EL CIBERLEVIATAN:
Democracia y Revolución Digital
Si el Leviatán de Thomas Hobbes se arroga el control de nuestra vida pública, el Ciberleviatán, plantea el filósofo José María Lasalle, hace lo propio con nuestro subconsciente y nuestra privacidad. Estamos ante una nueva forma de totalitarismo? puede sobrevivir la democracia al imperio de los datos? A veces remedios viejos sirven para nuevos males.
Los ciudadanos democráticos del mundo solemos fantasear con la idea de que somos sujetos totalmente libres y autónomos. Pero, ¿y si esta creencia fuese una pura fantasía?, ¿y si fuera posible sugerir que, en nuestra ilusión de libertad, hemos estado atrapados en el vientre de un monstruo centenario? Se trata de una bestia artificial, de plomo y de papel, de hierro y de asfalto, de mármol y de cristal. Su voluntad es ineluctable y su mando no puede ignorarse. Su cuerpo, que es colosal, está compuesto de muchos otros cuerpos encadenados entre sí. El filósofo inglés Thomas Hobbes se inspiró en los textos bíblicos para asignarle a esta monstruosidad el nombre de un ser aterrador, que emergería de las profundidades para imponer su ley entre los hombres: El Leviatán. Esta temible entidad era simplemente una metáfora del Estado moderno. Según Hobbes, los seres humanos nos avendríamos a concederle al Leviatán, al Estado, el monopolio de la violencia y la capacidad de limitar nuestra libertad mediante leyes. ¿Por qué hacer tal concesión? ¿por qué alimentar a tal monstruo? Pues a cambio de que nos evite las agresiones y los robos que nos infligimos mutuamente cuando no tememos los castigos de ninguna autoridad superior.
Más allá de lo atinado o no de las ideas del inglés, no hay duda de que en los últimos siglos se han visto parcialmente materializadas. Los Estados modernos han concentrado como nunca el poder coercitivo, han impuesto el imperio de una única ley y han extendido los tentáculos de sus administraciones a todos los ámbitos de la vida pública. Además, cabe reconocer que, a no ser que sean “Estados fallidos”, han garantizado la seguridad de los gobernados. Un poder aparentemente necesario e indudablemente abrumador. Este trasfondo de autoridad concentrada ha sido irónicamente la condición de posibilidad para que las democracias de nuestro tiempo funcionasen. Sin el imperio de una única ley que prevalezca en el espacio público por medio de la fuerza estatal, difícilmente hubiera sido posible gozar con seguridad de las libertades que llamamos democráticas.
Ahora bien, ¿y si en nuestro tiempo hubiera nacido un monstruo aún más aterrador, una bestia que está suplantando sutilmente a los viejos Leviatanes y que podría llegar a ser una verdadera amenaza para la democracia liberal? Esta vez, su cuerpo casi no se ve, es un espectro susurrante, con millones de ojos. Sus articulaciones son los datos y los algoritmos, su riqueza son los usuarios y su objetivo es el control capilar de nuestras pasiones, nuestros secretos y nuestras ideas.
En un libro precisamente titulado “El Ciberleviatán”, el filósofo José María Lasalle alerta sobre cómo las tecnologías hiper-transformadoras sobrevenidas tras la revolución digital de 2007 están alterando nuestra forma de comportarnos social y políticamente. El smartphone, la fibra óptica, el 4G y los asistentes digitales como Siri, Cortana y Google assistant estarían permitiendo un acopio sin precedentes de nuestros datos. Factores como la huella digital, la fidelización algorítmica o la vinculación entre la identidad virtual y la reputación social le van dando pábulo al dominio de la información y del big-data. Nuestros gustos, inclinaciones y aficiones, por muy inconfesables que éstos sean, van quedando grabados en los para-universos web. Los datos que los contienen pueden ser acumulados, vendidos y utilizados por las empresas y los gobiernos para fiscalizarnos o manipularnos.
¿Y si en nuestro tiempo hubiera nacido un monstruo aún más aterrador, una bestia que está suplantando sutilmente a los viejos Leviatanes y que podría llegar a ser una verdadera amenaza para la democracia liberal? Esta vez, su cuerpo casi no se ve, es un espectro susurrante, con millones de ojos. Sus articulaciones son los datos y los algoritmos, su riqueza son los usuarios y su objetivo es el control capilar de nuestras pasiones, nuestros secretos y nuestras ideas.
Un claro ejemplo es el uso de las redes sociales que perpetran muchos contendientes electorales populistas. Éstos compran datos para poder diseñar mensajes simplificadores y manipulativos que complazcan a las masas y los eleven al poder. Piénsese también en el sistema de puntos sociales implantado por el gobierno chino en la provincia de Sichuan. Gracias a la vigilancia digital, los nuevos mandarines del Partido Comunista pueden saber lo que los ciudadanos compran y visualizan en la web. También son capaces de escrutar el contenido de sus mensajes personales o el tono político de las noticias que consultan. Tras acumular dicha información, el Estado puede castigar con la pérdida de puntos sociales al usuario. Hecho que puede significar, por ejemplo, dificultades para el acceso al crédito o a los subsidios y empleos públicos. Eso sí, el tecnototalitarismo implementado por el Ciberleviatán no sólo sería cosa de grupos políticos. En su libro “El capitalismo de la vigilancia”, la socióloga Shoshana Zuboff refleja cómo algunas corporaciones empresariales utilizan los algoritmos como medios de modificación conductual. Ello con el fin de engolosinar el subconsciente de los individuos, impulsándolos a consumir ciertos productos. ¿Nunca jugaba ningún joven lector a Pokemon GO y el programa le condujo a cazar monstruitos en un Starbucks? Sirva como un caso demostrable de manipulación.
Si el Leviatán de Hobbes se arroga el control de nuestra vida pública, el Ciberleviatán hace lo propio con nuestro subconsciente y nuestra privacidad. ¿Estamos ante una nueva forma de totalitarismo? ¿puede sobrevivir la democracia al imperio de los datos? Recordemos que la democracia liberal depende de una premisa muy básica: que somos un cuerpo que transita de una esfera pública a una privada, las cuales están claramente delimitadas en el espacio. La esfera pública sería un lugar en el cual debo someterme parcialmente a las convenciones preestablecidas por la sociedad, pero la esfera privada es un lugar de libertad radical: nadie puede decirme qué hacer, pensar o decir en mi casa y en mi fuero interno. Es evidente que Internet ha disuelto la frontera entre el espacio público y el privado. Es también evidente que las nuevas tecnologías de la información pueden conocer nuestra privacidad y utilizar su saber para manipularnos. Ahora bien, ¿pueden algo la publicidad personalizada, los algoritmos y las fake news cuando un sujeto crítico sabe reconocer sus intenciones? Cabría teorizar, siguiendo las reflexiones del filósofo José Antonio Errázuriz, que el remedio contra el Ciberleviatán es casi el mismo que los liberales clásicos postularon para enfrentar los excesos del Leviatán. Esto es, un ciudadano educado, celoso de su autonomía y formado en hábitos de la reflexividad racional. Un ciudadano que sepa discernir en lo posible entre la falsedad y la verdad, y entre su voluntad propia y los estímulos que anhelan pastorearla. A veces remedios viejos sirven para nuevos males. Solo hay que ponerlos al día y he ahí el problema, el Leviatán se ha tornado en Leviatán, pero aún no nos educamos en la ciudadanía digital. El Ciber-Ciudadano está por nacer.