ADAM SMITH CUMPLE 300 AÑOS (Y GOZA DE BUENA SALUD)

El año recién pasado, el padre de la Economía estuvo de cumpleaños. Leído por muchos menos de quienes suelen comentarlo, su figura ha marcado estos últimos tres siglos. La “mano invisible” y la división del trabajo son dos de sus ideas plenamente vigentes, y, que, contrario a lo que algunos sostienen, se alejan de cualquier dogmatismo, llegando incluso a tener puntos de encuentros con Marx. “La riqueza de las naciones” vale para cualquier lugar o época.

¿Pero quién fue Adam Smith? Antes que nada -primera paradoja- él no se habría reconocido como un “economista”. Su figura está muy lejos de lo que hoy solemos imaginar como alguien que ejerce esa profesión. Probablemente si lo hubieran parado en la calle y le hubieran preguntado a qué se dedica, habría contestado “filósofo moral”. Es que la filosofía es parte central de su análisis, razón por la cual escribió 20 años antes que “La riqueza de las naciones” un libro de filosofía: “La teoría de los sentimientos morales”. Ello explica, en parte, el porqué su análisis es tan sofisticado y cuán lejos está Smith de muchos economistas actuales que creen que la vida se mueve sólo por ecuaciones y “curvas de indiferencias”. Si sólo se hubiera quedado ahí y no hubiera escrito “La riqueza de las naciones”, ya sería un autor conocido hasta nuestros días.Aunque evidentemente sin la gloria que lo catapultó gracias a su título de Economía.

Su personalidad no era particularmente atractiva. Distraído, con no mucha chispa y no muy agraciado físicamente: tenía una gran nariz, un labio inferior saliente y ojos saltones. Él mismo habría dicho “hermoso en nada, excepto en mis libros”. Pese a ello, su genialidad marcó huella profunda en sus alumnos, cultivó muchas amistades -la mas notoria es con David Hume- y su aporte es de tal inmensidad que le amerita el título de “padre de la Economía”.

Es obvio que no fue el primer autor en hablar de economía. De hecho, Platón y Aristóteles ya habían hablado de precios, mercados y monedas; Tomás de Aquino analizó consideraciones normativas de la economía; y John Locke escribió un tratado sobre la tasa de interés. Poco antes de Smith un grupo de franceses, conocidos como “fisiócratas”, adelantaron mucho de lo que el escocés terminaría escribiendo. No aparece de la nada. Por el contrario, la reflexión económica ha existido siempre. Hubo varios autores que hicieron aportes significativos antes que él, pero Adam Smith plasmó en su libro “La riqueza de las naciones” una visión sistémica. Un libro que vale para cualquier lugar o época. En el fondo, ahí está todo o casi todo lo relacionado con la economía.

La gracia de “La riqueza de las naciones” es que es un libro, si bien muy largo, fácil de leer. No hay fórmulas y menos gráficos como suelen tener los textos actuales. Es una reflexión en torno a una serie de cosas que explican el movimiento de una dimensión del mundo. Y esa fue la razón por la cual, desde su primera fecha de publicación, tuvo una excelente acogida y su autor se transformó en una autoridad indiscutida sobre materias económicas.

Smith enriqueció la economía con un “nuevo” supuesto (no tan nuevo, porque el fisiócrata Anne Robert Jacques Turgot, a quien conoció en Francia, ya lo había dicho de manera más precaria): en materia económica, el ser humano se mueve principalmente por su interés individual antes que por el bien de los demás. Eso no quiere decir que seamos “egoístas”, que no nos importe el resto o que no tengamos obligaciones morales con otros; significa que en materia económica nos movemos antes que nada para mejorar nuestra propia condición.

En uno de sus pasajes más conocidos, Smith explica esta teoría al señalar que el pan no lo obtenemos en el mercado por la benevolencia del panadero, ni la carne por la benevolencia del carnicero, sino porque éstos buscan una ganancia monetaria. Este hecho se repite, según él, en todas las esferas del ámbito económico.

Y la pregunta más obvia es ¿cómo es posible que una sociedad donde cada uno vela por su interés económico funcione perfectamente? ¿cómo es posible, por ejemplo, que una persona pueda encontrar de todo para comprar sin habérselo dicho previamente a nadie? La respuesta que da Adam Smith es que se logra gracias a una “mano invisible” que coordina los mercados y los distintos intereses propios, los que, gracias a ella, se armonizan espontáneamente. Esa es la famosa “mano” de Adam Smith. Probablemente, junto a la mano de Maradona, la más famosa que conozcamos. Una mano que sólo nombra una vez en cada uno de sus libros, pero que de cierta forma está invisible a lo largo de todos ellos.

Algo desconfiado de la capacidad del Estado reivindica el “laissez” faire fisiócrata: en general, es mejor “no hacer nada”. Intervenir, como habían propiciado los mercantilistas, suele ser peor. Las labores del gobierno, por lo tanto, deben centrarse en pocas cosas: la defensa interior y exterior, en administrar justicia y en proveer bienes públicos (por ejemplo, hacer caminos). El resto, en general, mejor es dejárselo a la mano invisible. Sin embargo, Smith no era dogmático. La tolerancia característica de su personalidad explica por qué, a pesar de ser un liberal, no sólo aceptó, sino que también propuso, algunas intervenciones de la autoridad en temas como la educación e, incluso, la beneficencia pública. Sus condescendencias y excepciones, que de cierta forma lo hacen ser partidario de impuestos progresivos o de limitar las herencias, han hecho que economistas libertarios del siglo XX como Murray Rothbard lo consideren un “socialista”, algo sin duda extremo, pero que da cuenta de por qué es tan absurdo catalogarlo de fanático o dogmático.

Para Smith la división del trabajo es la principal fuente de crecimiento y desarrollo de un país. Esto es posible debido a que aumenta la habilidad del trabajador al dedicarse a un número pequeño de operaciones. Su postulado lo ejemplifica con una fábrica de alfileres (y lo hace porque existía una fábrica de alfileres muy cerca de donde vivía cuando era niño). Si un alfiler fuera hecho íntegramente por un trabajador, éste se demoraría mucho en estirar el alambre, luego en cortarlo, afilar la punta para finalmente ponerle una cabeza. Es decir, si diez personas realizan aisladamente alfileres, podrían hacer sólo unos cuantos por persona; en cambio, si trabajando juntos cada trabajador se especializa en una parte del proceso (uno corta, otro estira el alambre, otro pega la cabeza, etcétera), al final del día se tendría una producción muchísimo mayor. Esta es la clave del crecimiento económico. Por eso en el primer párrafo del primer capítulo dice que es la división del trabajo la responsable del desarrollo de un país.

No obstante, a pesar de los grandes beneficios que le genera a un país la división del trabajo, Smith considera que esta es la causa principal de que un grupo importante de la población se idiotice, al tener que realizar labores muy mecánicas. Aquí radica la importancia que le da este autor a que el Estado incentive la educación como una forma de mitigar este mal. El diagnóstico de los males de la división del trabajo lo va a compartir Marx plenamente, aunque considerará que los remedios que propone Smith no sirven para superar el daño causado. Y de ahí se abrirá la brecha profunda entre ambos autores.

Esa misma dicotomía Smith versus Marx suele llevar a otros engaños. El escocés no fue un gran defensor de los empresarios. Conoció a muchos en los clubes escoceses y solía despreciar a los “nuevos ricos”, que en la época eran los empresarios del tabaco. Le cargaba la ostentación que hacían y le daba vergüenza ajena. Qué decir de los terratenientes: les dedica una gran cantidad de pesadeces tratándolos de “flojos” como mínimo. Con los empresarios, en cambio, tenía una doble mirada, porque los consideraba imprescindibles para que el país se desarrollara y la economía funcionara, pero asumía que muchas veces tratarían de hacer trampa. Más aún, llama derechamente a desconfiar de cualquier sugerencia política que puedan hacer, ya que sus intereses políticos “no suelen coincidir exactamente con los de la comunidad”.

Así, Adam Smith más que defensor de los empresarios, es un defensor del mercado. Con lo bueno y malo que hay en él. Faltarían páginas de esta revista para llenar con todos sus aportes, la actualidad de sus frases y lo peculiar de los ejemplos dados por él. Por ahora simplemente podemos dar el puntapié inicial a las celebraciones. Queda tiempo para hacer el recuento total. Por ahora, que se prendan las velas.

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