Daniel Innerarity: «El factor humano es el futuro»

El problema de hoy es que “demasiados elementos están relacionados con demasiados elementos”, afirma el filósofo español intentando repensar los conceptos de complejidad e incertidumbre sobre los que se sustenta la “sociedad del desconocimiento”, título de su último libro y eje de sus reflexiones sobre la gestión de lo desconocido.

Daniel Innerarity es uno de los intelectuales europeos más relevantes de la actualidad, Catedrático de la Universidad del País Vasco y prolífico investigador. Sus libros, traducidos a varios idiomas, y sus columnas, escritas periódicamente en destacados medios de prensa, dan cuenta de sus lúcidas observaciones sobre los fenómenos políticos y los nuevos desafíos de la democracia. En esta entrevista abordamos parte de dichos impactos y los efectos de la incorporación de la tecnología y la inteligencia artificial en esta y otras áreas.

Para entender el fenómeno

-En tu libro, “La sociedad del desconocimiento”, centras el análisis en dos conceptos: la complejidad y la incertidumbre. ¿Es necesario volver a definirlos? ¿Qué relación existe entre ambos?

“Desde hace años llevo trabajando la idea de complejidad y sostengo que las categorías con las que tratamos de comprender el mundo y gobernarlo no están a la altura. El célebre principio de Ashby afirma que debe haber un mismo nivel de complejidad entre las soluciones y los problemas, algo que a mi juicio no se da ahora mismo. Mi intento es precisamente superar ese desfase y para ello, he trabajado en conceptos como emergencia, interdependencia, contingencia o recursividad, conceptos todos ellos presentes en las ciencias de la naturaleza, pero de menor utilización en las ciencias sociales. La incertidumbre más relevante para entender cómo se comportan las sociedades es la que procede del hecho de que demasiados elementos están relacionados con demasiados elementos y hacer previsiones es muy difícil.”

-Entonces, aunque parezca contradictorio ¿a mayor conocimiento aumentaría, también, el desconocimiento?

“El desconocimiento es lo que, paradójicamente, crece con el aumento del conocimiento: nuevos problemas de legitimidad, riesgos asociados al desarrollo de la tecnología, dificultad de anticipar la posible evolución de las cosas en entornos de aceleración… Al mismo tiempo es algo que hemos de tener en cuenta, gestionar de algún modo y convertirlo en objeto de reflexión”

-Has sostenido, que uno de los efectos del desconocimiento es la incertidumbre y, como consecuencia, el florecimiento de un cierto anhelo de certezas. En ese contexto “la principal amenaza a la democracia es la simplicidad”. ¿Por qué ocurre ese fenómeno?

“Porque resulta muy gratificante que alguien te explique el mundo de un modo que creas entenderlo, aunque sea falaz, y que te permita comprobar que estás en el sitio correcto y formando parte de los buenos de la historia”.

“Nos imaginamos colonizados por los otros, sometidos las máquinas, cuando la realidad es que han surgido nuevas configuraciones en las que ambas realidades, nosotros y los otros, los humanos y las máquinas, aun en medio de no pocas tensiones y conflictos, persisten, se mezclan y conviven”

Tecnología y “factor humano”

-Te referiste a los “riesgos asociados al desarrollo de la tecnología”. ¿Cómo ves el advenimiento de la revolución digital y tecnológica?

“La revolución digital ha sido ya considerada, junto con el neolítico, la circunnavegación de la tierra y la revolución industrial, una de las grandes innovaciones disruptivas de la humanidad. La transformación digital representa una ruptura no menos revolucionaria que la invención del libro y la correspondiente alfabetización. No hay que preguntarse por el impacto o por la significación sino por el juego de dependencias recíprocas, delegación y sustitución dentro de la constelación sociotécnica. La cuestión es hasta qué punto están entrelazados el modo en que los humanos usan la tecnología y el modo como la tecnología condiciona la vida humana”.

-En esa tensión, ¿qué relevancia tiene el “factor humano”? ¿Es posible, por ejemplo, incorporar la ambigüedad y la sensibilidad en estos sistemas?

“El factor humano es el futuro, es decir, la capacidad de los seres humanos de romper de algún modo la previsibilidad. Los seres humanos no podríamos autodeterminarnos si no hubiera un espacio de indeterminación, una falta de continuidad entre lo que éramos y lo que podemos llegar a ser, una posibilidad, aunque sea muy leve, de quebrar el poder del pasado sobre el presente y el futuro, algo que hemos llamado en ocasiones rebelión, conversión o transformación, pero que designa una misma disposición sobre sí mismo en términos de ruptura de la previsibilidad.

-Y en política, ¿cuáles serían las limitaciones de los algoritmos?

“Los algoritmos sirven para conseguir objetivos pre-determinados, pero ayudan poco a determinar esos objetivos, tarea propia de la voluntad política, de la reflexión y deliberación democrática. La función de la política es decidir el diseño de las estrategias de optimización algorítmica y mantener siempre la posibilidad de alterarlas, especialmente en entornos cambiantes. En una democracia todo debe estar abierto a momentos de repolitización, es decir, a la posibilidad de cuestionar los objetivos establecidos, las prioridades y los medios. Para esto es para lo que sirve la política y para lo que no sirven los algoritmos. El gobierno algorítmicamente optimizado no tiene capacidad para resolver los conflictos propiamente políticos o la dimensión política de esos conflictos, es decir, cuando están en cuestión los marcos, fines o valores.

“La cuestión es hasta qué punto están entrelazados el modo como los humanos usan la tecnología y el modo como la tecnología condiciona la vida humana”

El impacto en la democracia

-¿Qué transformaciones políticas asociamos a la robotización, la digitalización y la automatización?

“Es un espacio todavía no explorado, pero en cualquier caso no creo que vaya a suponer una completa desaparición de los humanos o de sustitución. A lo largo de la historia ha habido innumerables efectos de sustitución (de una tecnología por otra, de culturas e incluso civilizaciones enteras), pero también pronósticos de desaparición que no se han cumplido. Nos imaginamos colonizados por los otros, sometidos a las máquinas, cuando la realidad es que han surgido nuevas configuraciones en las que ambas realidades, nosotros y los otros, los humanos y las máquinas, aun en medio de no pocas tensiones y conflictos, persisten, se mezclan y conviven. Los malos augurios se apoyan en malos análisis del modo como los humanos y las máquinas se van a relacionar. Si la llamada inteligencia artificial hiciera lo que hace el cerebro humano habría motivos para exultar o para inquietarse, pero lo cierto es que son dos potencias que, pese a su nombre, se parecen bastante poco y colaboran más que competir”.

-En estos nuevos contextos ¿podríamos estar frente a la obsolescencia de la democracia liberal?

“La democracia liberal no ha dejado nunca de estar acosada por modelos alternativos de organización de la sociedad y el poder político. Su viabilidad en el futuro depende no tanto de su capacidad de defenderse de enemigos exteriores como de su propia capacidad para adaptarse a las nuevas circunstancias del mundo sin renunciar a su horizonte normativo. La relación entre digitalización y democracia no debe pensarse como una relación causal sino como una constelación en la que acción política y modos de comunicación se condicionan recíprocamente”.

-Pero hoy es un lugar común sostener que la democracia está en crisis. ¿Estás de acuerdo? ¿Cómo explicarías el fenómeno?

“Hay que volver a reflexionar sobre el modo como se degradan las democracias. Tendemos a pensar que las democracias mueren a manos de personas armadas. Ahora bien, al igual que el poder, tampoco la violencia política es lo que era, por lo que hay que pensar fuera del marco mental del golpe de Estado o la insurrección, y más en términos de inadaptación, ineficiencia, degradación o desequilibrio. Más que complots contra la democracia, lo que hay es debilidad política, falta de confianza y negativismo de los electores, oportunismo de los agentes políticos o desplazamiento de los centros de decisión hacia lugares no controlables democráticamente. En vez de manipulación expresa, estamos construyendo un mundo en el que hay un combate más sutil y banal por atraer la atención; donde el activismo político adopta la forma del voyeurismo; en el que es difícil discernir la opinión autónoma del automatismo de opinar. Los personajes que amenazan nuestra vida democrática son menos unos golpistas que unos oportunistas; su gran habilidad no es tanto hacerse con el poder duro como lograr atraer el máximo de atención. En esto, Donald Trump es el gran campeón de la banalización política”.

Representatividad y falsas noticias

-Si los sistemas de inteligencia artificial pueden establecer lo que los votantes quieren, ¿“acabarán las urnas”, como se preguntan hoy algunos estudiosos del fenómeno?

-Quien teme o desea esta supresión algorítmica de la democracia da por sentado que algo semejante será algún día posible y que es sólo cuestión de avance tecnológico. En mi opinión hay cosas que la inteligencia artificial no puede hacer porque no es capaz, no porque no deba hacerlo, y esto es especialmente manifiesto en el ámbito de esa decisión tan peculiar que es la política. Las máquinas y los humanos decidimos de una manera muy diferente, estamos especialmente dotados para un tipo de situaciones y somos muy torpes en otras. Y en lo propiamente político de la política es donde este contraste y nuestra mayor idoneidad son más manifiestos. Si esto fuera cierto, como creo, entonces la posibilidad de que la democracia pueda ser algún día superada por la inteligencia artificial es, como temor o como deseo, manifiestamente exagerada, lo cual tiene también su contrapartida: si no es realista un miedo a que la democracia pueda desaparecer en manos de la inteligencia artificial, tampoco habría que esperar de ella beneficios exorbitantes.

Hoy muchas de las decisiones políticas parecen basarse en la temperatura de Twitter. ¿Cómo se compatibiliza esta inmediatez globalizada con la lógica más bien lenta y situada de la democracia?

“Va a suponer una tensión, indudablemente, como también las hay entre el corto y el largo plazo, entre las preferencias inmediatas y el interés general. Todo esto conecta con un problema estructural de las instituciones políticas que se basan en la ficción de que es posible dirigir y moderar el cambio social. La política no recuperará capacidad configuradora de la sociedad acelerando sus procesos sino desarrollando una inteligencia en virtud de la cual pierda menos el tiempo en nimiedades, se anticipe a las crisis futuras y mejore su pensamiento estratégico”.

-Mucho se ha hablado en el mundo y en Chile de la nociva influencia de las fake news en la toma de decisiones políticas. ¿Cómo ve el fenómeno de las noticias falsas?

“El combate contra la desinformación plantea de entrada dos problemas, uno epistemológico (cómo establecer la diferencia entre opinión o noticia equivocada y mentira expresa) y otro de legitimidad (cuándo estaría justificada una intervención contra quien las propaga). Si el primer problema nos introduce en el difícil terreno de la verdad, el segundo lo hace en el no menos resbaladizo de la autoridad. Supongamos que es posible en todo momento distinguir lo verdadero de lo falso, que ya es mucho suponer, tendríamos que disponer además de una autoridad legítima para prohibir y sancionar lo calificado como falso. Una sociedad democrática se caracteriza por proteger celosamente la libertad de expresión y limitar al máximo la intervención represiva en el espacio de la opinión. Al mismo tiempo, resulta evidente que el actual volumen de desinformación nos obliga a regular este espacio de un modo que sea eficaz y proporcionado. ¿Cómo resolver este dilema? El criterio que puede ayudarnos a este respecto es la distinción entre falso y falsificado. El problema no sería la propagación de algo falso, lo que hacemos todos muchas veces cuando expresamos una opinión equivocada o damos como noticia lo que luego se prueba como inexacto o erróneo, sino de algo deliberadamente falsificado. Propiamente hablando, las fakes news no son noticias falsas sino falsas noticias.

Desafíos

-¿Podríamos concluir que vivimos en un mundo de posibilidades y alcances que no somos aún capaces de gestionar?

“Sin duda. En mi reciente libro ‘La sociedad del desconocimiento’ lo formulo con la idea de que hemos de aprender a gestionar el desconocimiento, es decir, que tenemos que saber manejarnos con información incompleta, riesgos difícilmente identificables y creciente incertidumbre. Las prácticas habituales y los modelos institucionales no están diseñadas parta ello. Estamos atravesando una época histórica de gran volatilidad, en medio de unas transformaciones geopolíticas cuyo resultado es todavía difícil de adivinar, la creciente fragilidad social nos somete a unas tensiones en comparación con las cuales la mecánica de la represión y la revolución era de una lógica elemental. Interacciones complejas, desarrollos exponenciales, fenómenos emergentes, turbulencias, inabarcabilidad y cambios discontinuos caracterizan nuestra época hasta unos niveles incomparables con otros momentos de la historia por muy agitados que parecieran a sus protagonistas”.

-¿Qué desafíos supone este fenómeno para la educación hoy?

“Si tuviera que definir sintéticamente cómo se ha ido configurando el ideal de formación a lo largo de la historia, yo diría que el ser humano, en las sociedades premodernas, aspiraba a ser “perfecto”, luego trató de estar bien “formado”, más recientemente, debía ser “crítico”. Tras comprobarse que la misma crítica podía estereotiparse e incluso ser dogmática, el ideal se ha desplazado hacia la creatividad, es decir, hacia la “capacidad de aprender”, entendida como gestión de las decepciones en contextos de mayor incertidumbre, es decir, un proceso que no entiende ya el saber como una posesión adquirida para siempre sino como la posibilidad de hacer nuevas experiencias, es decir, un proceso activo que incluye la exigencia de desaprender”.

-¿Los ciudadanos del futuro qué habilidades, conocimientos y aptitudes deberían tener?

“El trabajador del futuro es un diseñador de la información, alguien que abre caminos en el laberinto de la información y el desconocimiento. La inteligencia creativa es una propiedad que no puede describirse completamente con los tradicionales criterios de racionalidad. Cuando de lo que se trata es de hacerse con experiencias nuevas y no tanto avanzar en las continuidades adquiridas, entonces la inteligencia no es optimizar los resultados sino la capacidad de sobreponerse a los errores, transformar las decepciones en aprendizajes. La inteligencia en su dimensión más creativa es la capacidad para desenvolverse en contextos en los que uno no se maneja del todo”.

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Versión impresa
edición #3 / pag 8-11

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