ANIMALES URBANOS Y EL PAISAJE DEL MIEDO

Históricamente las ciudades han sido construidas por y para las sociedades humanas. Sin embargo, hemos comenzado a entender que también deberían ser pensadas para albergar otras formas de vida. Pensar y contribuir a generar ciudades más amigables con los animales, puede también contribuir al bienestar de nosotros mismos.

Foto de Fernando Claro

La mayoría de los animales, desde insectos hasta humanos, prefieren habitar en entornos estables y seguros. No obstante, nuestras ciudades presentan situaciones inesperadas que generan incertidumbre y obligan a decidir entre enfrentar dicha situación o huir de ella. Los ambientes urbanizados son particularmente dinámicos; las decisiones políticas y socioeconómicas pueden generar escenarios de incertidumbre en sus habitantes. Las demoliciones constantes, los nuevos desarrollos inmobiliarios, la selección de especies vegetales para parques y jardines, así como sus tasas de recambio y las podas del arbolado urbano, representan cambios abruptos en la disponibilidad de refugio y alimento para muchos animales no humanos que se aventuran a vivir en la gran ciudad.

La incertidumbre causada por la dificultad de acceder a recursos básicos, como el alimento, puede afectar la salud de los habitantes no humanos de las ciudades. Por ejemplo, un estudio reciente indica que los individuos de la especie de ave Zonotrichia capensis -conocidos como chincoles, copetes o chingolos- que viven en parques urbanos de Santiago, muestran niveles más altos de estrés oxidativo que aquellos que habitan en áreas verdes naturales cercanas. Estas diferencias fisiológicas pueden atribuirse al estrés que experimentan estas aves debido a la incertidumbre de encontrar suficiente comida en la ciudad. En los parques urbanos, predominan las plantas exóticas, las cuales tienden a tener una baja cantidad de insectos, un alimento altamente nutritivo que es particularmente necesario durante la época de cría de estas aves.

Lidiar con la alta densidad humana que caracteriza a las zonas urbanas es probablemente uno de los principales desafíos que enfrentan los animales en la ciudad. Esto se debe a que la mayoría de los animales manifiestan miedo hacia los humanos, lo que puede condicionar los lugares y horarios en los que desarrollan sus actividades. De hecho, varios estudios han mostrado que, en las ciudades más densamente pobladas, los animales tienden a incrementar su actividad nocturna para reducir la probabilidad de interacción con humanos. Por ejemplo, jabalíes (Sus scrofa) en los alrededores de Berlín y Barcelona, así como osos negros (Ursus americanus) en los suburbios de algunas ciudades de Norteamérica, aumentan sus patrones de actividad cuando la presencia humana es baja, lo que suele ocurrir durante la noche. El miedo hacia los humanos también puede afectar el bienestar de los animales que viven en zoológicos. Un estudio experimental demostró que aumentar la distancia de observación de los visitantes reduce la vigilancia y los comportamientos de huida en pingüinos enanos (Eudyptula minor), lo que aumenta considerablemente el tiempo que dedican a nadar, una actividad probablemente obstaculizada por el miedo hacia los visitantes. Estos son algunos de los múltiples estudios que sugieren que, independientemente de las intenciones humanas, la mayoría de los animales perciben y responden a los humanos como amenazas. Dado que la presencia de humanos es ubicua, el miedo hacia los humanos puede considerarse un factor clave que influye en la capacidad de habitar una ciudad por parte de los animales no humanos.

Medir el miedo de los animales es todo un desafío, pero un enfoque ampliamente utilizado es estimar la distancia a la cual huyen cuando se acercan los humanos (distancia de huida). Esta medida es comúnmente utilizada para evaluar el comportamiento de asumir riesgos, ofreciendo nociones sobre cómo perciben los animales a los humanos. A pesar de la considerable variación, se ha observado consistencia en esta métrica tanto a nivel de especie como a nivel individual, permitiendo determinar la posición de los animales en un eje continuo de variación del comportamiento, desde aquellos animales considerados “osados” hasta los más “tímidos”. La posición de los animales en este continuo tiene importantes implicancias para la conservación. Por ejemplo, las especies clasificadas como “amenazadas” según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) tienen consistentemente una distancia de huida más larga (es decir, son especies más tímidas) en comparación con sus parientes cercanos no amenazados. En este sentido, es común observar que los individuos que habitan ciudades tienden a ser más osados (con una distancia de huida corta) respecto a los individuos no urbanos. Este patrón es bastante consistente en diferentes especies de mamíferos y aves, presentes en diversas partes del planeta. Las zonas con una alta actividad humana, como las ciudades, estarían actuando entonces como verdaderos filtros, descartando aquellas especies e individuos más tímidos.

A pesar de la consistencia existente en el comportamiento del miedo, se sabe desde hace algún tiempo que algunos animales son capaces de modificar este comportamiento según su percepción de riesgo. Por ejemplo, especies caracterizadas por una alta flexibilidad del comportamiento -aquellas con tamaños cerebrales grandes- a pesar de ser catalogadas usualmente como especies tímidas, a través de la experiencia y el aprendizaje, son capaces de modificar sus umbrales de miedo y aprender que ciertas situaciones que en un principio parecían peligrosas, en realidad no lo son. Es el caso de los tiuques (Milvago chimango), ave rapaz que tiende a aumentar su tolerancia a las personas en ciudades de Argentina y Chile.

Otra forma de enfrentar el paisaje del miedo en las ciudades es a través del uso de estrategias sociales. Un estudio en varias especies de aves que residen en la ciudad de Bogotá, Colombia, nos muestra que aquellos individuos que forrajean en grupos grandes muestran un comportamiento de mayor riesgo (permiten mayor acercamiento de una persona, distancia de huida corta) en comparación a individuos que forman grupos de forrajeo más pequeños. Esto se explicaría a través del llamado “efecto de dilución”, en donde la probabilidad de daño o riesgo de ser depredado disminuye a medida que aumenta el tamaño del grupo.

La ciudad puede ser un lugar desafiante para vivir, generando muchos perdedores y unos pocos ganadores. Los ganadores tienden a ser los animales osados, pero también aquellos que incrementan sus habilidades de sociabilidad o aquellos que modifican los umbrales de miedo a través del aprendizaje. Sin embargo, muchos de estos ganadores deben cargar también con el deterioro de su salud. Históricamente las ciudades han sido construidas por y para las sociedades humanas. A pesar de eso, recientemente hemos comenzado a entender que también deberían ser pensadas para albergar a otras formas de vida. Esto no sólo es importante desde el punto de vista ético, sino también para asegurar el bienestar de las personas a través de las contribuciones de la naturaleza. La movilización de nutrientes, servicios de polinización, o la inspiración y bienestar mental que puede generar el trinar de las aves son algunas de las contribuciones que nos entrega la naturaleza en ambientes urbanos. Pensar y contribuir a generar ciudades más amigables con otras formas de vida, puede también contribuir al bienestar de nosotros mismos. Por ejemplo, los perros y gatos de libre deambular, actúan como potenciales depredadores de aves, insectos y pequeños mamíferos en entornos urbanos, por tanto, su control a través de la tenencia responsable podría también favorecer la llegada de otros citadinos, contribuyendo a generar ciudades más biodiversas y de paso más seguras para los humanos.

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