La fascinación de Raúl Ruiz
El «espacio off» en el habla chilena
Así como en las películas hay escenas, acciones, personajes que no se ven, pero su existencia se infiere, en el habla chilena hay muchos aspectos que no están explícitos y si lo están, toman una forma críptica. Este rasgo de la lengua fascinaba al cineasta Raúl Ruiz, quien trataba al español chileno como “idioma flotante”, con sintaxis sorprendentes, inercias, discursos figurados. “Los chilenos hablamos un castellano fracturado, doloroso”, decía el cineasta.
Raúl Ruiz, el cineasta más destacado en la historia chilena fílmica nacional e internacional, se ha distinguido no solamente por su peculiar lenguaje escénico y la polisemia visual de sus narrativas, sino también por su sensibilidad en percibir y poder comentar la manera en que el chileno se expresa a través de la lengua. Lo hizo en varias ocasiones, por ejemplo, en la Universidad de Valparaíso antes de recibir allí el Grado Honoris Causa en 2011, en una entrevista en el Festival de Cine de Rotterdam en 2003 y otras instancias más, algunas de las cuales se encuentran resumidas en un libro de conversaciones publicado por Ediciones UDP (2003). De este modo, para este prolífico autor, el “lenguaje” se convierte en un rasgo que junto con la “melancolía” y el “sentido de humor” forman parte esencial de la idiosincrasia chilena. En palabras de Ruiz, “los chilenos hablamos un castellano fracturado, doloroso”.
El español chileno es un idioma “flotante”, un idioma que muchas veces carece de verbo y/o de sujeto y si los incluye, tiende a desplazarlos dentro de la oración. Por lo tanto, la sintaxis suena rara, resulta “sorprendente”. Los chilenos, como dice Ruiz, “pueden hablar horas sin saber de qué”, la comunicación se asienta en “inercias de palabras, en malentendidos”, lo que hace que “todos los chilenos hablen como en las obras de Samuel Beckett”; es decir, de manera absurda, con un “discurso implícito, se habla entre comillas”, utilizando un “lenguaje hipotético, una especie de lo que en el cine se llama el espacio off ”.
Esto quiere decir que, así como en las películas hay escenas, acciones, personajes que no se ven, pero su existencia se infiere, de igual modo en el habla chilena hay muchos aspectos que no están explícitos y si lo están, toman una forma críptica, oculta y exigen un compromiso mayor por parte del receptor para lograr una comprensión adecuada. En este sentido, al parecer el chileno no respeta o ignora algunas de las máximas de Grice (1975) y de ese modo no se cumple el principio de cooperación ente emisor y receptor. Por eso, la comunicación resulta poco precisa, incluso ambigua, dando lugar a lo que se llama comunicación indirecta. Esta última conlleva muchas implicancias y significados distintos, necesita más contexto para ser entendible y requiere tomar en cuenta factores que no son netamente lingüísticos, sino ligados con la cultura y la mentalidad propia del hablante.
Quizás es por eso que a un extranjero le cuesta comprender a un chileno, más allá de cómo pronuncia o modula. Muchas veces un foráneo se traba o se enreda en algo que para el chileno es obvio, simple de entender e incluso más claro que el agua. Es el típico ejemplo de una misma palabra con varios referentes, como es el uso de la cuestión: ¿a qué cuestión o qué cosa realmente se refiere el chileno? Al parecer carece de precisión, y se convierte en un gran misterio para la mayoría, menos para los mismos chilenos.
Algo semejante pasa con las interjecciones gramaticales mish, tsh, cha, aquellos sonidos que Raúl Ruiz llamaba “formas de escepticismo” que no existen en ninguna parte del mundo y que expresan ciertas emociones relacionadas con el aspecto sorpresivo y muchas veces con otros recursos lingüísticos muy propios chilenos: la ironía y el sarcasmo.
Estos últimos tampoco se entienden siempre, pero junto con los refranes, las metáforas, los eufemismos, conforman el lenguaje figurado, que se ofrece no con el objetivo de malentender, sino para hacerse comprender de una manera distinta. Tal vez estos recursos lingüísticos son también parte integral de lo que es el habla chilena y cómo ésta se define, se siente y se aprecia. Según Raúl Ruiz, “Chile es un país muy risueño, tal vez demasiado… y en disposición a llorar en cada momento”; y esto no lo dice “como una crítica”, sino porque le “parece una capacidad de adaptación muy saludable, en un país con tanto terremoto”.
Con esta declaración, se puede ver un claro ejemplo de esta comunicación figurada, donde ante la desgracia se pone en valor el humor y se destaca la manera tan peculiar del chileno de afrontar las adversidades, con sus chistes, su auto-sarcasmo y auto-burla: no permite que los otros se rían de él, por eso lo hace él primero.
Este gran cineasta chileno logra ver el habla desde adentro y desde afuera, dándonos a entender su doble rol y función: no sólo como un director (emisor), quien conoce bien su lengua, sino también como un espectador (receptor), quien observa, percibe e interpreta los usos lingüísticos. A partir de sus reflexiones se hace válido preguntar: ¿esta oblicua manera de hablar es algo que empobrece la lengua o la enriquece? Quizás es hora de hacer un rewind en este “espacio off ” para poder contemplar el habla chilena y su supuesto misterio.