CHAITÉN:

LA ERUPCIÓN inadvertida

Cuando hace 15 años entró en erupción el volcán Chaitén hubo particular sorpresa, ya que la última actividad de éste se registraba 9 mil años atrás; sin embargo, una investigación histórica basada en cartografía existente sobre Chiloé permitió concluir que hacia 1650 una erupción volcánica ya había asolado al mismo volcán. Hallazgo posible gracias al trabajo conjunto de ciencia y humanidades.

*imagen: Gentileza de Anthony Terry, Londres.

El 1 de mayo de 2008, cerca del final del día, comenzaba la erupción del volcán Chaitén. Su impacto traspasó rápidamente las fronteras, puesto que se trataba de un evento eruptivo bastante sorpresivo. Sólo un par de días antes, el 30 de abril, había comenzado un enjambre sísmico, pero se pensó que se trataba de un volcán vecino, el Michinmahuida.

Como la erupción fue muy violenta, en horario nocturno y con una columna de 20 kilómetros de altura entre cenizas y gases, las primeras noticias continuaron profundizando el error en la identificación, insistiendo que era el Michinmahuida, que tenía un largo historial de eventos además de estar ubicado a sólo 17 kilómetros de distancia.

Al amanecer comenzó a cambiar la historia. Era el volcán Chaitén el que estaba en erupción, con tal grado de violencia que prontamente se convertiría en la segunda más grande de la historia de Chile en el siglo XX. Con el correr de las horas la intensidad aumentó y los efectos los sentiría Chaitén, epicentro urbano de la provincia de Palena, que tenía unos 8 mil habitantes, testigos de un episodio impensado, puesto que, de acuerdo a los registros oficiales la última gran erupción del volcán con flujos piroclásticos tenía una data de 9 mil años de antigüedad. Si bien el volcán Chaitén estaba considerado de alta peligrosidad por el Servicio Nacional de Geología y Minería (Sernageomin), muchos habitantes de la comuna no sabían que se trataba de un volcán dada su altura cercana a los mil metros. Incluso se le solía llamar cerro Chaitén, no advirtiendo el riesgo de tener un emplazamiento urbano tan cercano.

Después, la historia es conocida. Hubo que evacuar la ciudad por la presencia de cenizas y la formación de lahares, que a su vez provocaron el desbordamiento del río Blanco que arrasó con parte del centro urbano. En suma, una tragedia impensada con enormes efectos. Una nube de cenizas afectó profundamente la Patagonia, e incluso los efectos se hicieron sentir en Buenos Aires.

Tras el término de la evacuación, comenzó la investigación. El Sernageomin, y en especial el experto en volcanología Luis Lara, comenzó a recopilar antecedentes que dieron como primer resultado el hallazgo de indicios de otra erupción volcánica no tan lejana como aquella que oficialmente se registraba hacía 9 mil años. Los profundos socavones registrados en la ciudad debido a la crecida del río Blanco, no sólo posibilitaron que salieran a la luz depósitos aluviales que parecían proceder del propio volcán Chaitén y no del Michinmahuida, también surgieron restos de madera quemada, sepultadas en el tiempo, y a las cuales se los podía someter a análisis de laboratorio para registrar su antigüedad. Los resultados de este primer estudio daban como probable una erupción volcánica a mediados del siglo XVII y, por tanto, un evento que podría haber ocurrido cuando en Chiloé la colonización española estaba cerca de cumplir un siglo.

Entonces, surgió la pregunta desde aquel mundo científico: ¿No había ningún registro de este episodio visible desde el archipiélago, y en particular de la Isla Grande? ¿Nadie dejó testimonio?

Por otra parte, ese mismo 2008 estaba finalizando una investigación sobre cartografía de Chiloé. Era un proyecto iniciado seis años antes, que tenía por objetivo reunir el mayor corpus de mapas y planos chilotes durante los siglos coloniales. El padre Gabriel Guarda, Premio Nacional de Historia, y quien escribe, nos sumergimos en la compleja búsqueda de material en tiempos en que aún la tarea de digitalización de repositorios estaba en su etapa primaria. Se buscó en archivos nacionales, latinoamericanos, norteamericanos y europeos, y el resultado fue una selección de cartografía que confirmaba la hipótesis inicial: en tiempos coloniales, Chiloé fue junto al estrecho de Magallanes y Valdivia, el lugar con mayor interés geográfico coincidente con su posición estratégica para el Imperio hispano.

En dicha búsqueda se obtuvieron hallazgos importantes, y uno de ellos fue el acceder a la biblioteca Huntington de California, donde se conserva un derrotero náutico español que data de 1669 y contiene mapas de toda la costa del Pacífico desde Acapulco hasta el cabo de Hornos. Estos documentos eran corpus documentales que servían para los pilotos de las naves y se elaboraban reuniendo experiencia de diversas navegaciones, incorporando mapas con instrucciones de cómo fondear en surgideros previamente identificados con múltiples puntos de referencia.

La cartografía misma de este tipo de derroteros, que fueron comunes entre 1650 y 1730, era bastante sencilla y buscaba representar cómo la tierra se veía desde el mar, precisamente para que los navegantes pudiesen reconocer las costas, evitar peligros y tener una travesía segura. Como estos documentos contenían documentación reservada y estratégica, no debían caer en manos enemigas.

En el proyecto de Chiloé, había registro de otros derroteros correspondientes a 1681, 1684 y también uno de fines del mismo siglo. Incluso uno hacia 1730. En todos ellos estaba Chiloé destacado, pero sin nada que llamara la atención en cuanto a puntos de referencia indicados. En materia de volcanes, solía verse con claridad una silueta del Osorno, el Calbuco y del Corcovado, pero nada en erupción. El derrotero de la Huntington Library mostraba a Chiloé con una particularidad extraordinaria, una gran erupción volcánica junto a la bahía de Michinmahuida, actual bahía de Chaitén. Además, el mapa mostraba un gran incendio en la isla Guafo, poniéndolo como referencia para los navegantes de la misma forma como se hacía con el volcán. El mapa se publicó a fines del 2008 en la Monumenta Cartographica Chiloensia, y tuvimos la impresión -sin fundamentos científicos- que se podría tratar del volcán Chaitén.

Sin embargo, ocurrió lo impensado. En enero del año 2009 una aparición en la prensa dominical mostró, entre otros mapas, el del derrotero de Huntington, o más bien una copia que se conserva en manos privadas en Londres al que también logramos acceder. Ese mismo día el investigador Luis Lara del Sernageomin tomó contacto para preguntar sobre el mapa del volcán en erupción y la datación de la fuente. Nuestras investigaciones históricas daban como resultado que este mapa se había elaborado de acuerdo con información geográfica de mediados del siglo XVII, con toda probabilidad en la década de 1650 a 1660, sin saber que los resultados de laboratorio databan la erupción desconocida para la misma década. De hecho, los estudios de radio carbono concluyeron que la erupción debía haberse producido entre 1625 y 1658. Y como se sabe por otras fuentes, hasta 1645 no hubo ninguna erupción porque hay mapas que confirman el descarte, entonces la fecha posible fue en la década de 1650, coincidente con el mapa.

A continuación, se inició un proyecto conjunto interdisciplinario con un equipo de investigadores conformado por Luis E. Lara, Álvaro Amigo, Richard P. Hoblitt, Thomas C. Pierson y quien escribe, llegando a la conclusión de que el volcán Chaitén a diferencia de lo que se creía, había tenido su última erupción hacía 350 años, y no los 9 mil años previamente registrados, por lo que estas fechas fueron finalmente corregidas en todas las esferas científicas. Este hallazgo puso en valor la cartografía como fuente histórica, y confirmó que el camino interdisciplinario entre ciencias y humanidades puede dar resultados insospechados.

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