EL DESCONOCIDO VIAJE DEL SABER POR LAS AGUAS DEL MEDITERRÁNEO
El Mediterráneo o al-Bahr al-Mutawwasit -como lo llamaron los árabes- fue un transmisor de culturas cuando el islam se instaló en la península ibérica: al-Andalus se estableció de cara a este mar que facilitó infinidad de itinerarios. Ello favoreció al comercio, pero también el viaje de estudiosos que se nutrían con los más famosos sabios de Oriente y luego importaban a Occidente lo aprendido.
El Mediterráneo, mar de contactos e interconexiones, de conocimiento atesorado, crisol de culturas, amalgama de civilizaciones. Mar interior que comunicó al Levante con Occidente; mar cuyas costas facilitaron la travesía del islam que llegó desde Arabia hasta la península ibérica en el 711. Acontecimiento que dio origen a una nueva etapa de la historia de esa zona, que se desarrolló bajo la denominación de al-Andalus. Primero dependiente del norte africano, pronto se hizo autónoma, aunque integrada en un inmenso escenario mayor y cuya historia se proyectará más allá del sultanato nazarí de Granada.
al-Andalus tuvo en el Mediterráneo su nexo principal con el resto de las demás tierras islámicas, todas lejanas, y con las que intercambiaron sin parar desde 711 a 1492 -incluso hasta 1614- actividades religiosas, políticas, económicas y culturales, comercio y viajes, peregrinaciones, trasvases científicos y técnicos, migraciones de personas, ideas y objetos.
Lo anterior dependió, muchas veces, de un complejo sistema de relaciones comerciales que transformaron a la dār al-islām en una verdadera economía mundial y donde la provincia más occidental también colaboró con sus materias primas y productos manufacturados. Su cobre, estaño, bronce, mercurio, plata y oro, su aceite y algodón llegaban al norte de África, y desde ahí a Egipto, donde también se recibían su seda, su lino o su cerámica, que viajaban luego hacia La Meca e Irak, al igual que sus higos y pasas, que -al decir de al-Maqqarī (m. 1041/1632)- llegaban hasta China. A su vez, al-Andalus recibirá en sus mercados tejidos orientales y cerámicos de reflejo dorado de producción egipcia e iraquí, vidrio y cristal de roca fatimí, vidrios iraníes y porcelana china. Ya para el siglo IX todo el espacio entre al-Andalus y el Levante quedó englobado en un proceso de unificación cultural islámico.
Valores del viajero
El Mediterráneo o al-Bahr al-Mutawwasit -como lo llamaron los árabes- fue un mar propio, transmisor de culturas. al-Andalus se estableció de cara a este mar que facilitó infinidad de itinerarios, favoreciendo el comercio y el viaje de estudiosos.
No fueron solamente las relaciones económicas las que pusieron en contacto a al-Andalus con el Mediterráneo. La peregrinación a La Meca fue aprovechada, por muchos de quienes la realizaron, para obtener beneficios económicos (comerciar con objetos de poco peso y mucho valor, entre los cuales hay que incluir los libros) o personales; es decir, estudiando con los más famosos sabios de Oriente e importando a Occidente lo aprendido, para luego transmitirlo.
En esa perspectiva debemos considerar el viaje como uno de los elementos fundamentales de la cultura y la civilización árabe-islámica. Ya en el mundo preislámico, en torno a la figura del viajero surgirán una serie de valores del hombre-héroe de esta época -arrojo, valentía, hombría, virilidad- que complementados con las virtudes ideales del beduino -generosidad, fidelidad al clan, hospitalidad- conformaron la llamada muruwwa árabe.
Con el advenimiento del “hecho coránico”, las referencias a los viajeros siguieron presentes en el Corán y en numerosas descripciones y recomendaciones piadosas. En ese sentido, tanto el Corán como la Sunna ordenan a todos los musulmanes trasladarse, viajar, siempre en búsqueda del conocimiento, la ciencia, así como para entrar en contacto con otros pueblos y ser tolerantes. Además, vijar y trasladarse por distintas regiones puede ayudar al viajero a conocerse a sí mismo, con el propósito de evitar prejuicios y, finalmente, poder conocer a Dios y unirse a él. Esta idea de traslado se manifiesta en el concepto al-naql.
El triunfo del islam trajo consigo una serie de preceptos, entre ellos la peregrinación a La Meca, al menos una vez en la vida, y que es obligatoria para quien tenga los medios económicos y goce de buena salud. En el campo intelectual, este viaje tuvo importancia capital: permitió el desarrollo de un colectivo de científicos dedicados al estudio y a la especialización en temas religiosos y científicos, lo cual ayudó a gestar un plan de enseñanza que exigía un recorrido cultural por las principales ciudades del mundo islámico en busca de los grandes maestros, con los que había que formarse. Este viaje se realizaba al mismo tiempo que el de peregrinación.
Relatos
La situación geográfica de al-Andalus, en la periferia del mundo islámico medieval, supondrá un largo periplo para quienes deseen cumplir con el precepto de la peregrinación a La Meca. Sin embargo, muchos peregrinos buscaban en ese viaje poder conocer la ciencia; convirtiéndose éste en una constante en la civilización araboislámica y la principal vía de conocimientos y de obras.
Así, no era raro que un peregrino, después de su viaje a La Meca, quisiera continuar sus estudios en Siria, Irak, Yemen o Jurasán, ya que Oriente gozaba de un florecimiento cultural y se consideraba el centro de la sabiduría. Eso le dio al viaje un mayor interés, hasta llegar a ser una condición exigida a todos los que aspiraban a ser sabios autorizados.
Los viajeros que realizaban estos trayectos culturales pertenecían al grupo social de los ulemas, cuya formación giraba en torno a las ciencias islámicas. Muchos no eran poseedores de fortunas suficientes como para sufragar sus gastos e incluso los de quienes los acompañaban. Por esto solían recurrir a espacios organizados a tal efecto, como morabitos y rábitas subvencionadas con fondos públicos o donaciones piadosas.
La consecuencia de estos viajes fue la aparición en el Occidente musulmán, hacia el siglo XII, de un género original: el relato de viajes o rihla. Éste fue obra de letrados que cumplían la peregrinación a los santos lugares y que, animados por buscar el saber, frecuentaban a los sabios de las grandes metrópolis del Oriente musulmán: Bagdad, El Cairo, Damasco.
De todos ellos, el autor que ha pasado a la historia como máximo representante del género ha sido Ibn Ŷubayr. Nacido en Valencia en 540/1145 y muerto en Alejandría en 614/1217, recibió una educación esmerada y trabajó como secretario en la administración almohade. En 1183 inició su viaje hacia La Meca. Su itinerario lo llevó a viajar por el Mediterráneo, desde las costas de Tarifa a Ceuta, para iniciar desde allí su travesía en un barco genovés hacia Alejandría, pasando por Cerdeña, Sicilia y Creta. Una vez en Egipto, siguió la ruta habitual de los peregrinos: viajando por barco en el Nilo, hasta la ciudad de Qūş, y de allí a la costa del Mar Rojo, que se cruzaba para llegar a Ŷedda, el puerto de La Meca.
Ibn Ŷubayr marca un hito fundamental en la evolución de un género que lo tomará como modelo. La importancia de su obra será tal, que en Occidente va a cristalizar en el desarrollo de verdaderas “guías de peregrinos”, pero además colabora en el desarrollo de una geografía araboislámica. Baste un ejemplo, como el que nos otorga de Alejandría:
“En primer lugar (destaca) el hermoso sitio de la ciudad y la vasta extensión de sus construcciones, hasta tal punto que nosotros no hemos visto una ciudad tan amplia de vías, ni de más altos edificios, ni más excelentes, ni de mayores multitudes que esta. También sus mercados están extremadamente animados. (…) Vimos también en ella (en Alejandría) con nuestros propios ojos columnas y planchas de mármol en número, altura, amplitud y belleza que no se puede concebir con la imaginación. (…) Entre sus maravillas, una de las más grandiosas que hayamos visto es el faro que Dios, poderoso y grande, (…) puso como ‘señal para los observadores’ y como punto de correcta referencia para los viajeros. Sin él no encontrarían en el mar la buena dirección hacia la tierra de Alejandría”.