vegetación y ciudades:

Una cancha dispareja

¿Qué se nos viene a la cabeza cuando hablamos de ciudades latinoamericanas? Si bien cada quien puede responder con distintas imágenes o pensamientos, la evidencia indica algo que comparten estas ciudades: son urbes altamente desiguales y segregadas.

Un reporte de Naciones Unidas publicado en 2014 y que analizó 284 ciudades latinoamericanas mostró que los índices de desigualdad por ingreso en estas localidades suelen ser comparativamente altos, lo que se encuentra asociado a una marcada segregación de barrios por nivel socioeconómico. Según este estudio, Santiago era la segunda capital más desigual de Latinoamérica en términos de ingresos, luego de Brasilia. ¿Pero qué hay de otras desigualdades?

En países con una débil planificación urbana, la desigualdad económica tiende a provocar diferencias urbanas adicionales, que impactan negativamente en la calidad de vida de los habitantes. No es extraño que sectores industriales colinden con barrios de menores ingresos, como tampoco que el comercio y los servicios se encuentren concentrados en zonas de mayores recursos. En algunos barrios, cosas tan simples como encontrar un lugar donde comprar alimentos o un sector arbolado donde refugiarse del calor del verano, puede ser todo un desafío.

La naturaleza, y en particular la vegetación, juega un rol fundamental en la calidad ambiental de las ciudades. Entre otros beneficios, la vegetación urbana ayuda a disminuir las temperaturas máximas en verano y aumentar las mínimas de invierno, contribuye a reducir el material particulado, actúa como una barrera para atenuar el ruido, e infiltra el agua lluvia y reduce la probabilidad de inundaciones. Además, genera espacios de hábitat para otros organismos, como aves e insectos; así como también para los seres humanos.

De hecho, diversos estudios muestran una relación positiva entre salud emocional y la presencia de vegetación en las ciudades. Por ejemplo, un estudio publicado este año en la revista Landscape and Urban Planning, muestra que los estudiantes de Santiago responden positivamente a una mayor presencia de vegetación en sus colegios, presentando mejores indicadores emocionales y mejores rendimientos académicos. En otro estudio, también realizado en Santiago, se observa que los habitantes son capaces de percibir diferencias objetivas en los niveles de vegetación entre barrios y que estas diferencias se traducen directamente en su percepción de calidad ambiental de dichos barrios. Por ello, no resulta extraño que en Santiago los sectores de mayores ingresos sean los que concentran una mayor proporción de la vegetación, y por tanto los que acceden a áreas de mejor calidad ambiental. Un dato revelador es que mientras en Vitacura la superficie cubierta por vegetación puede llegar a más del 60% del total comunal, en Lo Espejo, esa superficie no llega al 6%. No es raro entonces, que, de todas las comunas de Santiago, los habitantes de Lo Espejo sean quienes ponen la peor nota en términos de calidad ambiental al barrio donde viven. Tampoco sería extraño, por tanto, que esta desigual distribución de vegetación se asocie con sentimientos de frustración en aquellos sectores más rezagados.

¿Cómo resolver este problema? Lo primero sería reconocer que tenemos una inadecuada distribución de vegetación en la ciudad, y que esto no sólo es injusto, sino además puede generar conflictos sociales que afectan a la ciudad como un todo. Establecer estándares mínimos de cobertura de vegetación a nivel de barrio, o incluso manzanas censales es otro aspecto importante, de manera de dejar atrás estándares comunales que puedan enmascarar desigualdades ambientales al interior de una misma comuna. Parafraseando a Nicanor Parra; su barrio tiene 80% de vegetación, el mío 0%, promedio comunal= 40%. Otro aspecto importante es el de comprender que los distintos tipos de vegetación entregan distintos beneficios y, por lo tanto, el efecto en la calidad de vida será distinto si ponemos 100m2 de pasto o la misma cantidad en base a árboles. Eso implicará pensar en el rol que cumplirá la vegetación en cada espacio y evitar situaciones absurdas como plantar pasto en bandejones centrales que no tienen acceso.

Un último aspecto, y fundamental de pensar, es el de separar las funciones recreativas de las ecológicas. Por ejemplo, un estándar de x metros de áreas verdes por habitante (como el lamentablemente famoso mito de los 9m2/habitante supuestamente recomendado por la OMS) no mide en absoluto la capacidad de dichas áreas para disminuir la temperatura, reducir el material particulado, o proveer hábitat para una especie en extinción. Es así como se requiere priorizar aquellas zonas con peor calidad ambiental, buscando soluciones innovadoras que permitan incorporar vegetación en lugares donde el espacio para ello es casi inexistente.

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