El mundo de Judith Butler

Las ideas de la filósofa estadounidense trascienden el ámbito académico y forman parte de la disputa política y cultural de estos tiempos. El género en disputa de Butler es uno de los hitos más importantes de la llamada tercera ola del feminismo, al sostener que tanto el género como el sexo son productos culturales.

Podríamos decir que, al menos desde 2016, el feminismo entró en una fase de masificación. Ese año estalló el llamado movimiento Ni una menos en Argentina, y empezó a expandirse rápidamente por Sudamérica. Nuestro país no fue la excepción, y tomaron fuerza las primeras movilizaciones masivas contra la violencia hacia las mujeres. El 2018 el feminismo copó los titulares de los medios de comunicación: universitarias mujeres y disidencias sexogenéricas se tomaron los campus universitarios exigiendo el fin del acoso sexual, así como el reconocimiento de las identidades de género. Desde entonces, y cada vez con más frecuencia, escuchamos la pregunta ¿qué es el feminismo? La única respuesta posible es que no hay un feminismo, sino muchos y que estos son un permanente intercambio y disputa de ideas. En esta disputa de ideas, una figura central es la filósofa estadounidense Judith Butler (Cleveland, 1956).

El nombre de la misma Butler no ha estado alejado de la polémica: en 2017, en las vísperas a su visita a Sao Paulo, la fundación CitizenGo (conocida por el llamado Bus Naranja que apoyaba manifestaciones en contra de las leyes de reconocimiento de la identidad de género) logró recolectar 370.000 firmas que buscaban impedir que la filósofa visitara Brasil, acusándola de promover la “ideología de género” y con ello de “acelerar el proceso de corrupción y fragmentación de la sociedad”. Durante su visita se quemaron sus fotos y se le llamó “bruja”. Pero el hecho más violento ocurrió en el aeropuerto de Congonhas, donde la filósofa fue golpeada por una mujer perteneciente a una iglesia evangélica. Las imágenes que circularon del incidente muestran a su pareja, la politóloga Wendy Brown, defendiéndola de los golpes. Estos hechos dejan en claro que las ideas de Butler trascienden el ámbito académico y son parte de la disputa política y cultural.

Su libro más importante es “El género en disputa” (1990). Este título es uno de los hitos más importantes de la llamada tercera ola del feminismo, período que se caracteriza por su cuestionamiento de la homogeneidad de la opresión que experimentan las mujeres. Pero Butler va más lejos y cuestiona la misma categoría de mujer, sentando en el banquillo de la crítica a las nociones de sexo y género. El concepto de género comienza a usarse con esta acepción durante los años ‘60 del siglo XX (John Money en 1955 acuña el concepto de rol de género y Robert Stoller en 1968, el de identidad de género). Género había llegado a convertirse en una categoría clave para el pensamiento feminista, pues permitía contraponer la idea de los roles de género, en tanto producto cultural atravesado por las ideas de la dominación masculina, como opuesto al sexo, una realidad biológica vinculada a la materialidad del cuerpo. Los dardos feministas se habían dirigido fundamentalmente hacia el género. El giro clave que da Butler es el de afirmar que tanto el género como el sexo son productos culturales.

La autora sostiene que la concepción del género como construcción cultural, por oposición a una comprensión del cuerpo como algo puramente biológico, nos atrapa en el binarismo en el cual las únicas posibilidades son “hombre” o “mujer” y donde la cultura produce necesariamente la heterosexualidad como única forma posible de habitar ese cuerpo. Para escapar de esta trampa conceptual, Butler propone la idea de la performatividad de género, idea que podríamos sintetizar con la frase “el género no es la expresión de algo que se es, sino algo que se hace”. El género, lejos de ser la expresión de una esencia, es el resultado de prácticas que están normadas institucionalmente o que forman parte de los códigos informales de la sociedad o de los grupos a los que pertenecemos y son desde ahí performadas, es decir, construidas a partir de actos de habla y de gestos y disposiciones corporales determinadas. La sexualidad hegemónica, heterosexual y aquella que transgrede aquello identificado como “normal”, son performances que actúan sobre el cuerpo. En ese sentido, nunca podemos tener un acceso a conocer el cuerpo que no sea mediado ya por los actos de habla.

Las ideas sostenidas en este libro atrajeron la atención y las críticas sobre la autora. Entre los debates que sostuvo Butler durante los años ‘90 cabe destacar el que sostuvo con Martha Nussbaum, quien criticaba el excesivo énfasis en el lenguaje, que acabaría reduciendo la política a la mera subversión de éste y cerrando la puerta a quienes no entienden la jerga oscura del postestructuralismo (esta crítica probablemente puede ser refutada por los propios hechos, después de lo que sucedió en Brasil) y Nancy Fraser, quien vio en la teoría de Butler una expresión de lo que ella llama las “políticas del reconocimiento” que no prestan atención a la urgencia de la redistribución y que, por ello, acaban siendo serviles al capitalismo.

Butler procurará aclarar mejor su comprensión del cuerpo y cómo se inserta éste en su teoría de la performatividad. Es por ello que posteriormente, en “Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del sexo” (1993), abordará la categoría de lo queer, en tanto que cuerpo abyecto y el lugar que se les concede a los cuerpos que no son inteligibles desde la matriz del binarismo sexual. Aquí Butler se pregunta ¿cuáles y cómo son los cuerpos que no importan? ¿Cómo se construye la línea divisoria que separa a los sujetos que importan en la sociedad de los rechazados? Si el cuerpo sólo lo conocemos a través de discursos, habrá que indagar en cómo éstos deciden qué cuerpos importan y cuáles no. La performatividad, lejos de ser un acto puramente creativo, está atravesada por entramados discursivos y prácticas institucionales que implican la distinción entre quién puede ser un sujeto y quién ha de ser arrojado a la precariedad.

Desde la década del 2000, Butler ha centrado su trabajo en la noción de precariedad y en las formas de resistencia a ella. La existencia precaria caracteriza a aquellas vidas que no están cualificadas como reconocibles, legibles o dignas de despertar sentimiento. Y de esta forma, la precariedad es una experiencia común que une a las mujeres, los queers, las personas transexuales*, los pobres y las personas sin Estado, concluye la filósofa.

Compartir
Hashtag
Versión impresa
edición #3 / pag 26-27

Relacionadas