LA PARADOJA MONOS Y HORMIGAS, SEGÚN ISABEL BEHNCKE

Coexiste en los seres humanos una mochila adaptativa similar a la de los primates, que se organizan en grupos pequeños, pero somos parte de sociedades inmensas que se asemejan a una colonia de hormigas. “Hay que aceptar esa complejidad, enfrentarla y tratar de entenderla lo mejor posible”, explica la científica. También describe algunos de nuestros sesgos cognitivos y nuestra relación con la violencia o el denominado “paisaje del miedo”.

La primatóloga y etóloga chilena primero se hizo conocida por su investigación sobre los bonobos luego de internarse en el Congo en 2009 para estudiar de cerca el comportamiento de esta especie primate que se relaciona de manera notablemente más amistosa y juguetona que sus pares. Desde entonces la voz de la doctora en Antropología Evolucionaria de la Universidad de Oxford; Máster en Evolución Humana de la Universidad de Cambridge; y Máster en Conservación y Licenciada en Zoología del University College of London, ha sido un aporte permanente a la divulgación científica, especialmente a lo que tiene relación con el estudio conductual.

Isabel también se ha desempeñado como académica asociada del Grupo de Investigación en Neurociencia Evolutiva y Social (SENRG) de la Universidad de Oxford; académica senior del Instituto Gruter de Investigación en Conducta Humana e Instituciones, e investigadora y colaboradora del Centro de Investigación de Complejidad Social (CICS) de la Universidad del Desarrollo. Actualmente forma parte del Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación para el Desarrollo.

El pasado 8 de mayo, la primatóloga compartió con la psicóloga evolucionaria estadounidense Leda Cosmides en el Centro de Estudios Públicos como parte de la inauguración del ciclo Ciencia y Humanidad. En esa oportunidad ambas científicas esbozaron algunas de las particularidades del ser humano en cuanto a su manera de organizarse, y en qué se asemeja y diferencia de otras especies. En esta conversación Isabel profundiza en el tema planteando su propia paradoja.

-Sostienes que el comportamiento humano está sujeto a un tema de volumen. Nuestras sociedades han desarrollado grupos sociales más numerosos y por ende más complejos. ¿Cómo incide eso en nuestra conducta?

“Hay una distinción central que cuando uno la tiene clara se te ordenan muchas cosas. La resumo diciendo que somos monos y hormigas. ¿A qué me refiero? Somos monos en el sentido de que tenemos una herencia biológica que viene de los primates, tenemos mentes de psicología coalicionaria, favorecemos a los nuestros que están definidos como familia y comunidades más cercanas. Evolucionamos en grupos pequeños, relativamente hablando. Genéticamente somos seres humanos hace unos 200 mil años. Pero tenemos sociedades súper distintas que hace 50 mil o 10 mil años atrás. Lo que ha cambiado muchísimo es el tamaño del grupo. En Chile vamos a ser 20 millones de habitantes, en el mundo 9 billones. Ese crecimiento demográfico incluye muchos otros cambios, no somos solamente más de los mismos. Aumentó la complejidad social y dado que tenemos cerebros de animal que evolucionó en un grupo pequeño y que ahora forma parte de estas escalas gigantescas, exportamos nuestros mecanismos de interacción con mejores o peores resultados. Y en ese sentido somos hormigas”.

-Desarrolla más en qué nos parecemos a los monos y en qué a las hormigas.

“Efectivamente están los bonobos que no se matan entre ellos, que lo pasan bien. Y también vemos muchos de nuestros rasgos conductuales en los chimpancés que son políticamente muy inteligentes, hacen y deshacen coaliciones, crean y modifican sus tecnologías y también tienen amistades. Todas esas cosas son rasgos compartidos como animales sociales. Pero además existe esta otra dimensión donde vivimos en sociedades gigantescas que tienen paralelo con las sociedades de los insectos sociales. Si piensas en las hormigas, ellas también cooperan y compiten, incluso tienen guerras y mecanismos de identificar quiénes pertenecen a su comunidad versus quiénes no. Como primates tenemos interacciones enfocadas en el cara a cara, nos reconocemos como individuos, exhibimos preferencias en referencia a la calidad de nuestras relaciones. Los insectos sociales tienen sociedades tan gigantescas que consideran otros mecanismos de identificación para determinar quién pertenece y quién no, mecanismos que tienen una función similar a como funcionan en nosotros la religión, símbolos de pertenencia a comunidades geográficas y culturales. Estas heurísticas contribuyen a nuestra toma de decisiones. Ambos niveles coexisten en nuestra cognición y nuestra conducta”.

-Nuestra tendencia a formar coaliciones también contempla ciertas bases morales. ¿Es la moralidad una exclusividad del ser humano como especie?

“Ese es un tremendo tema y hay una gran discusión al respecto. Creo que la moralidad como la exhibimos nosotros está desarrollada a niveles tan sofisticados que no hay ningún animal que se le acerque. Pero al mismo tiempo los cimientos de la moral, los elementos que la construyen, no son exclusivamente humanos, también se pueden observar en otros animales sociales porque en su definición más básica son un conjunto de reglas sociales; cómo actuar, qué es bueno y qué es malo. Qué se tolera y qué se castiga. Entre los bonobos es mal visto matar a los infantes, por ejemplo, pero sí existe una tolerancia a amplia gama de conductas sexuales. Si sigues esa idea, hay ciertas cosas que se repiten en las sociedades y otras que cambian. Unas las podemos entender más fácilmente: ‘no matarás’. Y hay cosas que son mucho más específicas y que pertenecen a ciertas culturas: ‘no comerás de esta comida los viernes’, ‘no ocuparás este tipo de ropa’. No estoy diciendo que esa sea una regla moral, porque habría que entrar en definiciones semánticas, pero sí son elementos básicos con los cuales se construye la moralidad. Cualquier animal social que tiene el cerebro grande, vive largo tiempo y se organiza en grupo, enfrenta problemas similares”.

-¿Cuáles serían esos problemas?

“Hay trade-offs de vivir en grupo: beneficios y costos. Por eso es interesante mirar estas dinámicas de animales sociales en perspectiva, porque empiezan a aparecer ciertos patrones. Pero también hay que tener cuidado con la falacia naturalista que se ha ocupado mucho observando animales y tratando de extrapolar su comportamiento a los humanos. Es decir: ‘Dado que los bonobos hacen eso, nosotros debiéramos hacer lo mismo porque es ‘lo natural’”. La falacia naturalista tiene una historia larga y compleja y se ha mal utilizado. Lo que nosotros hacemos en conducta animal y etología es ocupar el estudio de otras sociedades, ponerlas en perspectiva y entender las dinámicas. Cada especie tiene sus propios derroteros y adaptaciones, hay algunas que por estar más cerca filogenéticamente tienen problemas adaptativos similares y eso te permite entender ciertas cosas”.

-Que no es lo mismo que caer en una especie de “buenismo bonobo”.

“¡Y que sin duda existe! (ríe) Hay un mercado grande de “buenismo bonobo” y artículos en revistas como el New York Times donde se asoma a menudo”.

-Y en el ámbito de la violencia y de las situaciones más extremas. ¿Es ahí donde se ponen a prueba estos límites morales que a veces se desvanecen ante el instinto de supervivencia?

“Creo que la manera más útil de pensarlo no es ofrecer una contraposición de instinto de supervivencia versus moralidad. Eso no sirve de mucho porque la moralidad también es parte de nuestro paquete adaptativo o herramientas de sobrevivencia. Nos constituye, es parte de lo que somos como animal social humano. Lo que complejiza las cosas es que nuestro sentido de moralidad es bastante relativo, aunque nos guste creer lo contrario. Ésta se hace evidente cuando entran en conflicto evaluaciones morales a grupos de pertenencia con los grupos de pertenencia. Estamos más dispuestos a ver las cosas de manera benigna cuando ocurren dentro de nuestro grupo que cuando ocurre en grupos que percibimos como distintos. Ante la misma violación de una regla, si se trata de alguien de nuestro grupo, es más fácil que la justifiquemos. Somos más barreros y relativistas de lo que nos contamos. Eso en el contexto de la violencia lo podemos ver claramente. Hay un biólogo famoso que comenzó una charla describiendo un crimen. Quienes están en la audiencia, como animales morales, juzgan el asesinato. Al terminar la charla se revela la identidad de la persona a la cual mataron: Adolf Hitler. Y entonces el público lo considera bueno. Es un ejemplo simple y extremo, pero ilustra que nuestro problema no es necesariamente la violencia sino cuando ésta tiene consecuencias para nuestro grupo”.

«Ante la misma violación de una regla, si se trata de alguien de nuestro grupo, es más fácil que la justifiquemos. Somos más barreros y relativistas de lo que nos contamos. Nuestro problema no es necesariamente la violencia sino cuando ésta tiene consecuencias para nuestro grupo”

-¿Han fracasado nuestros esfuerzos civilizatorios al pretender erradicar la violencia de nuestro organismo?

“Ambas cosas son ciertas. Claramente tenemos instintos violentos que seguimos ejerciendo. Es cuestión de ver las noticias, no necesito citar ejemplos. Tenemos casos locales, nacionales, globales. Pero al mismo tiempo también es cierto que el mundo hoy es mucho menos peligroso. Las estadísticas lo confirman. A pesar de nuestra percepción, no creo que hayamos sido tan pacíficos en la historia de los seres humanos
como lo somos ahora. La probabilidad de que una mujer o un hombre muera bajo las manos de otro ser humano con violencia, ha bajado muchísimo”.

-Pero como habitamos el presente solemos tener una mirada catastrofista. ¿Nos falta perspectiva?

“Nuestras mentes no son estadísticas. No evolucionaron para comprender la complejidad social de 20 millones de personas en un país o 9 billones globales. Lo que sí perciben son noticias. Como primate visual estás consumiendo un feed constante que te está mostrando violencia, absorbes eso y dices ‘estoy viviendo en un ambiente muy violento’. Ver esas imágenes gatilla centros de alarma que son biológicamente muy antiguos: el miedo. Son emociones profundas y poderosas. Y como no tenemos mentes estadísticas, es lo que percibimos. Si estoy viendo la noticia de portonazo o una mujer que fue asesinada, como animal social absorbo lo que se llama el paisaje del miedo. Cómo los animales modificamos nuestras conductas en relación a las amenazas percibidas en un ambiente. Y además ahora tenemos estas tecnologías que amplifican la información. Antes te lo hubieran contado al anochecer al juntarse alrededor del fuego”.

-Volvemos a la variable del volumen. Antes nos relacionábamos con nuestro grupo más cercano, ahora los medios de comunicación y las redes sociales hacen que vivamos insertos en la inmensidad de estos relatos.

“Y como no tenemos cognición estadística nos cuesta juzgar la distancia. Antes no te enterabas de un asesinato en EEUU o en China. Ojo que aquí no me estoy refiriendo a si ha aumentado o no la violencia en Chile. No se trata de eso. Estamos hablando de qué pasa con nuestros sistemas de percepción y el paisaje del miedo. Para un organismo el costo de no recordar un acto de violencia es más grande, por eso hay sesgos que nos hacen prestar más atención a eventos negativos o peligrosos. Ejemplo: Si estás caminando por un jardín oscuro y ves una forma sinuosa que puede ser una manguera o una serpiente, a tu organismo le conviene saltar. Aunque pase diez veces. Si es que era una manguera lo peor que puede pasar es hacer el ridículo. Pero si una de esas diez veces, por no alarmarse, no saltaste y era una serpiente, el costo es mucho mayor. Ese sesgo hace que recordemos mucho más los eventos de violencia y de miedo”.

– ¿Ese sesgo lo tenemos incorporado ancestralmente?

“Sí. Y los efectos son muy evidentes, por ejemplo en la conducta en redes sociales. Si publicamos algo y hay nueve comentarios positivos, pero uno negativo, ese es el que vamos a recordar. Eso para añadir una capa más a la complejidad que traen las tecnologías de amplificación y que hay que entender desde nuestra propia cognición”.

-¿Nuestra comprensión es más limitada de lo que somos consciente?

“No se trata de que seamos poco inteligentes. Es entendible que nuestra cognición sea así. Al comprender nuestro sesgo podemos compensarlo y ver maneras de estar menos limitados. Hay que partir por ahí. Tienes que conocer al animal con el cual estás trabajando y cuáles son nuestros mecanismos adaptativos como seres humanos. Somos cortoplacistas, pero hay muchos temas que estamos entendiendo gracias a la ciencia, como la crisis medioambiental, que es un asunto de largo plazo. Ante el cambio climático mucha gente dice: ‘¿por qué no somos capaces de detenerlo?’ Pero es difícil, no tenemos mentes que sean naturalmente de largo plazo. Otro sesgo nuestro es la inmediatez, definida en el tiempo pero también en la proximidad física y geográfica. Nos importa más lo que ocurre en la casa de al lado, que en China, eso también es entendible.

“En Chile vamos a ser 20 millones de habitantes, en el mundo 9 billones. Ese crecimiento demográfico incluye muchos otros cambios, no somos solamente más de los mismos. Aumentó la complejidad social y dado que tenemos cerebros de animal que evolucionó en un grupo pequeño y que ahora forma parte de estas escalas gigantescas, exportamos nuestros mecanismos de interacción con mejores o peores resultados”

-¿Podríamos decir que nuestras mentes no están tan globalizadas como el mundo en el que vivimos?

“Eso es lo interesante: sí y no. Los sesgos de nuestra cognición funcionan de esa manera -somos monos- pero al mismo tiempo tenemos estas tecnologías de amplificación que nos muestran el resto de la sociedad e interacciones con personas que nunca vamos a conocer en persona -somos hormigas-. En la cabeza no tenemos ordenados estos niveles de interacción que llamo la paradoja “monos y hormigas” y que es una metáfora para tratar de entender el fenómeno complejo del ser humano. Me hace pensar en la frase de Nicanor Parra: ‘Tarea para la casa, aprender a vivir la contradicción sin conflicto’. Tenemos distintas capas que a veces entran en conflicto entre ellas. Y no creo que eso vaya a cambiar; vamos a seguir siendo monos en el sentido en que tenemos determinada herencia psicológica y biológica. Somos animales sociales. Hay otras cosas que sí van a cambiar, pero no me compete hacer predicciones ni entrar en la futurología. Lo que ocurre hoy es que también estamos siendo hormigas en el sentido en que vivimos en sociedades mucho más grandes que las cuales donde evolucionamos. Por ahora no hay vuelta atrás. Hay que aceptar esa complejidad, enfrentarla y tratar de entenderla lo mejor posible. No es fácil, pero no creo que haya mejor opción. Estamos conscientes de vivir en un planeta con 9 billones de personas y al mismo tiempo seguimos siendo tribus. Esa dinámica ocurre constantemente. No es bueno ni malo.
Es así”.

“Como primate visual estás consumiendo un feed constante que te está mostrando violencia, absorbes eso y dices ‘estoy viviendo en un ambiente muy violento’. Ver esas imágenes gatilla centros de alarma que son biológicamente muy antiguos: el miedo. Son emociones profundas y poderosas. Y como no tenemos mentes estadísticas, es lo que percibimos”

-Y en ese sentido, ¿qué nos pasó durante la pandemia?

“Tenemos una manera de socializar que se llama fisión/fusión, en la cual como animales no andas en una manada constante, sino en subgrupos que se juntan y se separan de forma dinámica. en la mañana sales de tu casa donde vives con tu pareja, hijos o con tu mascota. Luego están los vecinos y los compañeros de trabajo. El fin de semana los amigos o familia extendida. Hay otros conocidos que ves un par de veces al año. Tenemos distintas capas de interacción que se pueden medir según diversos rangos; gente cuya muerte te desbarataría la vida, gente con la que te tomas un café si te la encuentras o gente a la que le prestarías plata si te la pide. En general es un contacto cara a cara y es una forma de relacionarse antigua y acotada. Roberto Carlos estaba equivocado, no se puede tener un millón de amigos porque nuestro presupuesto social es finito. Lo que es nuevo es que estas capas se agrandaron a personas que nunca voy a ver. Y una de las cosas que pasaron durante la pandemia es que se eliminaron las capas intermedias de interacción. Estabas sola o con el grupo pequeño con quienes vivías y luego tenías directamente la interacción con las noticias y las redes sociales en sus capas más globales. Nos quedó sólo el grupo más pequeño y después salto al más amplio. Hubo aumento de abusos, adicciones y enfermedades mentales, hay suficiente evidencia de que el aislamiento tiene costos importantes para el ser humano. Pero como animal social, también el perder la interacción regular cara-a-cara tuvo un costo”.

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