CECILIA PUGA, DIRECTORA DEL MUSEO CHILENO DE ARTE PRECOLOMBINO:
“PARTE DE NUESTRA MISIÓN ES REPARAR CONFIANZAS”
Luego de atravesar una profunda crisis de financiamiento y permanecer cerrados casi tres años, hoy el Precolombino está plenamente activo “poniendo sobre la mesa temas sobre el debate cultural contemporáneo en Chile”. Sobre el rol educativo, la importancia de incluir la visión de los pueblos originarios en la representación de nuestro pasado y otros desafíos propios de estos tiempos, habla la arquitecta y directora del museo.

Asumió como directora del Museo Chileno de Arte Precolombino en 2021. El estallido social y la pandemia les pegófurte y durante ttres años estuvieron practicamente cerrados. Les tocó celebrar sus 40 años en medio de una profunda crisis financiera. Tres años después la arquitecta Cecilia Puga sonríe visiblemente más aliviada: acaban de volver al nivel de visitas prepandemia -esperan cerrar el año con más de 200 mil beneficiarios-, han hecho reestructuras importantes, conseguido apoyos privados y echado a andar programas que se vinculan con la educación. Además, acaban de inaugurar una exposición que califica como “muy relevante”. Hay movimiento, se nota. “El centro de Santiago está lleno de vida. Tenemos que ser capaces de erradicar esta sensación que se ha construido a través de los medios de comunicación de que el centro es sólo un ámbito de peligro. No es verdad, sigue siendo un foco de cultura relevante para nuestro país”, dice sentada en el café del museo ubicado en Bandera, a pasos de Plaza de Armas.
Con la perspectiva del tiempo, ¿cómo ves la decisión de asumir un barco que parecía -al menos- peligrando en medio de una tormenta perfecta?
Fue un momento súper duro. Considerando que el cierre de las fronteras por la pandemia implicaba una pérdida de nuestro presupuesto un 40% (provenientes de las visitas extranjeras). Hicimos economía de guerra, cerramos el museo, tuvimos que reducir un 30% del personal, que fue muy triste. Hicimos una campaña, creamos un grupo de amigos del museo con pequeños aportes (que suma unas 300 personas y todavía crece), y recibimos donaciones importantes del mundo privado; empresas y fundaciones. Gracias a eso resistimos hasta enero del 2023 que volvimos a abrir.
«Visto en retrospectiva ha sido súper interesante para mí y también una oportunidad para revisar muchos temas del museo y la manera en que estábamos organizados. Es importante que un proyecto como este, con una colección única en América Latina, se mantenga en el tiempo. Debemos asegurarnos de que llegue a cumplir 40 años más. Si este museo se cerraba, nunca más Chile iba a tener acceso a este conocimiento, a este acervo, a esta belleza, a toda la riqueza cultural que hay detrás de esta colección», enfatiza.
No construimos Machu Picchu, pero construimos desde una naturaleza ruda, difícil y eso nos tiene que decir algo sobre nosotros”
– ¿Cómo fundamentarías la importancia de conservar un museo precolombino? ¿Por qué debe importarnos nuestro pasado lejano?
– Es absolutamente necesario mirarnos a nosotros mismos como personas que habitamos el continente a la luz de esta profundidad histórica y cultural. Algo muy distinto a construirnos a partir de la Independencia. Es otra comprensión de nuestro país y también de los pueblos originarios que siguen teniendo continuidad con las culturas precolombinas. Aparte de ser una colección invaluable de gran riqueza estética y material, hay un tema de identidad: desde dónde nos situamos para mirar nuestro presente y nuestro futuro. Dónde estamos parados con relación a este pasado que es muy rico en muchos aspectos. Nuestra historia no se celebra sólo en bicentenarios, se celebra en miles de años de profundidad. Creo que nos hace muy bien mirar esa profundidad cultural porque ha tendido a representarse Chile como pura naturaleza. Generalmente es como el país busca venderse; naturaleza prístina en términos biológicos, ecológicos, de ecosistemas… Todas verdades, pero no es lo único.
– ¿Crees que forma parte de nuestra idiosincrasia, esa tendencia a apocarnos, en este caso cuando nos comparamos con países como Perú o México que tienen inmensa riqueza arqueológica?
– Quizás, pero lo de nosotros tiene rasgos muy heroicos. Hace un tiempo tuvimos una exposición sobre los changos, pueblo de recolectores que operaban en las costas del norte de Chile. Desde el punto de vista de infraestructura, no construían ciudades, ni estructuras permanentes, se desplazaban. Pero dentro de esa economía tan rudimentaria, fueron capaces de que una persona arriba de una balsa construida con pieles de lobos de mar cazara ballenas generando alimento, pieles, instrumentos para toda la comunidad durante un año completo. Esto en la costa más árida del mundo. ¡Es muy impresionante! Está graficado en la pintura rupestre del norte y es emocionante porque uno aprecia la dimensión de la hazaña absolutamente épica. Podemos empezar a entendernos también desde esa dimensión. Si uno empieza a comprender el esfuerzo de todas estas culturas, cómo han logrado lidiar, dialogar, establecer vínculos con la naturaleza y con otras culturas, es impactante. No construimos Machu Picchu, pero construimos desde una naturaleza ruda, difícil y eso nos tiene que decir algo sobre nosotros.
– ¿En ese sentido cuán clave es la misión educativa dentro del museo?
– Fundamental. Es uno de los focos más relevantes y tenemos una alianza con Fundación Olivo que ha sido un apoyo absolutamente extraordinario porque nos ha permitido a través de recursos que nos han entregado, de capacitación y de metodología, crecer en ese ámbito de la educación en estos últimos tres años, de una manera que no lo habríamos soñado antes. Hoy estamos siendo capaces de abarcar un número más amplio de público, haciendo itinerancias, trabajando contenidos web, enriqueciendo la experiencia de los colegios y sus alumnos.
– ¿Sientes que el museo está más vivo que nunca?
– Diría que el museo ha tenido, producto de alianzas y trabajo en conjunto, la capacidad de ir asumiendo los desafíos que le tocan hoy, que no son los mismos de antes. Cuando llegué había solidez académica, intelectual, curatorial. Siempre digo que seguí con el vuelito porque el equipo de Carlos Aldunate hizo un trabajo extraordinario. Pero hoy estamos enfrentados a otros escenarios, la tecnología ha revolucionado las demandas sobre las instituciones culturales, también en reconocimiento de temas que son relevantes y que están siendo debatidos en todas partes: cómo se construyen las narrativas, quiénes forman parte de esas conversaciones, cómo participan en ellas quienes han mantenido tradiciones vinculadas a las piezas que forman parte de nuestra colección. Hay una demanda desde los públicos y audiencias para que los museos sean lugares de encuentro e intercambio, y no vitrinas unidireccionales.
«Hay un tejido que los museos hoy día están buscando reparar o reconstruir desde un lugar distinto, con una participación mayor, reconociendo en el otro la posibilidad de incidir, de proponer, de intervenir. Eso nos parece súper estimulante”
– ¿Cómo nos reeducamos?
– Es un aprendizaje común. Tenemos un proyecto emblemático que viene desarrollándose desde hace un par de años. Se llama Catálogo razonado y está vinculado a la Sala Chile. Consiste en estudiar las piezas de las colecciones cuyas culturas han tenido continuidad histórica, de norte a sur. Ya no desde el mundo de la academia, de la arqueología, de los estudios formales, sino desde los saberes que están alojados en los pueblos originarios. Un acervo documental generado no desde el historiador blanco -por decirlo de alguna manera- sino que desde el mundo indígena propiamente tal. Con especialistas indígenas y también participación de las comunidades, como los artesanos que han mantenido la producción de cerámicas, platería, metal, madera, textil, y que han venido a trabajar directamente sobre las piezas. Este proyecto entronca con los mega debates que están teniendo lugar en muchos museos del mundo y que tiene que ver con la participación de los herederos de cuyas piezas somos custodios. Cómo participa el mundo vivo y cómo entendemos que estos museos no sólo representan el pasado precolombino, sino que representan también el presente de América. Es un proyecto muy emblemático a nivel global. Si hay algo relevante que estamos haciendo en el ámbito de la interculturalidad, de captar conocimientos que están latentes pero que no están presentes en los museos, Catálogo razonado es uno de ellos.
La arquitecta menciona que participan del proyecto en la sección mapuche el Historiador del Arte y curador, Cristián Vargas Paillahueque; la parte rapanui estuvo a cargo de Enrique Carrasco Hotus y en el capítulo atacameño está el arqueólogo Ulises Cárdenas. El próximo año pretenden continuar con lo aimara, quechua y diaguita.
-Te has referido, tanto en tu labor a la cabeza del museo como en tu trabajo arquitectónico, al concepto de reparación. ¿Catálogo razonado tiene que ver con reparar?
– Nuestra misión número uno, después viene todo el resto, es conservar esta colección para el presente y el futuro. Pero también tiene que ver con reparar confianzas, reparar nexos, reparar la manera en que los museos como instituciones se han vinculado con las comunidades tanto de pueblos originarios como también públicos, audiencias, vecinos. Hay un tejido que los museos están buscando reparar o reconstruir desde un lugar distinto, con una participación mayor, reconociendo en el otro la posibilidad de incidir, de proponer, de intervenir. Eso nos parece súper estimulante. Creemos que de alguna manera contribuye a crear una mejor convivencia. El año pasado, con ocasión de los 50 años del Golpe, tu- vimos una exposición muy bonita que se centró en eso. Esperamos contribuir a reparar una convivencia que ha sido difícil en Chile en los últimos años.

– ¿Un recordatorio de que tenemos un pasado en común?
– Que tenemos un pasado en común, que podemos conversar de todo. Entender el museo como un espacio donde todas las opiniones caben, donde el debate tiene que excluir cualquier eslogan, cualquier animosidad, cualquier actitud discriminatoria. Si logramos aportar a que esos debates se den en ese nivel, incluso los más conflictivos, los más dolorosos, creemos que estamos cumpliendo una de las misiones importantes que una institución como esta tiene hoy.
– En estos tiempos de inmediatez, donde todo es rápido y/o desechable, ¿un museo como el Precolombino se presenta como una oportunidad de detener el vértigo y encontrar un paréntesis de trascendencia?
– Eso es súper importante para nosotros. Mantener la perspectiva que son más de 7.000 años de historia representada en piezas y objetos producidos por personas que habitaron estos territorios. Y además es una institución con más de 40 años que ha sabido dialogar y encontrarse con las personas con una perspectiva más profunda.
– ¿Se puede ser antiguo y moderno a la vez?
– Totalmente. Creo que hoy día lo estamos demostrando. El museo está poniendo temas sobre el debate cultural contemporáneo en Chile. Somos una institución que está anclada en el presente y que mira al futuro.