Homero, Virgilio y Dante:

Líneas de continuidad

Publicado por la editorial Rialp, Desempolvando a los clásicos de Gerardo Vidal Guzmán, gira en torno a la obra de Homero, Virgilio y Dante; tres autores a quienes la historia considera capitales. El autor explora en su obra el mundo en que vivieron, la historia que contaron y los perfiles heroicos que propusieron. Y lo hace intentando poner de relieve tanto la continuidad de sus obras como sus puntos de inflexión y ruptura.

 

Presentar un libro nos expone a transparentar nuestros propios sesgos, esas predisposiciones o tendencias sistemáticas que quizá, involuntariamente, fuerzan nuestra percepción de la realidad. En mi caso, es absolutamente imposible leer este libro, desafectándolo de la noción de educación liberal y del rol que en ella cumplen los clásicos.

Las artes liberales y los clásicos son dos esferas que se entrelazan armónicamente. La primera, aspira a preparar para encauzar la propia vida y convertirnos en miembros responsables en una comunidad. En este sentido, la educación liberal no se limita, como sostiene el académico de la Universidad de Navarra,  José María Torralba, al conocimiento abstracto, sino incluye el conocimiento existencial. Los clásicos no son para ella piezas de museo, sino vehículos para encontrar el mejor modo de conducir nuestra propia vida.

Pero quizá valga la pena empezar por el principio y preguntarnos ¿qué es un clásico?. Mark Twain definía un clásico como un libro que la gente elogia pero no lee; un libro, en suma, que todo el mundo quiere haber leído y nadie quiere leer. Borges escribió que un clásico es «un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad». Ítalo Calvino, en una de las catorce definiciones que elabora, sostiene que un clásico «es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él».

Visto así, el libro de Gerardo Vidal tiene un enorme valor, pues permite sumergirnos en los cimientos de la cultura y la civilización, conectándonos con ideas y valores que nos desafían a reflexionar sobre nuestra propia existencia. Los clásicos, nos brindan una perspectiva atemporal y universal sobre la condición humana, y nos permiten explorar las grandes interrogantes que han preocupado a la humanidad a lo largo de los siglos.

En esta línea y, estoy segura, influenciado también por la aproximación a las artes liberales, Gerardo Vidal abre el texto preguntándose acerca del valor de escribir sobre la Ilíada, la Odisea, la Eneida y la Divina Comedia considerando todo lo que sobre ellas se ha escrito. Su respuesta afirmativa se apoya en cuatro objetivos: establecer una línea de continuidad entre ellas, marcar en cada uno de los autores puntos de inflexión y ruptura, emerger diálogos de las obras con su época y con los autores entre sí, y abrir un diálogo entre los lectores y estas obras. De alguna el autor propone su propia versión de lo humano y al hacerlo, responde y contrapone su versión a la anterior, dejando planteada, soterradamente, una pregunta clave para la lectura del libro: Si desempolvamos clásicos ¿para qué lo hacemos?.

Pensemos, por ejemplo, en la seductora mención a la educación en el Simposio de Jenofonte citado a raíz de la Eneida, en la que un hombre recuerda su experiencia con la obras de la épica de Homero de la siguiente manera: “Mi padre, deseoso de que yo me convirtiera en un hombre noble, me obligó a memorizar toda la poesía de Homero e incluso hoy puedo repetir de memoria la Ilíada y la Odisea enteras”.

Los clásicos, desde Jenofonte en adelante, son modelos para el bien y la virtud, y esta cita vuelve a plantear la interrogante acerca del sentido de la educación. Si leemos con atención; la aspiración del padre, como sostiene el fragmento, no es hacer de su hijo un sabio, sino un hombre noble y este predicamento propone un concepto de la educación ligada a la formación en lo humano y en la virtud que supera, con creces, una visión de la misma ligada exclusivamente a la adquisición de conocimientos. ¿Es posible pensar hoy en una figura heroica en un mundo sin valores compartidos? La obra de Gerardo Vidal provoca ese tipo de reflexiones e induce a servirse de los clásicos para repensar el presente. La desmesura, la decepción y el desamparo, por ejemplo, han sido claves para interpretar muchos de los actuales fenómenos sociales y el concepto del abuso resulta fundamental para la comprensión de los procesos políticos chilenos de los últimos años por ejemplo. El despojo como acto político explica también la resistencia, la defensa e incluso el surgimientos de nuevas identidades.

Otro ejemplo grandioso aparece cuando, explicando el origen de la Eneida, el autor  afirma que esta iba sutilmente delineando horizontes y sugiriendo respuestas a preguntas mudas pero acuciantes”. Preguntas que sobre el escenario de la Roma de fines del s. I A. C. —que cargaba sobre las espaldas una pesada loza de odios, guerra y destrucción—, casi nadie se atrevía siquiera a formular como por ejemplo ¿Qué era ser romano?  o ¿Qué era lo común a los romanos? o la pregunta por el futuro, por un horizonte común. Creo que en este caso la actualización de la Eneida es evidente.

Un último ejemplo, irresistible, aparece a raíz de los vientos huracanados que envuelven a Paolo y Francesca en el infierno de Dante. Dante en su condición de juez podría ser tildado de injusto pues ha impuesto un castigo menor a la pareja de amantes, sancionándolos como lujuriosos y no como traidores. Dos preguntas radicales propone Vidal: ¿Por qué la compasión de Dante? y ¿Qué ha pasado para que el amor, la más noble de las pasiones humanas, se haya transformado en un pecado que arruina la existencia? Las dos nos conducen, una vez más, a la fragilidad de lo humano. A su esencial complejidad y contradicción, regalándonos, a partir de un pequeño ejemplo, una cátedra simple y sugerente de introspección.

La lectura de Desempolvando a los clásicos confirma que somos tan distintos e iguales y que a diferencia del conocimiento científico, del que cada día sabemos más, nuestro conocimiento de lo humano nos ubica en un lugar similar al de los hombres de la Grecia y la Roma antiguas. Continuamos lidiamos permanentemente con las misma cosas. Quizás sean las palabras del propia autor, las que mejor lo definen: “Tres milenios de distancia nos separan de las épicas batallas, pero el mundo sigue siendo incierto; lo que pensamos sólido, se derrumba; lo que creemos cierto, se revela falso; el éxito se transforma en fracaso. El destino continua mostrándosenos cruel y el universo, frío e intimidante.”

 

 

 

 

 

 

 

 

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