EN EL OJO DE UN HALCÓN

El Peregrino de John Alec Baker es principalmente la crónica de una obsesión, el registro de un cazador detrás de otro en una persecución visual que no busca capturar una presa, sino que penetrar en su retina y confundirse con ella. Una pieza literaria que se funde con la naturaleza.

El título más reconocido del autor inglés J.A. Baker es un testimonio extraordinario sobre la relación del ser humano con la vida salvaje. Esta clase de libros sobre la naturaleza alcanzaron la estatura de obra de arte gracias a la influencia del escritor William Henry Hudson, famoso por sus obras sobre la Patagonia y la Pampa argentinas, lugares donde vivió su infancia, y el campo de Inglaterra, donde luego se radicó y murió. Este reconocimiento se lo adjudicó el novelista y crítico Ford Maddox Ford en uno de sus libros de memorias donde afirmaba que “la paciencia del naturalista de campo iba con la buena prosa” y consideró que Hudson era el mejor de todos los naturalistas en lengua inglesa. Ningún otro había llevado más lejos el ejercicio del arte de la observación, la paciencia y la precisión en la expresión literaria. Estas mismas características son las que hacen de El Peregrino de Baker una obra inolvidable y es algo curioso que este libro se hubiera escrito a fines de la década del ‘60 no muy lejos del lugar donde Hudson -y los otros escritores conjurados- escribieron sus obras.

El Peregrino está construido como el diario del seguimiento de un grupo de halcones peregrinos a lo largo de un año, pero es en realidad la reelaboración sintética de 10 años de observación y anotaciones. Este diario comienza como la épica de un individuo común y corriente -miope para colmo de males- que decide satisfacer su impulso de integrarse al mundo exterior, pero muy pronto adquiere el carácter de una verdadera obsesión por dejar atrás la experiencia humana e integrarse en los halcones: “dejar que la mancha humana se diluya en el vacío y el silencio, tal como el zorro se muda de su olor en la fría extrañeza del agua” y “regresar a la ciudad como un extraño”. El Peregrino es principalmente la crónica de una obsesión, el registro de un cazador detrás de otro en una persecución visual que no busca capturar una presa, sino que penetra en su retina y confundirse con ella.

La prosa de Baker es un impresionante ejercicio descriptivo. Demuestra tener una sorprendente capacidad de observar y registrar lo que ve, en un admirable esfuerzo de expresión. Abriendo metáforas sorpresivas y registrando detalles de una extraordinaria sutileza, que nos parecen exactos o precisos, aun cuando no tengamos manera alguna de corroborarlo. Su concentración es por momentos tan profunda que parece surgir de una especie de trance.

El libro dice poco o nada sobre su autor, John Alec Baker, un discreto funcionario de la Asociación de Automóviles aficionado a la naturaleza y a la observación de pájaros. No hay información sobre el origen de su interés por estos pájaros, ni detalles sobre cómo lo hizo para pasar 10 años de su vida siguiendo sus rutinas de caza. Sólo de pasada advierte que debió adaptarse a sus hábitos; resignarse a recorrer cada día los mismos caminos a pie o en bicicleta, siguiendo la misma rutina desde la madrugada hasta la noche, vestido casi siempre igual, permaneciendo inmóvil durante horas, acostumbrándose, como dice, a adoptar la quietud de un árbol y a seguir con sus binoculares la labor predatoria de estos formidables cazadores. Cuando no estaba mirando el cielo, Baker siguió el rastro de estos pájaros en la tierra por el rastro de sus presas muertas en el suelo, indicios de que la suya no estaba lejos.

 

En la literatura inglesa hay muchísimos registros de la relación de los humanos con los animales domésticos, ahí están los perros de Virginia Woolf y de J. R Ackerley, Flush y Tulip, entre tantos otros. Parte importante de la idea común sobre la excentricidad británica -si seguimos por ejemplo a Edith Sitwell en su famoso libro sobre el tema- se funda en la peculiar relación que este pueblo ha mantenido con el mundo animal. El historiador Keith Thomas en su clásico libro Man and the Natural World registra muchos casos curiosos de esta relación en un ámbito doméstico. Mascotas inusuales como monos y loros, sin olvidar las sanguijuelas que con afecto criaba Lord Erskine. Thomas apunta que no era inusual encontrarse con bestias en el árbol genealógico de algunas familias ilustres como la del Earl de Northumberland cuya tatarabuela habría sido violada por un oso.

El Peregrino de Baker lleva esta relación con el mundo animal hasta un extremo porque su autor era un cazador que busca convertirse en su presa, tal como puede leerse en su advertencia: “Donde quiera que vaya (el halcón), durante este invierno, voy a seguirlo, voy a compartir su miedo, y la exaltación, y el aburrimiento de la vida de caza. Lo seguiré hasta que mi forma humana de depredador deje de oscurecer de miedo el agitado caleidoscopio de color que mancha la profunda fóvea de su ojo brillante. Mi cabeza pagana se hundirá en la tierra del invierno, y ahí será purificada”.

Estas palabras tremendas explican el proyecto del autor, anuncian su carácter visual y advierten que se tratará también de una perturbadora transformación personal. Un naturalista observó alguna vez que el halcón peregrino es el pájaro más sexy y glamoroso del reino alado. Sin embargo, Baker señala que mientras éste no está de cacería su vuelo puede resultar indiferente al ojo no advertido. Es cuando se lanza tras su presa, que no hay nada que pueda igualar en precisión y eficacia a su vuelo en picada. El ojo humano, como advierte el autor, entonces se vuelve insaciable por seguirlo.

El ojo que sigue al halcón, sin embargo, no puede ver lo que observa el ojo del pájaro. La visión del halcón peregrino, según Baker, puede compararse con la de un velerista que entra navegando por los largos estuarios de su región. Los humanos anclados en tierra, agrega, somos incapaces de avizorar tanta libertad visual. El ojo del halcón, según él, puede observar patrones que nosotros no podemos percibir: una ondulada sucesión de cuadrículas, donde se van alternando bosques y huertos; una secuencia de simetrías.

La prosa de Baker es un impresionante ejercicio descriptivo. Demuestra tener una sorprendente capacidad de observar y registrar lo que ve, en un admirable esfuerzo de expresión. Abriendo metáforas sorpresivas y registrando detalles de una extraordinaria sutileza, que nos parecen exactos o precisos, aun cuando no tengamos manera alguna de corroborarlo. Su concentración es por momentos tan profunda que parece surgir de una especie de trance. Logra escenas que parecen psicodélicas en una difuminación de luz que coincide con su propio plan de desintegración personal para sumergirse en la visión de estos pájaros que persigue sin descanso.

El Peregrino puede leerse como una especie de obra de ficción que tiene una mínima trama subrepticia con una progresión dramática que avanza en la medida en que el narrador va acercándose gradualmente hacia su presa, 200 yardas, luego 50 y así cada vez más cerca. Aquí no se tratará de pillarla desprevenida o de sorprenderla, sino que de vencer su miedo al hu- mano. En una afirmación dramática, Baker propone que para una criatura salvaje no hay dolor ni muerte más temible que el miedo al humano: “nosotros somos los asesinos, apestamos a muerte, lo llevamos con nosotros. Se nos pega al cuerpo como la helada y no podemos deshacernos de ella”. El clímax de este drama visual, sin embargo, no será el encuentro frente a frente del autor con un pájaro, sino que un momento mucho menos dramático y que ocurre casi sin que el lector se entere, cuando el narrador de pronto empieza a describir lo que el pájaro está viendo mientras vuela, como si hubiese entrado en su cabeza. Entonces su objetivo ya se habrá logrado, incluso antes de que pueda ponerse frente al peregrino y éste acepte su mirada sin lanzarse a volar de nuevo.

Compartir
Hashtag

Relacionadas