CURATORÍA DE ACTOS BANALES
Torta sobre la monalisa. Tomates para Van Gogh. Puré a lo Monet. Petróleo con Klimt. Podrían ser los títulos de las performances que grupos activistas han estado llevando a cabo en distintos museos de Europa durante las últimas semanas. La idea, aseguran, es llamar la atención mundial para que no vayamos a olvidar los graves estragos del calentamiento global. La primera parte la han logrado, no cabe duda. Pero estas acciones no parecen sensibilizar no concientizar respecto de la causa ambientalista, y, de hecho, con tanta parafernalia solo han conseguido desviar el foco.
Frívolos son quienes se escandalizan por el posible daño de una pintura y permanecen impávidos mientras el mundo se derrite, afirman indignados algunos de los activistas pertenecientes a organizaciones como Just Stop Oil, Extinction Rebellion, Letzte Generation y Futuro Vegetal, que suscriben en sus manifiestos la desobediencia civil como estrategia para generar el cambio. Pero la forma en que llevan a cabo estos actos para esquivar los mecanismos de seguridad, la curatoría al escoger aquellas obras de arte más emblemáticas, el lenguaje que utilizan y la sensación de heroísmo en sus jóvenes rostros cuando son detenidos por los guardias de seguridad irradia frivolidad. Más que activistas parecen expertos en marketing. ¿Buscan visibilizar la causa o visibilizarse ellos? Es una línea difusa que posiblemente ni reconozcan. ¿Por qué atacar museos y no manifestarse directamente frente a las grandes corporaciones responsables de dañar el medioambiente? Porque es menos vistoso, claro. Pero la adrenalina de infiltrarse en los museos también perderá novedad, dejaremos de sorprendernos y este tipo de noticia, ya recurrente, pasará a segundo plano. Los likes en Instagram y TikTok se desviarán hacia otras banalidades. Así es el ser humano. Incluso aunque el planeta esté en riesgo, seguiremos a otra cosa. O alguno irá demasiado lejos y causará un daño irreparable, que hasta ahora ha sido atajado por sistemas de seguridad. “Nunca hubiésemos considerado hacerlo si no supiéramos que estaba tras un cristal”, aseguró Phoebe Plummer, activista de 21 años de Just Stop Oil, que a finales de octubre arrojó sopa de tomate a ‘Los Girasoles’ de Vincent Van Gogh en la National Gallery de Londres. Ok.
Pero en otros casos las enmarcaciones de estas obras a las que se adhieren los manifestantes con pegamento, y que también tienen gran valor patrimonial y material, sí han sido afectados. Y la “moda” fácilmente puede expandirse y generar que seguidores menos sofisticados y equipados ataquen obras que no cuenten con todo el aparataje de seguridad de los grandes museos europeos. Por lo pronto el sistema de alarma se incrementará y la experiencia de visitar ese tipo de edificios probablemente se parezca más a un aeropuerto o a ingresar a una cárcel. Pierde la cultura, ¿gana el medio ambiente? Llama también la atención que esta cruzada por el futuro denote un desprecio por el pasado. “Las obras de arte, pese a su antigüedad, ya no pertenecen al pasado en el que se generaron, sino al presente y nuestra obligación es preservarlas para el futuro que tanto nos preocupa. Un presente en el que los museos brindan posibilidades de acceso democrático como nunca había pasado anteriormente. Unos acercamientos democráticos que no son ni obvios ni descontados y que podrían verse reducidos y mermados”, afirma un artículo de la Universidad Complutense de Madrid al respecto.
Captura de pantalla obtenida de un video de las redes sociales. — TWITTER/@SARA_ALGABA VÍA REUTERS
Son miles las ONGs y organizaciones ambientalistas en el mundo que hacen una inmensa labor, desde preservar ecosistemas completos hasta organizar brigadas ciudadanas que recogen basura en playas, parques, desiertos y carreteras. ¿Es suficiente? Por supuesto que no. Nadie sensato discutiría que falta un esfuerzo mucho más profundo por parte de Estados, corporaciones y organismos internacionales, y ya estamos tarde. Son muchos los y las artistas que realizan este tipo de activismo y concientización a través de sus obras, uno de los más notorios el islandés Olafur Eliasson. “Para mí todo el arte es político”, ha afirmado el artista chino Ai Weiwei, y, de diferentes maneras, esa postura se remonta a los inicios del arte como expresión humana. “+1,50°” rayaron dos activistas de Futuro Vegetal en un muro del Museo del Prado donde cuelgan las “Majas” de Goya. Esto en alusión a la declaración de la ONU reconociendo la imposibilidad de mantener por debajo del límite de aumento del Acuerdo de París, de 1,5 grados de temperatura media respecto de los niveles preindustriales. Un dato por cierto crítico que un chorro de comida sobre un lienzo pintado no revertirá. “¿Qué es más importante, el arte o la vida?”, han interpelado los jóvenes activistas. Ignoran quizás que el arte también es vida.