LAS DOS SUSAN SONTAG

La escritora, cineasta, crítica cultural y filósofa estadounidense se definió a sí misma como “un primer borrador”, como la persona que se hace cargo de aquella otra que reescribe borradores y sólo puede existir en la escritura. En este desdoblamiento, Sontag se presentó como una “sirviente de su trabajo”, marcando un distanciamiento entre ella, la figura pública que habla, y su obra.

«Mi trabajo es mucho más inteligente de lo que lo soy yo”, dice la escritora, cineasta, crítica cultural y filósofa estadounidense Susan Sontag (1993-2004) mientras habla en el marco de la Living Literacies Conference, realizada en la York University en Toronto, Canadá, en 2002. Su comentario recibe como respuesta las carcajadas de la audiencia. Lo que hace Sontag podría ser entendido como un gesto de (falsa) humildad, muy común en las escritoras del siglo XX; sin embargo, en este caso, me parece que no funciona así. Una de sus características fue su seguridad y la convicción en su quehacer que le permitieron criticar e incluso increpar tanto a figuras consagradas de la teoría literaria y cultural como Georg Lukács y Theodor Adorno, de la escuela marxista, como a los jefes de Estado de su propio país.

Esa afirmación invita a trasladar el foco desde la figura de la autora, que para muchos fue una rock star de la intelectualidad norteamericana de la segunda mitad del siglo XX, a lo que ella considera lo más importante: su trabajo, su obra. Después de las risas, ella continúa explicando que su método de escritura consiste en reescribir, reescribir y reescribir y añade que, entre el inicio de su escritura y la versión final de su trabajo, median muchísimos borradores.

Aunque no lo dice explícitamente, mientras se sigue borrando en su discurso para destacar su trabajo, robustece la idea de que el texto conforma su propia existencia, adquiere autonomía y sigue su propio camino. Es así que la autora se define como “un primer borrador”, como la persona que se hace cargo de aquella otra que reescribe esos borradores y que sólo puede existir en la escritura. En este desdoblamiento -gesto que repite en otras ocasiones- Sontag se presenta como una “sirviente de su trabajo”. Al explicar el método de creación, entonces, marca un distanciamiento entre ella, la figura pública que habla, y su obra (“es un largo y complicado viaje”, dice la autora).

Por último, en esos minutos que preludian el tema central de su charla, la “alfabetización moderna”, añade que la literatura es una “vocación moral”. Más que intentar desenredar la presentación que la autora hace de sí misma, destacaría las razones que ella misma entrega en esa explicación del porqué debemos seguir leyéndola, a 90 años de su nacimiento.

En la obra de Sontag subyace una responsabilidad con “decir la verdad” -más no de apropiársela-, según expresó en otro momento al recibir el Premio Jerusalén en 2001. En sus palabras, el trabajo del escritor es “hacernos ver el mundo como es, lleno de muchas y diferentes demandas y partes y experiencias”. Un par de años más tarde, al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (2003), señaló que la literatura “(d)esempeña una función esencial (…) en la ampliación y ahondamiento de nuestras simpatías y nuestras sensibilidades hacia otros seres humanos (…)”.

A partir de lo anterior, “Regarding the Pain of Others” (Ante el dolor de los demás, 2003), último libro publicado en vida, sería una de las lecturas más urgentes y necesarias, cuando la violencia y los conflictos armados persisten con fuerza y la amenaza de una Tercera Guerra Mundial a veces no parece tan lejana. “Regarding the Pain of Others” extiende un trabajo de reflexión sobre los usos de la fotografía y las imágenes iniciado décadas antes con su libro “On Photography” (Sobre la fotografía, 1977), cuando la fotografía todavía no entraba del todo al ámbito de las artes. En ese sentido Sontag, junto con otros críticos culturales como John Berger y Roland Barthes, abría la puerta a varias manifestaciones que con el paso de los años entrarían al repertorio de la cultura y del arte, dejando atrás las distinciones entre baja y alta cultura, o arte y cultura de masas.

Sin embargo, en este segundo libro, junto con revisitar, discutir e incluso cuestionar las ideas vertidas en el primero, cobra un lugar central la fotografía y las imágenes de guerra con una perspectiva histórica, el retrato del horror y los potenciales efectos en quienes observamos esas imágenes. Ofrece, entonces, una reflexión profunda sobre la supuesta transparencia de la fotografía -asunto ya cuestionado en su primer libro- y las implicancias de la exhibición de la violencia a medida que se establecen preguntas por la construcción de la otredad y la persistencia de la compasión.

Es así que la crítica tomaba desde otro ángulo, desde la imagen, lo que también había experimentado in situ. La relación de Sontag, en tanto productora cultural, con los conflictos armados y la guerra comienza el año 1968 cuando acepta visitar Hanoi, capital de Vietnam, invitada por el Viet Cong. A partir de esa experiencia escribe “Viaje a Hanoi”, que fue publicado como parte de su libro “Styles of Radical Will” (Estilos radicales, 1969), donde mezcla el diario de viaje, la crónica y el testimonio. Como cineasta, Sontag también observó la guerra de cerca: para su película “La tierra prometida” (1974) filmó a las tropas israelíes en la Guerra de Medio Oriente y en 1993 viajó a Sarajevo, en pleno conflicto civil armado, para producir y estrenar con el apoyo de la comunidad que estaba siendo asediada la obra “Esperando a Godot”, de Samuel Beckett. Estas experiencias complejizan los medios por los que, quizás, esa Sontag que se identifica en la versión de “un primer borrador” entreteje preliminarmente el arte, la estética, la verdad y la política.

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