LA URGENCIA DE UN NUEVO CONTRATO SOCIAL:
ANIMALES, NATURALEZA Y NUTRICIÓN
La francesa Corine Pelluchon, cuyo trabajo está dentro de la Filosofía Medioambiental, lleva las consideraciones morales más allá del enfoque antropocéntrico: reflexiona a partir de los alcances políticos y filosóficos de comer, instinto que involucra la cohabitación no sólo con otros seres humanos, sino con todos los seres vivos que envuelve el fenómeno de la existencia.
Imagine que es el último ser humano viviente en la Tierra. Flora y fauna aún subsisten pero, además de usted, ninguna otra persona existe. Supongamos que, además, tiene la capacidad de acabar con todo y detonar una bomba que acabaría con el planeta entero ¿Qué decide? ¿Sería moralmente correcto “acabar con todo”?
Esa situación corresponde al ejercicio moral ideado por Richard Sylvan -filósofo neozelandés- en la década de los ‘80 titulado “El argumento del último hombre”, creado para evaluar los alcances de nuestras concepciones éticas respecto al medio ambiente y los seres vivos no humanos. Una respuesta afirmativa indicaría las limitaciones de nuestras consideraciones morales, pues revelaría el sesgo antropocéntrico que implican los horizontes de aquello que consideramos digno de un trato moral. En cambio, un rechazo de la bomba destructora incluida en el ejercicio evidenciaría una valoración moral más amplia respecto del valor otorgado al resto de lo vivo.
¿Tienen la naturaleza y los animales un valor intrínseco? ¿o tan sólo son valiosos por el uso/beneficio que traen a los seres humanos? A juzgar por el estado actual de los ecosistemas y biodiversidad en nuestro planeta, podríamos pensar que la cultura occidental se ha inclinado por la segunda alternativa; es decir, valorar todo aquello no humano sólo en función del uso que podemos darle. Distinta es la postura de la Filosofía Medioambiental. Surgida en la década de los ‘60, ésta aboga, predominantemente, por la extensión de nuestras consideraciones morales más allá del enfoque antropocéntrico imperante en la tradición ética occidental.
Dentro de las múltiples miradas que han surgido de esta nueva rama del pensamiento, destaca el trabajo de la filósofa francesa Corine Pelluchon, cuya tesis, siguiendo la postura ya mencionada, extiende la reflexión hacia las implicancias políticas y culturales que conlleva una nueva consciencia moral no antropocéntrica. La autora, en su libro de 2015 “Les Nourritures: Philosophie du corps politique”, reflexiona a partir de los alcances políticos y filosóficos de comer. Nutrirse y alimentarse son acciones que, para el ser humano, van más allá del mero instinto de sostenerse biológicamente; comer es también disfrute, regocijo y convivialidad con otros, experiencias que involucran indefectiblemente al ámbito político que contiene la cohabitación, no sólo con otros seres humanos, sino también con todos los seres vivos que envuelve el fenómeno de la existencia.
Las decisiones que tomamos al momento de nutrirnos reflejan también nuestras decisiones y nuestras condiciones políticas. El momento en que decidimos -por ejemplo- alimentarnos de un producto cuya modalidad de producción proviene de la explotación, el sufrimiento y el abuso de otro ser vivo; o el momento en que lanzo una colilla de cigarrillo a la calle, entonces estamos en un ámbito de elecciones tanto políticas como éticas, cuyos efectos involucran e incluyen a los otros con los que cohabito.
Esta compenetración de ámbitos y elecciones involucradas en nuestra vida política, conducen a la autora a plantear la urgencia de un nuevo contrato social; uno que, si bien sostenido en los principios de los filósofos contractualistas -Hobbes, Locke y Rousseau-, reconozca las necesidades y realidades de una sociedad posmoderna, cuyas fronteras de consideración moral han cambiando sustancialmente durante el último siglo.
En definitiva, lo que Corine Pelluchon nos plantea es un nuevo contrato social, cuya novedad no se limita a la inclusión de nuestros cohabitantes animales y vegetales, sino que también se funda en un nuevo pactante. Éste posee características que no sólo se establecen a partir de sus ventajas racionales de agencia moral y política, por su necesidad de evitar el conflicto o de solventar el derecho a su propiedad, sino también en un sujeto cuyas necesidades materiales son consideradas. En efecto, el punto de partida de nuestra existencia es nuestra sensibilidad material y emocional, no necesariamente nuestra racionalidad y consciencia.
Ante esto, habitamos una realidad que no sólo se estructura sobre la base de nuestras abstracciones racionales, sino que comparte sus entornos con existencias diversas, cuya nutrición constituye la interacción que establece con esas otras existencias (personas, animales, entornos, aire, luz, comida, trabajo, etc.). Es entonces el acceso a los nutrientes lo que debe tomarse en cuenta al momento de reescribir el contrato social, reconfigurando los principios del derecho político, las innovaciones institucionales, las dinámicas de poder, las políticas culturales y la formación de sus ciudadanos y representantes. Es la relación que establecemos con nuestros nutrientes lo que conforma el valor y la riqueza misma de nuestra existencia, indicándonos la necesidad y la radicalidad de los cambios que acucian al antropoceno.
Un dato adicional: recientemente fueron publicadas las primeras traducciones al español de tres interesantes títulos de la autora: “Manifiesto animalista: politizar la causa animal” (Reservoir), “Reparemos el mundo” (NED) y “Ecología como nueva ilustración” (Herder).