Las tramas de lo impreso

Si la ilustración, la publicidad o lo noticioso son indisociables de los sentidos que la literatura adquirió en revistas y suplementos de prensa, también lo son los elementos que les dan forma en una edición posterior como libro. En este tipo de publicaciones, otras conexiones se vuelven visibles, como la relación que un cuento tiene con otros del mismo autor o con el repertorio de literaturas que se disponen como parte de la colección editorial de la que forma parte.

La literatura, en particular la narrativa, se masifica en el siglo XIX con la ampliación de los públicos lectores de la mano de la novela como género y, aunque la historia nos ha acostumbrado a creer que el soporte privilegiado de lo literario fue el libro, lo cierto es que la mayoría de los textos que hoy conocemos como clásicos vieron la luz en periódicos o revistas. En ellos, la literatura formó parte de las tramas de lo impreso, en las que los libros constituían una parte menor, conviviendo con almanaques, afiches publicitarios, etiquetas comerciales, cajetillas de cigarrillos, tarjetas de visita, grabados de moda, álbumes de recortes y un sinfín de otros impresos en los que las imágenes proliferaban junto a lo literario. De hecho, y como ha demostrado Michael Twyman, la mayoría de las imprentas sobrevivieron y se modernizaron técnicamente gracias a estos trabajos menores, que hoy conocemos como impresos efímeros, y no por los libros o revistas.

Los impresos efímeros, producidos para una función específica después de la cual se consideraban descartables, propiciaron un tipo de lectura que William Acree ha llamado cotidiana y que ayudó a alfabetizar a distintos públicos, no sólo entrenándolos en la competencia de decodificar signos, sino también la de ligar y jerarquizar los elementos de una serie, una habilidad central para el tipo de lectura que suponían las largas novelas que se publicaron por entregas en los periódicos del siglo XIX. Imaginemos, por ejemplo, la dificultad que ha de haber supuesto para los lectores de León Tolstoi en el periódico El Mensajero Ruso, leer las mil páginas de la novela Ana Karenina publicada allí durante cinco años (1873-1877), siguiendo las peripecias de los siete personajes centrales cuyas historias se despliegan de manera paralela, pero que necesariamente se van entretejiendo en una construcción de joyero: ésta debía ajustarse al límite de palabras que le asignaba el periódico, asegurando además que la trama pudiera seguirse sin olvidar los detalles decisivos ya conocidos ni perder el interés por cómo ésta se desplegaría en la siguiente entrega. Sin las láminas coleccionables con imágenes de las principales escenas de óperas y novelas que acompañaron promocionalmente las cajetillas de cigarrillos en diversas partes del mundo, por ejemplo, destrezas tan importantes a la hora de leer como reconocer y recordar escenas integrándolas en tramas o series extensas, hubieran tardado mucho más en desarrollarse entre lectores sin educación formal o con una educación formal incipiente.

Otro elemento fundamental que ayudó a leer narrativa en las revistas y seguir argumentos que en general eran más largos que los de otros contenidos en dichas publicaciones, fue el dibujo. Al comenzar el siglo XX, la fotografía se había masificado, pero el dibujo sobrevivió en las revistas para señalar la fantasía de lo literario, agregando capas de sentido a estas producciones y amarrándolas muchas veces a oficios, como el de ilustrador, y a otros contenidos de las revistas que también se señalaban mediante dibujos, como la moda y la publicidad. En los montajes que estructuran una revista ilustrada moderna se mostraba lo más nuevo y se remediaban (Bolter y Grusin) formas de lo impreso ya conocidas, como figurines o fashion plates, afiches y etiquetas, que convivían en estas publicaciones con largas columnas de texto de cuentos o reportajes. Es este desafío permanente de reconocer convenciones de lo visual y poner a funcionar otras en contextos cada vez más estratificados y abigarrados de información, lo que Mary Favret llamó el pathos de la lectura moderna.

Aunque en Latinoamérica hubo muchas revistas que mantuvieron lo literario asociado a diversos tipos de trabajo intelectual, pero sin “contaminarlos” con otros contenidos, como Sur en Buenos Aires y Atenea en Concepción, muchos autores y autoras dieron a conocer sus cuentos dentro del tráfago de las noticias y la publicidad en revistas misceláneas como Mundo Argentino, Caras y Caretas o El Hogar en Argentina y revista En Viaje, Zig-Zag o Familia en Chile. También es habitual encontrarlos en el suplemento de un diario masivo, como ocurre con Jorge Luis Borges en el Suplemento Multicolor de los Sábados en el diario Crítica o con muchos escritores chilenos en las portadas dominicales del diario La Nación en la década del ‘30.

De esta manera, cabría preguntarse por lo que Casa tomada de Julio Cortázar perdió al publicarse en antologías de cuentos sin las hermosas ilustraciones de Norah Borges que lo acompañaron cuando apareció por primera vez en Anales de Buenos Aires. Lo mismo podría decirse sobre La historia universal de la infamia de Borges, un conjunto de cuentos que han circulado por décadas sin las ilustraciones de Premiani, Pascual Güida o Parpagnoli que los acompañaron en el suplemento del diario Crítica cuando se publicaron por primera vez en 1933. ¿Cómo disociar la “infamia” que denuncian esos cuentos de los innumerables infames y canallas que el diario retrataba en la crónica policial o en el mismo suplemento? Por otra parte, una vez que se lee Triunfo, el primer cuento de Clarice Lispector que fue publicado en mayo de 1940 en la revista brasileña PAN- Expressao do Pensamento Mundial, es difícil disociar esa historia de una mujer, que intenta sobreponerse al abandono de un artista fracasado, de la noticia de portada en la que se muestra un elocuente dibujo de una batalla por mar en la que los Países Bajos son dominados por la Alemania nazi. El triunfo y la derrota adquieren allí connotaciones que sin duda quedaron amarradas a ese cuento, un relato que además no se publicó como libro en vida de Lispector.

Los narradores que alcanzaron más notoriedad en Chile vieron sus cuentos publicados en distintas revistas, chilenas y extranjeras, y los amarres que en ellas se produjeron determinaron en muchos casos cómo fueron recibidos dichos autores por distintos públicos, como ocurrió con Marta Brunet, Manuel Rojas o Ernesto Montenegro en la revista argentina Caras y Caretas o con María Luisa Bombal en Sur. Dentro del país, hubo revistas de corta duración en las que no sólo la poesía de vanguardia fue llamativamente ilustrada sino también los cuentos. Estas ilustraciones que incluso opacan los textos que acompañan, como ocurre en el primer número de la revista literaria quincenal Lecturas editada por Amanda Labarca y dirigida por Enrique Délano entre 1932 y 1933, en la que el cuento de Augusto D’Halmar El abuelo comparte espacio con la ilustración de Alfredo Adduard, la que además aparece sin el cuento, reproducida a color como imagen de portada.

Para concluir, el punto que interesa poner de relieve no es la necesidad de una lectura que privilegie un contexto de producción como más “auténtico” que otro posterior, sino destacar que la literatura de los siglos XIX y XX participa muy materialmente de las tramas de lo impreso, y que este es un hecho que cabría tener en cuenta como parte de la vida de esos escritos. Si la ilustración, la publicidad o lo noticioso son indisociables de los sentidos que la literatura adquirió en revistas y suplementos de prensa, también lo son los elementos que les dan forma en una edición posterior como libro. En este tipo de publicaciones, otras conexiones se vuelven visibles, como la relación que un cuento tiene con otros del mismo autor o con el repertorio de literaturas que se disponen como parte de la colección editorial de la que forma parte, por ejemplo. La literatura de esos siglos que seguimos leyendo y publican- do en el siglo XXI participa de las múltiples tramas de lo impreso y participará también de las tramas de lo digital, y es en ellas que adquirirá nuevos sentidos.

 

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