La gentileza como arma política

En la Historia de la Guerra del Peloponeso, Tucídides desarrolla la compleja dinámica de poderes que supone un enfrentamiento o guerra. Su análisis, aplicado al conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, sostiene que para el más fuerte el “no-ganar” significa perder; en cambio, para el débil, no ser derrotado es una victoria.

La adoración de la fuerza proyecta- da, como si fuese un becerro de oro, ha caracterizado gran parte de la imagen política de Putin. Tanto con sus exhibiciones de judo y los memes que lo muestran sobre un oso, como con la exposición de las armas rusas en desfiles y en distintos teatros de guerra, el primer dirigente ruso ha tratado obsesiva- mente de proyectar una imagen de fuerza viril, esperando de esta forma conseguir sus objetivos estratégicos, imponiéndose sobre los más débiles.

El diálogo de Melos, uno de los pasajes más famosos de la Historia de la Guerra del Peloponeso, de Tucídides, parece coincidir con esta idea, ya que habitualmente se traduce como “los fuer- tes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben”. Sin embargo, esta traducción es incorrecta. Para comprender lo que plantea el autor ateniense hay que atender el conjunto de la frase: “si el derecho interviene en las apreciaciones humanas para ins- pirar un juicio cuando las presiones son equivalentes, lo posible, en cambio, regula la acción de los más fuertes y la aceptación de los débiles”. La idea de Tucídides es por lo tanto bastante más compleja. En primer lugar, el débil no se limita a sufrir a causa de una fuerza ajena a él. En cambio, es un agente que, si bien debe aceptar su inferioridad, esto no precluye en nada su posible actuar. En su poder está modificar y cambiar el equilibrio de fuer- zas, creando así nuevos escenarios de lo posible.

En segundo lugar, los más fuertes se ven limitados debido a su situación y sus capacidades. Ningún poder es absoluto, nadie tiene un monopolio definitivo de la fuerza, por lo que los pode- rosos tienen regulado su dominio en base a la estructura misma del marco político y las demás fuerzas. El equilibrio de fuerzas es por lo tanto dinámico, siempre cambiante, por lo que la posición del débil y del fuerte puede variar.

Debido a esto, una de las características más notorias del fuerte es su doble vulnerabilidad. Por un lado, está la vulnerabilidad exter- na, como lo muestra la invasión de Rusia a Ucrania: el fuerte requie- re de mucha más fuerza para lograr sus objetivos ofensivos que el débil para resistir. Los numerosos problemas logísticos a los que se ha enfrentado el ejército atacante, junto con sus evidentes errores de planificación y el uso de vehículos vulnerables y anticuados, ha generado que su inmenso poder se desgaste en acciones inútiles o directamente contraproducentes. Frente a esto, los ucranianos hanmostrado una capacidad importante de multiplicar su débil fuerza ayudados por el armamento de la OTAN. Utilizando misiles anti- tanques de transporte y uso sencillo, misiles antiaéreos y drones de bajo coste, comparado al daño que producen, han logrado cambiar los márgenes dentro de los cuales se desarrolla la fuerza. Como el más fuerte debe ser siempre superior, el “no-ganar” lo hace perder; en cambio para el débil, no ser derrotado es una victoria.

Torso de Tucídides

Pero la vulnerabilidad del fuerte es también interna. La fuerza es en gran medida un monstruo de apetito insaciable dentro de una lógica demente. El fuerte, por lo tanto, debe movilizar su potencial, imponer en su población y en los estados que domina un mecanis- mo que permita seguir girando la rueda de su fuerza. Así, el fuerte termina desafiando al mundo, ya que ve todo lo otro como una ame- naza, y en su afán por uniformizar lo distinto genera una pesadilla, tanto para él como para los que viven a la sombra de sus murallas. Rusia lleva años avanzando en esta dirección, desde la destrucción de Grozny durante la segunda guerra chechena y pasando por las sangrantes ruinas de Alepo. Pero en estos últimos meses el recorrido se ha acelerado. Y esto se ve en la represión al interior de Rusia contra su propia población, en la hostilidad y el nacionalismo exacerbado y en la persecución hacia cualquier opinión contraria a la guerra de agresión actual, lo que muestra esta representación distorsionada de la realidad.

Tucídides, al analizar esta dinámica, indica que hay un cierto fatalismo en su aparición, ya que en gran medida es causada por la condición pasional del ser humano. Por naturaleza el hombre se ciega al daño que provoca, creyendo que escapará impune a sus transgresiones, esperando por lo tanto que el avance de su fuerza le permita seguir aumentado su poder sin asumir los costos.

Sin embargo, como también lo indica Tucídides, esta dinámica puede ser quebrada y contenida. En parte, lo que lo permite es la razón, ya que, gracias a su inteligencia, el hombre puede proyectarse y comprender hacia dónde lo está llevando su sed pasional. Un di- rigente ruso inteligente, no intoxicado por su propia propaganda de supuesta virilidad, hubiese evitado esta guerra, ya que, aun cuando la victoria sea probablemente rusa, el precio a pagar será probable-mente mucho mayor que los beneficios obtenidos. Por ejemplo, si lo que buscaba Putin era detener la expansión de la OTAN, la más que probable entrada de Suecia y Finlandia a esta alianza muestra el gravísimo error de cálculo en el que ha incurrido.

Pero la razón humana es débil para guiar la conducta. Tucídides indica que es a través de otro sentimiento, de otra pasión, que el ser humano puede contener su ambición, provisoriamente, parcialmen- te, frenando la dinámica destructiva del poder. Y esta es la dulzura, la gentileza. Así, la principal virtud política pasa a ser la capacidad de ser gentil hacia sus enemigos, hacia su pueblo, hacia los otros. Poder comprender los errores, ya que todos los cometemos. Ser capaz de cuestionar y cambiar las decisiones que se han tomado en un acto de arrepentimiento. Contener a través de esta dulzura los impulsos. Y si bien no todos los hombres gentiles son sabios, no hay verdadera sabiduría sin indulgencia y sin dulzura. Lo que está en la base de esta gentileza es el reconocimiento de una condición en común a todo lo vivo en el mundo: la vulnerabilidad. La ascensión hacia la sabiduría tiene como condición previa este reconocimiento.

Y contrariamente a lo que plantean Putin y sus acólitos, tal vez la verdadera virilidad (si el lector perdona el seguir utilizando este concepto anticuado) deba pasar por la dulzura. No sólo en las re- laciones personales, sino por sobre todo en la acción política, en la acción de hombres y mujeres autónomos y autónomas que, a través de la dulzura, logren comprender la tragedia de nuestra exis- tencia con una mirada lúcida sobre nuestra condición.

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