Berlín, capital Latinoamericana

Se suele decir que es la ciudad menos alemana del país, pero quizás en eso esté su encanto. Cosmopolita, sin un centro definido y situada entre un pasado fuera del tiempo y un presente siempre en construcción, Berlín es una capital tan discreta y austera como culturalmente estimulante. De hecho, ese carácter desaliñado y con una dosis de caos tiende a nublar la impresión de que uno está efectivamente en una capital europea. Pero si hay una ciudad efervescente, creativa y donde todavía “pasan cosas” en el mundo artístico, esa es Berlín.

En 2003 el exalcalde Klaus Wowereit lo resumió estupendamente: “Berlín es pobre, pero sexy”, un slogan que refiere al bajo perfil de la ciudad, accesible costo de vida y atmósfera vibrante. Pese a la progresiva gentrificación de sus barrios, Berlín sigue siendo una especie de hermana menor de Londres o París. Y es eso, precisamente, lo que en las últimas décadas la ha convertido en un destino atractivo para artistas de todo el mundo que quieren convertir sus vacíos edificios en estudios. Si el reinado cultural de París, capital del siglo XIX -parafraseando a Walter Benjamin-, se prolongó hasta entrado el siglo XX, para luego entregar la posta a Nueva York entre los ‘70 y ‘80, después de la caída del Muro Berlín ha surgido como un nuevo centro para divisar los caminos por los que transita el arte contemporáneo. Artistas como Olafur Eliasson o Ai Weiwei la han elegido como residencia, el panorama musical sigue a la vanguardia -recomiendo el excelente Der Klang der Familie (Alpha Decay, 2015), un relato coral sobre el techno en la ciudad- y escritores de distintas latitudes han consolidado un circuito donde la extranjería es también una oportunidad para hacer de sus calles un objeto literario.

En una ciudad donde el kebab compite como plato típico con el currywurst y el inglés es una lengua que le roba espacio al alemán -no deja de llamar la atención que las cafeterías anuncien en sus letreros cafés to go-, ser un extranjero es casi un lugar común. Ya desde los ‘70 Berlín fue un destino para el exilio político de varios escritores latinoamericanos -Antonio Skármeta, Carlos Cerda, entre otros-, hasta llegar a convertirse en un punto de encuentro para una generación que aprovechó su ambiente multilingüe y una serie de iniciativas para la difusión de la literatura latinoamericana: festivales como la Latinale -organizado por Timo Berger y Rike Bolte-, las actividades del Literarisches Colloquium Berlin, la Haus für Poesie, la Akademie der Künste o el Instituto Iberoamericano (IAI); el creciente número de editoriales que publican libros en español y la variada oferta de becas han ido consolidando una escena literaria en Berlín, donde figuran autores como Samanta Schweblin, Ariel Magnus, Alan Pauls y Luis Fayad.

Una de las iniciativas que ha fomentado la presencia en Berlín de escritores latinoamericanos es la beca del Programa de Artistas del DAAD. En ese marco, Fabio Morábito viajó desde México para terminar un libro de cuentos que al final interrumpió con la escritura de las crónicas que integran También Berlín se olvida (2004). La mirada extranjera de Morábito sobre la ciudad pareciera adentrarse con una distancia y agudeza imposibles para el berlinés. En aquellas páginas describe la cotidianidad de la capital, esos aspectos que suelen pasar desapercibidos, a partir de una cierta ausencia o carácter difuso del tejido urbano que constituye, según él, la fuerza secreta de Berlín. Como si la caída del Muro hubiera dispersado y multiplicado la ciudad, para Morábito esa vocación policéntrica también se explica porque el río Spree no marca una frontera -¿es un canal o un río?, se pregunta-, sino que parece haber nacido con la ciudad misma. La perspectiva desde el S-Bahn, el tren elevado que recorre la zona céntrica, traza un posible hilo conductor para esta ciudad que incita a perderse. El mapa se cohesiona en la vista fugaz de escenas en balcones y ventanas que entregan un paisaje íntimo de Berlín. Morábito aborda con ironía la idiosincrasia berlinesa: no importa cuán temprano vaya a comprar el pan, siempre en la panadería hay alguien antes que él leyendo el periódico, “como un cuadro de Hopper, detenido en la eternidad”; y con asombro reflexiona sobre los Kleingärten, las pequeñas parcelas urbanas con casitas de dimensiones liliputienses que los vecinos usan como residencia de descanso a pocos metros del hogar, y que sugieren que para los berlineses las vacaciones son sólo una cuestión de actitud mental.

 

Fabio Morábito, También Berlín se olvida (2004)

Diario pinchado (2020), de la argentina Mercedes Halfon, es el registro de una narradora que se traslada a Berlín para reencontrarse con su pareja, quien hace unos meses realiza una residencia artística. Llena de detalles luminosos sobre una ciudad que se descubre por primera vez mientras la relación amorosa se va apagando -o desinflando, como sucede con el colchón donde duermen, que todos los días los obliga a despertar en el suelo-, las anotaciones describen caminatas por Mitte, idas al supermercado con epifanías cotidianas -como la góndola de los quesos- y la sensación, en general, de desorientación como síntoma de una crisis personal que va haciendo suya la sentencia de Benjamin, según la cual perderse en la ciudad, como quien se pierde en un bosque, requiere aprendizaje.

Al igual que Morábito, gracias a una beca del Programa de Artistas, el costarricense Luis Chaves fijó su residencia en Berlín por un año. Vamos a tocar el agua (2017) es el resultado de esa experiencia. Junto a su mujer y sus dos hijas pequeñas, se instalan en Friedenau, en la zona suroeste de Berlín, muy cerca de donde vivieron Iggy Pop y David Bowie. Organizado en torno a las estaciones del año, el relato de Chaves se detiene en momentos mínimos del día a día vistos con la sorpresa del extranjero: la odisea doméstica de tratar de matricular a su hija en el kínder, la fijación de los berlineses por aceptar sólo dinero en efectivo, las conversaciones a señas con la cajera del supermercado o la imposibilidad genética de los alemanes para hacer excepciones son episodios que componen el retrato de su temporada en Berlín. En estas narrativas sobre momentos que empiezan y terminan -o sobre el arte de hacer y deshacer la maleta-, los viajes y las becas dibujan, así, un nuevo mapa literario en el extranjero.

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