Intimidad y resonancia: a la conquista de la audiencia
La guitarra como instrumento de concierto dentro del mundo de la música clásica siempre ha convivido con tensión en torno a su espacio. Demasiado popular para algunos, con un repertorio particular para otros, y mirada con sospecha por los restantes, la guitarra se incorporó con fuerza a los grandes escenarios tradicionales durante el siglo XX.
Nicolás Emilfork
Núcleo de Música

¿Cual es el lugar de la música clásica en nuestra sociedad contemporánea? Desde el punto de vista estadístico a nivel de conciertos en vivo, la audiencia tiende a visibilizar la música clásica como el formato orquestal, que impresiona por su tamaño, sonoridad y magnificencia. No es casualidad que, durante el último tiempo, diversos espectáculos de grandes orquestas estén cobrando especial relevancia a través de la interpretación de bandas sonoras de películas, series de televisión u otras fuentes similares. No obstante, las interrogantes guardan relación en su efectividad o posibilidad de que abran la puerta hacia otros repertorios, otras posibilidades de música de cámara o incluso otros períodos estilísticos. Lo que sí se puede afirmar, es que este tipo de conciertos buscan generar una emocionalidad distinta, más próxima a la magnificencia, el estruendo, el impacto, y la experiencia sonora a nivel de grandilocuencia en torno al sonido.
Sin embargo, una dimensión poco explorada, y quizás a contracorriente, es la posibilidad de encontrar en la música clásica un espacio de intimidad y resonancia que pocas músicas pueden generar. En otras palabras, un lugar de impresiones subjetivas, personales y únicas, donde el objetivo sería conmover a través de la experiencia sonora íntima que dialogue con la alegría, la melancolía, el recuerdo y la introspección. Porque si uno analiza los comienzos de la música instrumental están estrechamente vinculados a la experiencia individual de los primeros repertorios solistas, desde el renacimiento hasta nuestros días. Y en este punto, es quizás donde uno de los instrumentos más presentes en la música popular, o de tan fácil acceso para muchos puede cobrar una relevancia fundamental, como es la guitarra.
¿Cuál es el lugar que las nuevas corrientes de formación de audiencias pueden vislumbrar en torno a este instrumento? La guitarra dentro del mundo de la música clásica siempre ha convivido con tensión en torno a su espacio. Demasiado popular para algunos, con un repertorio particular para otros, y mirada con sospecha por los restantes, se incorporó con fuerza a los grandes escenarios tradicionales durante el siglo XX, estrechamente vinculada a la figura de Andrés Segovia. Sin embargo, la guitarra y todo el repertorio de cuerda pulsada han estado presentes desde el Renacimiento, llenando ese espacio de intimidad necesaria en el marco de la existencia humana, lo que le permite hacer cierta una historia clave dentro del proceso de consolidación del repertorio y las posibilidades que ofrece para el crecimiento de las nuevas generaciones.
Quizás su primer antecedente a nivel de repertorio es el laúd renacentista presente en diversos lugares de Europa entre los siglos XV y XVI. Pese a que existía la guitarra renacentista propiamente tal, eran el laúd junto con la vihuela los instrumentos de cuerda pulsada y solistas que poseían la mayor parte del repertorio. Ambos instrumentos eran parte de las cortes donde destacados solistas prestaban sus servicios. En el caso de la vihuela podemos nombrar a Luys de Narváez como servidor de Felipe II o John Dowland en la corte de Christian IV de Dinamarca. Justamente, lo más importante es el espacio que dichos instrumentos ganaron en las cortes, para ser depositarios de un repertorio complejo y refinado por su intrincación polifónica. Porque además de las innumerables danzas que eran llevadas al instrumento, el laúd era caracterizado por una serie de obras de gran carácter contrapuntístico, alta imaginación compositiva, y de obra de gran longitud y experimentación de voces, lo que implicaba dificultad para intérpretes y músicos que intentaban ejecutarlas. No es casualidad que en dicho repertorio se encuentren las canciones favoritas del Rey de España, o que en el caso de Dowland a través de sus canciones y textos nos diéramos cuenta del pesar del exilio y el abandono. Porque aquí es donde el laúd y la cuerda pulsada ganaron un espacio fundamental: fue uno de los instrumentos solistas claves del período y al mismo tiempo un soporte armónico de todas las canciones que empezaron a ejecutarse al final del Renacimiento y que anticiparon el advenimiento del Barroco.
Es importante recordar que los conciertos públicos aún no existían, lo que permite imaginar y visualizar la audiencia probable. Diversas fuentes dan cuenta de que se trataba de un repertorio para escucha en formato personal y en espacios pequeños, esto determinado por la capacidad de volumen del instrumento. Posteriormente, durante el siglo XVII la guitarra sigue cultivando un perfil de instrumento solista con un repertorio marcado por la presencia de suites y danzas configuradas por guitarristas barrocos de la época. Si bien la guitarra se utilizará como apoyo en el continuo, ya sea acompañando canciones o agrupaciones propias del estilo, es el repertorio solista y su rol como instrumento expresivo el que configurará el camino a la consolidación de la guitarra clásica y romántica.
No es casualidad que varios lieder de Schubert estén concebidos también en acompañamiento de guitarra, instrumento que ya durante el siglo XIX había alcanzado un lugar dentro de los circuitos de conciertos de la época. Las composiciones de otros grandes creadores del período como Fernando Sor, incluían a la guitarra como instrumento capaz de acompañar el formato de canción de la época, de manera que contribuyera en la musicalización del texto y su correspondiente divulgación. Es aquí donde la guitarra alcanza un nuevo vuelo a través de una consolidación del catálogo solista a cargo de compositores como el mismo Sor, Mauro Giuliani, Luigi Legnani y Dionisio Aguado, entre otros, en búsqueda de una expresividad propia. Temas con variaciones, sonatas, caprichos, divertimentos y otras formas que dialogaban con la contingencia dan cuenta de una preo- cupación por el repertorio general y las posibilidades tímbricas que daba la guitarra en una configuración sonora única. Un punto a considerar es que los grandes compositores del instrumento de la época eran sus mismos intérpretes; este aspecto cambiaría radicalmente durante el siglo XX, gracias a la consolidación de la guitarra como instrumento de concierto y la correspondiente búsqueda de un repertorio que consolide ese lugar.
Andrés Segovia, y su relación con compositores claves como Manuel Ponce, Mario Castelnuovo Tedesco, entre otros, permiten dotar a la guitarra de un repertorio que servirá de puente entre el clasicismo y las corrientes modernistas. Un repertorio de inspiración romántica, expresivo y lírico, que le permitiría crear audiencia y consolidar el carácter de instrumento de concierto. Posteriormente, Julian Bream permitirá a compositores de vanguardia ver en la guitarra una posibilidad de experimentación sonora cierta, dando cuenta de sus posibilidades tímbricas y percusivas. Será la guitarra un vehículo de experimentación para muchos creadores que vincularán al instrumento con la música tradicional de cada país.
Actualmente la guitarra goza de buena salud desde el punto de vista técnico e interpretativo. Nunca antes se ha tocado mejor que hoy en día, pero da la impresión de que ha perdido su lugar en las temporadas de música de cámara, o incluso dentro de los eslabones claves de la música clásica consolidada durante el siglo XX. Sigue presente en festivales del instrumento, pero en ocasiones se siente que se dirige con demasía hacia una tribu particular y se aleja de un público propicio que vaya más allá del entendimiento y la familiaridad con las seis cuerdas. Y es aquí donde surge la oportunidad; una renovación del formato pequeño, un re-entendimiento de la intimidad musical y una posibilidad de cercanía única en el pequeño formato que sólo la guitarra puede dar. Porque la música es también forma y opciones de interpretación, y cada una de éstas interpela distintos senti- mientos y posibilidades expresivas.
Si queremos reencantar al público, debemos conquistar, emocionar, interpelar, y crear experiencias con la audiencia desde la memoria, el sobrecogimiento, la melancolía y la significancia. Tenemos repertorio para ello, desde el Renacimiento hasta la experimentación del siglo XX. Sólo falta que creamos en el formato, que le demos una oportunidad, que apostemos por la profundidad, dejando la masividad inmediata a otros. Debemos crecer y llegar a cada rincón, pero con las herramientas precisas, los formatos adecuados y el repertorio correcto. Hay una idea matriz que nunca debemos perder: conmover y emocionar el alma humana a través de la imaginación, la memoria y el recuerdo.