Libros

Hacer y deshacer el tiempo

Cada casa diseña su propia felicidad. Y no son cronológicas, dice, porque la felicidad no lo es y las casas armadas y desarmadas que se suspenden simultáneas, tampoco. Casas en un tiempo que a veces salta de la niñez a la adultez, sin pasar por entremedio: el presente.

Deborah Levy, Literatura Random House, 2022.

“Deshacer un hogar es como romper un reloj”, escribe Deborah Levy. En ese mismo capítulo, cuenta cómo vendió la casa familiar, desmanteló y embaló una larga vida común. El tiempo, escribe, se alteró de un modo extraño hacia atrás y hacia adelante. Hacia atrás, si hace memoria de cuando dejó Sudáfrica siendo niña. Hacia adelante si vuelve a hacer memoria, pero del hogar que había creado y en el que había invertido gran parte de su vida. “El coste de vivir” es un libro sobre casas y casas rotas. Naufragios donde Levy ordena el caos y salva los muebles después de la inundación. El coste que implica armar una casa, una familia, una vida en conjunto, y después, el trabajo que implica desarmarla. Eso es este libro.

La autora es novelista, dramaturga y poeta. Nacida en Johannesburgo en 1959, se alimenta y nutre el texto que escribe con extraordinaria sensibilidad. Cada frase es honesta, brutal. Una construcción de relaciones entre su vida y la casa que persigue y sueña, entre Marguerite Duras, Oscar Wilde, Jean-Luc Godard, ella misma, y quienes la rodean.

Para escribir este libro, que es la segunda parte de una trilogía compuesta por dos títulos más, “Cosas que no quiero saber” y “Casa propia”, la autora escribe un proyecto de vida que denomina “autobiografía en construcción”. Su casa propia. Narra a través de un personaje que es ella misma “o uno más valiente de lo que era en realidad”. Mientras escribe, Levy es testigo de sí misma. Quiere colapsar la realidad y la fantasía escribiendo sobre lo que pasó. ¿Y qué pasó? “Si alguna vez me sentí lo bastante libre para escribir mi vida tal cual la sentía, ¿el objetivo sería sentirme más real?”, escribe. Entonces, ¿Tener una casa y habitarla es una forma de sentirnos más real?

Cada casa diseña su propia felicidad. Y no son cronológicas, dice, porque la felicidad no lo es y las casas armadas y desarmadas que se suspenden simultáneas, tampoco. Casas en un tiempo que a veces salta de la niñez a la adultez, sin pasar por entremedio: el presente. El coste de vivir es un intento por encontrar una voz. Ese intento supondrá escribir para llegar al interior de esa vivienda con la que sueña y fantasea. Levy se pregunta cómo vivir. Si colgar un escudo en las murallas o pintarlas todas de blanco, o menos una. Si desempaquetar libros. Si vivir o no con algo de color. Y quizás el coste es ese: en colores convivir en una casa dos décadas completas, en sombras sobrellevar la frustración y el fracaso y la soledad que pintan esas murallas. En colores dejar que se aparten, y solas, caigan hasta que sea hora de irse, sin antes empaquetar los moldes para hacer pasteles y descolgar el reloj de la cocina.

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