Imaginando futuros multiespecie

Escenarios familiares, sociales y políticos entre humanos y animales domésticos han tendido a proliferar. Mientras algunos sostienen que la importancia de los animales domésticos en nuestras vidas es reprochable, otros consideran que este tipo de relaciones son parte de nuestra realidad y debemos estar a la altura del desafío que suponen.

ILUSTRACIÓN: IGNACIO SCHIEFELBEIN

Entre las imágenes trágicas que dejaron las inundaciones en Valencia destacó una secuencia que se hizo viral: la de una mujer rescatada de su hogar en helicóptero junto a sus mascotas. La escena era sin dudas dramática: con calles y carreteras anegadas, un rescatista atado por una cuerda a un helicóptero en vuelo estacionario se convertía en el único modo de brindar asistencia a la persona afectada. En ese trance, la víctima se negó a abandonar su casa sin sus mascotas y el rescatista procedió a salvar a todas las criaturas que habitaban la morada. Debo admitir que estuve a punto de escribir “procedió a salvar a todos los miembros de esa familia”. No quise hacerlo porque de algún modo esa es la tesis que este texto pretende no tanto defender, sino ofrecer a la consideración de quienes lean estas líneas.

Que el gato o el perro doméstico sean hoy considera- dos como “parte de la familia”, qué duda cabe, implica ya una redefinición de nuestros lazos afectivos y de parentesco. Si bien Aristóteles ya consideraba a los animales domésticos  o más bien domesticados, como sería un buey de arado- en su reflexión sobre el hogar y la familia, la relación que establecía entre el jefe de familia (hombre) y las “bestias” era jerárquica, vertical y no necesariamente afectiva. Por su parte, aquellos autores que buscaron re-definir radicalmente a la familia tradicional, desde Platón a Friedrich Engels y Karl Marx, se propusieron repensar los vínculos más allá de la institución matrimonial, y de la descendencia que tenía lugar en su seno, pero no avanzaron en la comprensión del vínculo que une, o que podría llegar a unir, a humanos y animales domésticos. En los últimos tiempos, sin embargo, la imaginación de escenarios familiares, sociales y políticos multiespecie ha tendido a proliferar, abarcando desde los lazos de parentesco hasta la supuesta politicidad de los animales no-humanos.

La pensadora estadounidense Donna Haraway nos exhorta a construir parentesco de otro modo. Según la autora, debemos tomarnos en serio los vínculos que establecemos con los animales domésticos o, como ella los denomina, especies de compañía. Explorar modos alternativos del parentesco implica cuestionar la afinidad y fidelidad que se presupone debemos tener con y hacia los miembros de nuestra propia especie, para abrazar la intensidad de los lazos que ya construimos, y seguiremos construyendo, con criaturas de otras especies. En tiempos de reducción de la bio-diversidad y cambio climático, extender nuestro parentesco más allá de la especie humana es una manera de expandir el “nosotros”, es decir, el horizonte de aquello que entendemos como moralmente considerable. Los autores canadienses Sue Donaldson y Will Kymlicka, por su parte, nos invitan a explorar la inclusión de los animales no-humanos en la política. Plantean que los animales domésticos deberían ser considerados conciudadanos en una comunidad política redefinida como zoopolis. Asimismo, los autores proponen que los animales salvajes deberían ser reconocidos como comunidades políticas autónomas, con derechos sobre los territorios que ocupan.

Las propuestas de Haraway, Donaldson y Kymlicka pueden resultar exóticas, o incluso descabelladas, pero ofrecen atisbos de un futuro multiespecie que ya comienza a interpelarnos. En ese contexto, documentales recientes sobre la vida de gatos y perros en las ciudades contemporáneas pueden ofrecer orientación sobre ese futuro algo incierto que nos desafía. Si bien Estambul y Atenas se encuentran lejos geográficamente de Santiago, comparten el estar habitadas por animales no-huma- nos que entablan una pluralidad de vínculos con sus pobladores humanos. En Kedi (Gatos de Estambul), documental dirigido por Ceyda Torun, se retrata la vida de los gatos que viven y deambulan libremente por la ciudad con mayor población humana de Turquía. El documental recoge con sutileza los vínculos de confianza, cuidado, compañía y juego que surgen de la interacción cotidiana entre animales humanos y no humanos en un entorno urbano. Un abordaje similar se presenta en el documental Perros de la democracia, de Mary Zournazi, que retrata la vida de un conjunto de perros callejeros comúnmente llamados “perros de protesta”, entre ellos el famoso perro Loukanikos, que llegaría a las páginas de la revista Time. Estos perros callejeros se vieron inmersos en las protestas sociales prolongadas que marcaron la política griega desde mediados de los años 2000, a menudo participando, a su manera, en ellas. Zournazi logra retratar los vínculos de cuidado y solidaridad que se forjaron entre los manifestantes y los perros que habitaban esa parte de la ciudad, constituyendo una especie de “agora animal” espontánea, donde animales humanos y no humanos parecían manifestarse en conjunto por el ideal de una vida mejor.

Los animales domésticos nos reconfortan, nos atrae su lealtad, su fidelidad, su sueño sereno, su lenguaje corporal, su predisposición al juego e incluso su indiferencia –en el caso de los gatos, claro-. Alguien podrá sostener que la importancia de los animales domésticos en nuestras vidas es reprochable, porque ella sería fruto de la alienación creciente frente a nuestros congéneres humanos. El argumento es atendible, ya que los escritores existencialistas plantearon con agudeza los múltiples modos en que el infierno pueden ser los otros (humanos). Pero tal vez también los animales domésticos incentiven en nosotros el cuidado incondicional, el vínculo afectivo más allá de la palabra, el compañerismo que se construye con lo diferente, con lo que al mismo tiempo nos abisma y nos hace sentir más humanos, lo que sea que esto signifique. En este contexto, imaginar futuros multiespecie es una tarea desafiante, ya que reclama de nosotros una disposición hospitalaria que también nos define, aunque asumirla a menudo nos arroje a los confines más inhóspitos de nuestra propia humanidad. La pregunta es si estaremos a la altura de ese desafío.

 

 

 

 

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