UNA HISTORIA DEL ARTE CON ANIMALES

La imagen de perros jugando póker se la debemos a Cassius Marcellus Coolidge. Si nos detenemos en su obra Un amigo en apuros -que ha sido reproducida hasta alcanzar la categoría de lo kitsch- encontramos una pintura que, desde la antropomorfización, invita a empatizar con los animales retratados.

La relación humano-animal es una interrogante que ha permeado el debate filosófico desde sus manifestaciones más tempranas (Aristóteles ya la tematizaba en sus discusiones del alma) y su pervivencia en el presente nos reafirma su relevancia.

Un amigo en apuros (1903) del pintor estadounidense Cassius Marcellus Coolidge muestra un grupo de perros sentados alrededor de una mesa jugando póker. La pintura es parte de una serie encargada por la empresa de publicidad Brown & Bigelow. Quizás es por esto que la aproximación del artista es directa y su pincelada trata de capturar con un cierto grado de realismo las características anatómicas de los perros, pero al mismo tiempo, otros elementos, como los vasos de whiskey y las fichas de póker, retienen una cualidad caricaturesca, propia del lenguaje publicitario de la época. Esta tensión entre lo realista y lo caricaturesco enfatiza uno de los aspectos centrales de la serie: la antropomorfización de los caninos; en ocho de los lienzos restantes se repite el motivo de los perros jugando al póker, mientras que los otros siete se centran en diver- sas situaciones cotidianas que asociamos al quehacer del humano: el ocio, el duelo, etc. ¿Qué nos dice la obra de Coolidge sobre la relación humano-hombre?

Si miramos la pintura con detención, podemos ver que uno de sus puntos focales es la interacción entre el bulldog blanco y el perro que se ubica a su izquierda. El bulldog le entrega una carta que le hace falta a su amigo. A través de este gesto, se cita a artistas como Caravaggio y a George de La Tour, que en Jugadores de carta de fines del siglo XVI y El tahúr del as de diamantes del XVII nos presentan un motivo similar, pero protagonizado por humanos. También aparecen conexiones con la obra de David Teniers el Joven y de su hermano Abraham, quienes, contemporáneamente a de La Tour, juegan con la antropomorfización de animales en pinturas como Monos bebedores y fumadores y Barbería de monos y gatos, respectivamente. De esta manera, Coolidge inserta su obra dentro de la tradición artística occidental, a pesar de que hasta el día de hoy su pintura ocupa un lugar conflictivo en la Historia del Arte, ya que su trabajo no ha sido exhibido en museos de arte y sus imágenes de perros han sido reproducidas en fundas de almohadas, papeles murales, etcétera, resaltando sus orígenes publicitarios y situándose en la categoría de lo kitsch, más que en la del arte que merece de una consideración más seria. Sin embargo, si en las obras de Ca- ravaggio y de La Tour, el engaño, como demostración de las pasiones humanas, se presenta como advertencia para los ingenuos, adquiriendo así una función moralizante, el título de la pintura en cuestión -Un amigo en apurosparece romper con esta costumbre y apela a otra cosa: la solidaridad entre pares.

Este gesto solidario, mirado desde la antropomorfización que define a la pintura, nos incita a empatizar con los animales retratados. Como plantea Dan Barry, columnista del New York Times, en una pieza sobre Coolidge, la humanización de los animales que está al centro de la obra del artista, nos muestra un mundo más justo, “donde los pulgares oponibles no son requisito para sostener una cerveza” o realizar otras actividades cotidianas; sin embargo, pareciera que hay un componente esencial de lo humano que depende de esta cotidianidad. De este modo, Coolidge nos está diciendo que estos perros son iguales a nosotros, que comparten valores fundamentales de lo que nos hace humanos, como lo son la compasión y la protección de otros. Y parece que de eso se ha tratado el debate reciente y sus ramificaciones políticas y legislativas, de igualar al animal al humano en función de sus similitudes. ¿Pero es necesaria la semejanza para pensar la justicia en la relación humano-animal?

En El animal que estoy si(gui)endo, Jacques Derrida narra una anécdota con su gato, en la cual éste lo observa fijamente mientras él está desnudo. El filósofo francés analiza este encuentro y propone que la mirada de un animal nos constituye como sujetos desde su propia otredad, es decir, la semejanza no es necesaria para reconocer a otro, expan- diendo así el entendimiento de la alteridad de Emmanuel Levinas. De manera similar, en su texto When Species Meet, Donna Haraway analiza las relaciones que establecemos con las denominadas “especies de compañía”. Haraway, tomando elementos de las propuestas filosóficas de Deleuze & Guattari, nos dice que como seres humanos estamos en un constante devenir con otras especies. Así, la académica estadounidense apunta al rol constitutivo de las relaciones interespecie para la naturaleza humana. En ambos casos, el otro no humano o más que humano no se reconoce por su semejanza, sino que, por el contrario, es precisamente la experiencia de alteridad radical la que se vuelve central.

A partir de estas reflexiones, resulta interesante y provocador pensar la Historia del Arte desde o con los animales. ¿De qué maneras cambiaría la narración si es que en vez de centrarnos en los Arnolfini en el retrato de Van Eyck pu- siéramos a su perro como foco? ¿Qué tipo de relato surgiría si se considerara sólo imágenes con animales al centro? ¿Qué lugar ocuparía la obra de Coolidge en un contexto así? Finalmente, ¿qué nos diría este ejercicio respecto a las relaciones interespecie que, de acuerdo a Haraway, son fundamentales para pensar nuestra propia naturaleza como humanos?

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