EL MUNDO DE KATHERINE MANSFIELD

Este año se cumple un siglo de la muerte de la escritora neozelandesa que rompió cánones de su época y que fue admirada por Virginia Woolf -con quien mantuvo una tensa rivalidad- por su profunda inteligencia y sensibilidad plasmadas en la narración de lo cotidiano.

Es probable que al oír acerca de una escritora que publicó en inglés a principio del siglo XX, contrajo matrimonio con quien fuera su editor, tuvo una vida poco convencional, manteniendo relaciones amorosas simultáneas con hombres y mujeres, y narró secretos profundos de la clase media cultivada, pensemos inmediatamente en Virginia Woolf. Sin embargo, hubo otra mujer, contemporánea y, según dicen, amiga y rival a la vez de Woolf, que hizo todo lo anterior y mucho más. Su nombre es Kathleen Beauchamp, más conocida por su seudónimo de Katherine Mansfield.

Mansfield no nació en Londres, como Woolf, sino en Wellington, Nueva Zelanda. Su padre, nombrado caballero, llegó a ser el presidente del Banco de dicho país, pero a Katherine eso le importó poco. Curiosa e inquieta, persistió para conseguir el permiso paterno y embarcarse a Londres, donde se matriculó nada menos que en el Queen’s College de Oxford, convirtiéndose este hecho en la antesala de un camino totalmente opuesto al que habían deseado para ella sus progenitores. Escapes, un aborto, matrimonios precipitados que no duraron más de un par de semanas, separaciones y divorcios, un romance con la señora de su jefe, gonorrea, y una relación con su amante, la escritora Ida Baker, que mantuvo hasta el final de su vida, son sólo una breve sinopsis de la alocada vida de esta poeta y narradora de relatos cortos, en un contexto en que menos de una centésima de todo lo recién nombrado habría sido suficiente para causar un escándalo colosal.

Los apresurados 34 años de vida de esta autora, quien murió a esa edad en 1923, fueron suficientes para que pudiera dejar a la posteridad cinco colecciones de relatos y un libro de poemas, a lo que se suman su diario íntimo y sus cartas, siendo algunas de estas obras publicadas de manera póstuma por su último esposo, el británico John Middleton Murray, escritor y reconocido crítico literario. Como parangón, se encuentra Woolf, quien también fue protagonista de experiencias poco convencionales para la época, como su relación lésbica con Vita Sackville-West y su participación en el círculo de Bloomsbury, pero en casi el doble de años que sobrevivió a Mansfield no pudo equiparar el estilo bohemio de esta última.

 

¿Por qué me refiero a Virginia Woolf si pretendo hacerlo sobre Katherine Mansfield? Porque, por lo general, la crítica ha estudiado a Mansfield de este modo, es decir, comparándola con Woolf, y la ha definido como su rival. En estudios recientes, no obstante, la relación tensa, que efectivamente tuvieron ambas, ha empezado a entenderse desde una perspectiva positiva, es decir, como un motor de superación para cada narradora y como un espacio único para conocer realmente a una y otra autora. Así, a pesar del éxito del tercer libro de Mansfield, titulado Por favor (1920), fueron pocos los que comprendieron verdaderamente la obra y afán de esta escritora en su época. Dentro de ese grupo mínimo se encontraba Woolf, quien, entre la envidia y admiración, fue quizás la única capaz de vislumbrar la mente terriblemente sensible de Mansfield. Woolf afirmó tras la muerte de su par y después de acceder al diario de esta última, que “pocos han sentido con mayor seriedad que ella [que Mansfield] la importancia de escribir” (New York Herald Tribune, 18 de septiembre, 1927). Luego confesó que ya no tenía ningún sentido para ella escribir si no podía contar con Mansfield como lectora.

Si queremos hacernos una idea de la obra de Katherine Mansfield, no sólo debemos leer sus cuentos y poemas, sino también su diario y, sobre todo, sus cartas. Justamente, uno de los componentes más sensibles y lúcidos de su carácter y escritura aparece en el intercambio epistolar que mantuvo con Woolf. Es quizás en esa simbiosis narrativa de amistad y enemistad entre ambas, que se puede palpar la fibra particular que hace única a Mansfield. Si bien, al igual que Woolf, la neozelandesa criticó el esnobismo de la clase acomodada de principios del 1900, a la luz de su diario y sus cartas, es posible comprender que esta última exploró lo que había bajo ese bienestar, conduciendo al lector hacia el horror, lo oscuro y lo violento, al espanto y la pobreza, de un modo que la acercan, pero al mismo tiempo, la apartan de la autora de Mrs. Dalloway y Al faro.

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