“LA CIUDAD ESTÁ ENFERMA, PARTIENDO POR SUS ESPACIOS PÚBLICOS»
Arquitecto, paisajista y urbanista, Tomás Folch piensa la ciudad como una herramienta de equidad; un territorio donde proyectos patrimoniales, vivienda social, arquitectura, paisaje y diseño urbano pueden dar lugar a nuevas formas de interrelación. Pensar la ciudad que viene es para él un desafío ineludible. Desde Harvard, donde obtuvo el Daniel Urban Kiley Teaching Fellowship, conversa con RAL sobre estos temas.
Su formación inicial fue en arquitectura. Sin embargo, a medida que avanzaba en su carrera se dio cuenta de que quería explorar otros aspectos relacionados con el paisaje urbano y la planificación territorial, cuenta Folch. “La falta de herramientas y conocimientos para abordarlos me movilizó. En algún sentido, la carencia ha orientado mi carrera. Años después, durante mi primera estadía en Harvard, tuve la oportunidad de trabajar en proyectos que abordaban estos temas de manera más amplia e interdisciplinaria. Aprendí la importancia de considerar el paisaje como una herramienta para entender y abordar los desafíos urbanos de manera más holística”, explica el profesional. Hoy, dice, está interesado en explorar el papel del paisaje urbano y la ecología en la adaptación de las ciudades al cambio climático: “Estoy trabajando en varios proyectos relacionados con este tema, incluyendo la reconversión de infraestructura hídrica para comunidades vulnerables y la integración de soluciones de infraestructura verde en el diseño urbano. Estas son áreas clave para abordar los desafíos urbanos contemporáneos y estoy muy entusiasmado de seguir explorándolas en mi trabajo futuro”.
– Comencemos reflexionando sobre el concepto de ciudad. En la actualidad, la noción de lo urbano, limitada a casas, edificios y calles, parece haber quedado obsoleta. ¿Cómo percibimos la ciudad en el día de hoy?
– Una mirada que me parece pertinente es entender la ciudad como un organismo. Múltiples sistemas que no se agotan en elementos estáticos y que funcionan como un conjunto de capas que se van cruzando y que requieren un conocimiento transdisciplinar. Las ciudades son pequeñas en superficie, cubren aproximadamente el 1% de la Tierra, pero acumulan el 90% de la riqueza total del planeta, y dependen de los territorios fuera de ellas para subsistir. Por otra parte, la ciudad es uno de los inventos más interesantes del ser humano. Permite generar riqueza, manejar los recursos, pero también genera desechos y hay que hacerse cargo de ellos, al interior de la ciudad como en el territorio que la rodea. Por ello, hoy debemos superar la distinción tradicional que entiende la ciudad como lo opuesto a lo rural, pues el proceso de urbanización las afecta a ambas y por ende debemos trabajarlas sistémicamente.
– Y en esos desafíos sistémicos ¿qué rol cumple la ecología?
– Fundamental. La infraestructura y la adaptación de las ciudades al cambio climático, no la mitigación, será uno de los grandes desafíos en los años que vienen. El diseño y las ciudades tendrán como responsabilidad potenciar una mirada de largo plazo, a 30 o 40 o 50 años.
– En esa mirada de largo plazo, ¿qué elementos te parecen hoy día particularmente críticos?
– Para mí hay un aspecto central, pero que hoy nadie quiere mirar, es que las ciudades siguen creciendo. Y vamos a necesitar pensar cómo hacer crecer las ciudades del mundo. En muchas partes existe una crisis de housing terrible. En Estados Unidos es súper evidente y la discusión se ha instalado en el Congreso y en la Corte Suprema. Hemos sido muy buenos para preguntarnos sobre la vivienda, pero no sobre la ciudad. A pesar de tener un importante déficit de vivienda, como ocurre en Chile, tenemos que comenzar a discutir el concepto de la ciudad.
– ¿Puedes ampliar esa distinción entre la discusión de la vivienda y de la ciudad?
– Hoy en día tenemos una estimación aproximada de cuántas viviendas requerimos. El ministro Montes afirma que tenemos un déficit de alrededor de un millón de viviendas. Con eso nos quedamos. Sin embargo, reducir el asunto a una cifra es muy restrictivo. Hace algunos años nos dimos cuenta de que el desafío era también cualitativo. Había casas muy mal construidas y eso era un enorme problema. Hemos vuelto a centrarnos en el déficit numérico, pero no hemos enfrentado el déficit urbano. Y creo que eso es algo que hoy día hace crisis en las ciudades chilenas. Estamos experimentando una anemia urbana. La ciudad está enferma, partiendo por sus espacios públicos. Tenemos problemas de segregación, de integración de barrios, de agua, de calor, que son muy relevantes. En los próximos 50 años el problema será la sombra y cómo la ciudad enfrenta el calor. La solución, no es tan sencilla como decir “usaremos aire acondicionado”, porque de tras esto hay un grave problema de energía. Requerimos innovación y creatividad. Más que grandes proyectos, nos falta pensar cosas sencillas, pero que redunden en temas que son cruciales.
“La ciudad es un organismo. Múltiples sistemas que no se agotan en elementos estáticos y que funcionan como un conjunto de capas que se van cruzando y que requieren un conocimiento transdisciplinar”.
– Hablaste del agua, que en Chile ha sido un tema central por la sequía. ¿Cómo ves el tema del manejo del agua en las ciudades chilenas?
– Todas las ciudades andinas, en general, van a tener una crisis de agua en los próximos 100 años y vamos a tener que repensar cómo vamos a vivir en estos lugares donde habrá mucho más calor en el verano con todos los problemas derivados de éste, por ejemplo los incendios. Y esto se relaciona con otros temas de salud pública críticos en la ciudad. Creo que tenemos una súper oportunidad, por ejemplo, para poder ser una ciudad que hace mucho mejor uso del agua lluvia, aunque sea muy poca, y así poder darle equidad a los diferentes barrios.
– Volvamos al déficit de ciudad. ¿Pueden las ciudades actuales seguir creciendo, o tendremos que pensar en urbes nuevas?
– La ciudad va a seguir creciendo y va a seguir teniendo problemas, por ejemplo el manejo de recursos, los desechos, la movilidad sustentable. Pero aunque siempre tenemos el sueño de las nuevas ciudades, no tenemos recursos para hacerlas. Vamos a tener que ser muy inteligentes para saber adaptar nuestras urbes. Y para esto nos faltan competencias de diseño, competencias políticas y administrativas que permitan organizar bien las prioridades. La ciudad es una oportunidad para que la gente pueda vivir mejor y por eso tenemos que defenderla y yo partiría desde el espacio de lo común y lo público, para después proyectarla en el espacio privado.
– Dijiste que la ciudad puede generar equidad, y en Chile estamos lejos de esa realidad. Las diferencias en servicios, infraestructura y vegetación están a la vista. ¿Cómo se logra este desafío? ¿Cómo se favorece una integración que sea real?
– Hace algunos años pensamos que la clave estaba en los bienes, pero en la medida que hemos logrado nivelar esos elementos se hace más patente que el problema no era exclusivamente el auto, ni el mall, ni ciertos elementos de infraestructura. Si uno saca hoy una foto aérea en Google y observa dos barrios extremos en Santiago, a simple vista puedes constatar un enorme tema de injusticia ambiental. Hay verde en uno y casi ninguna vegetación en otro. Y esto es clave porque todos vamos a requerir la misma temperatura en verano. Parece una acción súper técnica, pero no lo es tanto. En un barrio, como Vitacura, puedes tener 29 grados y en San Joaquín, al mismo tiempo, 38 grados con todas las consecuencias de salud pública que eso significa.
– ¿Y cuáles son esos indicadores de salud pública y ciudad?
– Por ejemplo, la posibilidad de poder caminar. Hay barrios donde puedes caminar durante 15 ó 30 minutos sin que eso genere una deshidratación, y en otros no. En Los Ángeles hicieron un experimento que supuso mostrar la misma calle (de una extensión de más o menos 10 kilómetros) para constatar que, a medida que vas pasando, van cambiando el tipo y cantidad de árboles y cómo esto influye en temas como la recreación, ejercicio, obesidad, acceso a comprar una comida sana, etc. Esas cosas son indicadores que uno puede ir trabajando para que la ciudad se transforme.
«Las ciudades son pequeñas en superficie, cubren aproximadamente el 1% de la Tierra, pero acumulan el 90% de la riqueza total del planeta”.
– Volvamos al espacio público. ¿Qué noción tenemos hoy? ¿Cómo logramos, por ejemplo en Chile, una identificación de los ciudadanos con el espacio público que se exprese en el cuidado del mismo?
– La discusión es interesante y quizás el punto central es que en Chile el espacio público se entiende como propiedad de cada individuo. No es que no pertenezca a nadie, como a veces se plantea. Existe la percepción de que cada ciudadano es dueño de ese espacio y puede hacer con él lo que desee, expresando así su propia identidad. En cambio, en otras culturas donde hay un mayor respeto por la ciudad, el espacio público se identifica con la comunidad en su conjunto. Admiramos lo bien cuidadas que están ciudades como Tokio, Boston o Vancouver que son el reflejo de la cultura de su gente.
– Si uno piensa que el espacio público está moldeado por la cultura, ¿de qué nos habla Santiago?
– De una cultura muy individualista.
– ¿Y qué acciones concretas podemos hacer para cambiar la cultura desde ese espacio que es la ciudad?
– Hacernos cargo personalmente de la ciudad. Hay algo que me gusta de Boston en ese sentido, donde cada uno tiene que hacerse cargo de su vereda. Si nieva tienes que limpiar rápidamente, porque si alguien se cae la demanda te toca a ti, o que la mayoría de los árboles de las calles en muchos barrios están adentro de la propiedad; es tu responsabilidad que caminar por la vereda sea bueno para todos. Creo que uno tiene que partir por hacer cosas muy específicas, pero que tengan alto impacto por escala de implementación.
– Y este nuevo concepto de ciudad ¿puede ayudar a la seguridad que hoy está tan en boga?
– Sin duda tiene relación y creo que existen buenos ejemplos donde se ha hecho planificación e intervención, como fue el caso de Medellín. A principios de los 2000 era una ciudad con indicadores de delincuencia altísimos. Y, a través del cambio de infraestructura social y de transporte, logró darle accesibilidad a personas que estaban marginadas y con esto ir regulando sus estadísticas. Hubo una voluntad integradora de la informalidad que, como en toda América Latina, era súper fuerte. Un trabajo específico con los asentamientos informales para darles servicios, regularizarlos e integrar a esos lugares a la ciudad. Hoy no hay entidades financiando proyectos que busquen radicar o trabajar con asentamientos informales de modo integral e innovador. Y tampoco hay un Estado que lo busque hacer. Eso es un gran problema. Las estamos asumiendo casi como “nuevas ciudades” y no tenemos claro de qué tipo serán, qué impacto producirán y cuáles serán las herramientas que tendremos que darles.
«La ciudad es una oportunidad para que la gente pueda vivir mejor y por eso tenemos que defenderla y yo partiría desde el espacio de lo común y lo público, para después proyectarla en el espacio privado”.
– En Chile hay toda una discusión en torno a las tomas y su regularización. Tú hablas de experiencias de asentamiento e integración de las mismas, pero en la práctica ¿cómo se transforma un asentamiento informal en parte de una ciudad?
– Es súper complejo. Hay 1.100.000.000 de personas viviendo en condiciones de precariedad en el mundo. O sea, 1/8 de la población del mundo vive informalmente en términos de las Naciones Unidas. Y, despejado el tema legal, el asunto es cómo darles planificación, asumiendo que ese es un proceso emergente que seguirá creciendo y donde cada vez habrá más familias en esta situación. Frente a esto, no podemos decir que ese es nuestro modelo urbano de ciudades, pero al mismo tiempo sabemos que muchos de esos campamentos no se pueden erradicar. Si de verdad pensamos en integrarlos urbanamente -más allá de los servicios y la tenencia legal- tenemos que pensar qué tipos de ciudades serán para que reflejen las mismas virtudes de las que nosotros consideramos tradicionales.
– ¿Los materiales serán distintos en la ciudad del futuro?
– Creo que van a ser muy distintos. Es probable que las ciudades sean más bien de elementos que secuestran carbón y que lo dejan encapsulado, como la madera. Tendremos que adaptar la ciudad antigua con un criterio de reutilizar y adaptar ciudades y materiales; con nuevas tecnologías para responder al desafío. Seguramente surgirán incentivos económicos, exenciones tributarias para ciertos materiales, como ocurre hoy con los autos eléctricos. Las ciudades van a integrar nuevos mecanismos de manera más interesante y los diseñadores van a tener la oportunidad de involucrarse. Van a haber temas de manejo de recursos que serán claves y donde imagino nuestras edificaciones como reutilizadores de agua, generadores de energía, gestores de desechos, etcétera; una pieza sustentable que hará de las ciudades una oportunidad ambiental para la urgencia climática.
– Y, en ese escenario ¿qué rol cumpliría la recuperación patrimonial?
– Me parece que muy relevante, porque el patrimonio es reflejo de lo que somos. Hay ciertos valores que están reflejados en ese tipo de edificaciones. Cuando se quemó Notre Dame nadie dudó de la necesidad de reconstruirla. Pero si vas a Londres, te das cuenta de que el patrimonio también son sus parques y árboles. Y no es una cosa romántica, un árbol de 300 años en una ciudad, es patrimonialmente igual de importante que un edificio. Es central una buena legislación, sin generar restricciones absurdas, pero reconociendo que la ciudad es tanto patrimonio construido como natural. Que responde a su pasado, pero permite proyectarnos al futuro.