y atención y cautela, con el respeto hacia aquello que las cosas (presentes o ausentes) comunican sin palabras”.

La propuesta de la visibilidad apunta a la imaginación; a nuestra capacidad de traer ficción al mundo por medio de imágenes, cuyo origen Dante atribuía escolásticamente al mismísimo Dios. “Llovió después en la alta fantasía”, nos lo parafrasea Calvino. Y pronto se pregunta si acaso en este siglo de las imágenes prefabricadas perderemos la capacidad de advertir esa lluvia, o si sólo acabará en gotas anodinas en nuestras solapas. Por eso llama a educar la imaginación, a que podamos leer las imágenes para sintetizar ideas nuevas, abrir caminos por medio de la ficción. En su conferencia nunca dictada, Calvino planteó como posibilidad una salida paródica o irónica que se sirva de imágenes de la tradición y los mass media, como hace Agustín Fernández Mallo en su obra, que incluso se sirve de ilustraciones y fotografías para cruzar el discurso científico con el imaginativo; del mismo modo, Labatut con su “Un verdor terrible” hace otro tanto tejiendo imágenes terribles con las fibras de la ciencia, la historia y la ficción.

Comentemos, por último, la multiplicidad. Esta idea es, tal vez, la más fácilmente identificable con cómo ha devenido el modo de contar historias conforme transcurre el siglo XXI: no es solamente un libro, o un relato al calor de una fogata, son películas, historietas, series, retazos de historias en redes sociales y feeds de foros en internet; son fanfics, juguetes, cosplays y toda suerte de reescrituras que se integran y convergen en una sola gran narrativa en expansión y rebosante de vida, como lo planteó Jenkins en su también profético “Convergence Culture”. Pero no es sólo el dominio narrativo de los grandes grupos que dominan las plataformas de streaming, como Disney, sino también escritoras y escritores que publican y, a la par, construyen líneas paralelas en las redes sociales para atraer a sus lectores, iluminarles el camino hacia su trabajo.

En suma, las propuestas de Calvino son lineamientos críticos para no perder el rumbo como lectores en un siglo XXI que se nos abrió como una selva de pantallas, interactivos y un naciente y ya desarrollado ecosistema que parece dejar al libro y a los clásicos en una orilla. Pero no es así: hay obras -aún en los portales de streaming, en los multicines, en Instagram- que tiran de ese hilo de Ariadna, y se hacen conscientes de lo leve, veloz, múltiple, visible, exacto. De ese otro hilo -acaso de plata- que nos ata a obras como “La Odisea”, “Metamorfosis”, “La Divina Comedia” o “El Decamerón”. A fin de cuentas, vamos contando una y otra vez la misma historia; nuestra voz cambia, pero no el tono ni su relevancia.

Calvino, por medio de su prolífica producción (variada, experimental, militante de los clásicos, pero también política), quiso reflejar esos destellos que avizoraba con optimismo en el borde de su siglo, de camino al nuestro. Su llamado es a leer con esa ligereza, para saltarnos densidades demagogas, aferradas a una tradición pétrea como tocada por la vista de medusa; con la multiplicidad de nuestra floreciente naturaleza evasiva, veloz y dinámica del scrolling y del lenguaje de los reels o los tiktok, pero con un ojo muy atento a lo preciso, al gesto sutil, la mirada indirecta. Hablamos siempre a través de las cosas, desde que se inventó la escritura. Debemos aprender a leer desde las cosas, no tanto para levantar un velo, sino para ponderar la factura, el tejido, la costura de esa prenda que enmarca ese rostro que nunca envejece del alma de lo humano.

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