ALEJANDRO ECHEVERRI: LA COLABORACIÓN HACE EL MILAGRO

El arquitecto, urbanista y académico colombiano lideró el llamado Milagro de Medellín. Echeverri es cofundador y director de URBAM, Centro de Estudios Urbanos y Ambientales de la Universidad EAFIT. Su trabajo ha obtenido el Premio Obayashi 2016 en Japón, un galardón en Diseño Urbano de Harvard GSD en 2013 y el Premio de Diseño Curry Stone en 2009 en Estados Unidos. Entre 2004 y 2008 fue director de EDU Empresa de Desarrollo Urbano de la ciudad colombiana. Entonces estuvo a cargo de estrategias de urbanismo social, que, en un trabajo conjunto con las autoridades locales de la época, mejoraron la calidad de vida en los barrios y transformaron a Medellín en referente. La colaboración, el foco local y un lenguaje de las oportunidades, fueron los ingredientes para una exitosa receta, aunque, advierte, los cambios requieren continuidad y autonomía.

TEC Monterrey

¿Por dónde se parte una transformación así en una ciudad con problemas severos de segregación, ilegalidad e inseguridad?

“No hay una fórmula escrita, pero sí hay factores y dimensiones que son prioritarias. Dependiendo del momento histórico, tienes condiciones y fuerzas distintas. Nosotros en Colombia y en Medellín específicamente, no podemos decir que el tema de la inseguridad, de la ilegalidad o de la violencia generada por el narcotráfico, hubiera desaparecido. No ha desaparecido, sin embargo, hoy podemos vivir en ella, la ciudad puede progresar, y hay un clima que hace factible que múltiples iniciativas, colaboraciones y políticas positivas, sucedan. Esto no era posible en los años 80 y 90. Había una desesperanza absoluta en la ciudad. No soy experto en esto, pero lo paradójico es que me parece que el narcotráfico, globalmente hablando, hoy es mucho más grande que cuando existía el cártel de Pablo Escobar y toda esa locura que se vivió en Medellín en los 80 y 90”.

¿Qué hizo que tomaran las riendas del problema y no quedara todo en discursos?

“Cuando tú evalúas el tema del narcotráfico y la violencia, y ves a México y Centroamérica, o lo que está pasando en Ecuador, en Colombia pues no hay una situación mejor en relación con esa multinacional de la ilegalidad. Pero lo que sucedió en Medellín fue una conjunción de factores en medio de la crisis. La crisis permitió que en Colombia aparecieran nuevos liderazgos políticos. Se vivió un momento completamente distinto al de hoy. No había esta polarización absoluta, que también ustedes están viviendo en Chile. En los años 90 y 2000 llegan gobiernos cívicos como el exalcalde Sergio Fajardo y después Alonso Salazar. Ellos tenían otra disposición y eso permitió generar algunos acuerdos ciudadanos importantes. Participaron políticos nuevos que pertenecían más a un gobierno cívico, el sector privado y la academia. De alguna manera se pudo movilizar la sociedad no de forma ideal, pero sí a partir de ejes de trabajo claros en los que todos contribuían.

Pensaron a mediano y largo plazo, algo que en la política latinoamericana no suele pasar.

“Claro, y para eso había que tener presencia en esos lugares de la ciudad con una deuda social muy grande, donde la mayor parte de estas manifestaciones críticas desde el punto de vista de la violencia, se daban. Entonces se impulsaron sistemas de transporte nuevos que conectaron algunos de estos barrios con una inversión muy grande en educación, cultura y servicios. Los alcaldes fueron muy importantes en esto, así como el sector privado y la academia. También hubo un momento, hay que decirlo, en el que estaba de presidente Álvaro Uribe, con una política muy enfocada en el tema de seguridad y se hizo una amnistía con los grupos ilegales, y paramilitares. Se desmovilizaron 4.000 milicianos durante esos años. Hubo un timing de varias cosas que sucedieron con liderazgos claros y con una voluntad por recuperar la ciudad.

¿De alguna manera todo se desencadenó gracias a la crisis?

“Sí, creo que si no hubiéramos tenido esa crisis tan profunda, hubiera sido muy difícil llegar a esos acuerdos. Hubo un cambio en la política y en la inversión pública, muy enfocado en estas zonas críticas de la ciudad, donde se juntaban estos temas estructurales, pobreza, violencia e ilegalidad.

Foto por TEC de Monterrey

¿Y qué cambió en las políticas que implementaron? ¿Dónde pusieron las prioridades?

“El transporte fue una herramienta muy importante, pero lo que nosotros estuvimos trabajando fue la estrategia de urbanismo social. Queríamos tratar de llevar una gran inversión coordinada de transformaciones físicas y de infraestructura, pero también de programas de educación y cultura, no a toda la ciudad porque era imposible, sino a algunos de los lugares más paradigmáticos, aquellos que históricamente se habían reconocido como zonas supremamente problemáticas. Fue muy estratégico”.

No siempre se dan las circunstancias para que un acuerdo general permita resolver problemas. ¿Existe algo así como un punto de no retorno en el que las ciudades ya no tienen vuelta?

“Es cierto que es difícil que todas estas circunstancias vuelvan a darse. En ese timing se da algo de fortuna, incluso que estén las personas indicadas para que ese timing llegue a un buen destino. Yo creo que siempre es posible transformar las ciudades. Son mucho más las condiciones positivas que las ciudades tienen, que las negativas, y ahí Chile más que nadie en Latinoamérica. La polarización es una condición supremamente problemática que hace muy difícil que se puedan generar acuerdos. No podemos decir que estamos esperando situaciones ideales, pero sí esas donde un número importante de actores de la sociedad puedan moverse y generar acuerdos para avanzar en los temas estructurales. Pero cuando unos se están destruyendo a los otros, como lo que estamos viviendo en Colombia, se hace difícil. Tiene que haber un espacio político donde personas de la derecha y la izquierda, con ideologías que posiblemente no eran completamente opuestas, pero no eran las mismas, nos juntamos a trabajar”

No podemos decir que estamos esperando situaciones ideales, pero sí esas donde un número importante de actores de la sociedad puedan moverse y generar acuerdos para avanzar en los temas estructurales”

Para bien y para mal, el destino de las ciudades está en manos de los políticos.

“Sí. Un caso muy claro es lo que sucedió con el narcotráfico en Colombia y en Medellín. Gracias a los acuerdos a los que se llegó, es que este problema se desplazó a otros países, lamentablemente para ellos. Sigue existiendo en Colombia, pero no con la misma violencia ni la manifestación que impedía desarrollar políticas públicas beneficiosas para la población. Hay un libro que se llama Los años difíciles, de Jorge Orlando Melo que describe muy bien este difícil período durante los años 90”.

Leí en una entrevista tuya, que decías que Medellín iba por un camino y que este éxito de “El milagro de Medellín” los hizo perder el foco. ¿En que está ahora “el milagro”?

“Las ciudades tienen ciclos positivos, pero duran unos años, nunca son eternos. Creo que eso le ha pasado a Medellín. Les pasa a los países y le pasa a las ciudades. Pasó en Barcelona también. Pero en Latinoamérica, o por lo menos en Colombia, se da todo mucho más extremo. Los años de crisis que vivimos obligaron a la sociedad a mirar los problemas estructurales de frente y llegar a ciertos acuerdos para trabajar con mayor empatía, de forma más generosa. Pero cuando la ciudad va teniendo éxito, pues vuelven a aparecen las formas habituales de la política, en donde ya empieza a perder la visión de las prioridades y aparecen nuevamente los intereses políticos. Lo que sucedió en Medellín fue que tuvimos tres o cuatro alcaldías con una continuidad posible, no perfecta pero posible. Muy enfocados en los temas estructurales como la educación, la cultura, la inclusión, la segregación. Tal vez la clave fue, como te decía antes, que participaron muchos agentes distintos: el sector privado, las universidades, el sector público y la sociedad civil”.

Algo así como una terapia familiar, pero de toda la sociedad.

“Claro, porque hubo que implementar múltiples programas y proyectos distintos, que tienen diferentes ecuaciones colaborativas, pero en donde se junta el hecho de hacerlo posible. Sin embargo, en las últimas dos alcaldías de la ciudad, se ha perdido el horizonte. La última fue un desastre con una agenda destructiva para la ciudad. Con una polarización que no se había visto en Medellín por muchos años y con una presencia muy fuerte de la corrupción. Entiendo que eso les ha pasado en Chile estos últimos años. Cuando tú piensas que el éxito es lo más importante, entonces empiezas a aplicar cierto tipo de programas y políticas que lo que buscan es realmente tener una visibilidad internacional y muchas veces se pierde el foco sobre lo local. Yo creo que uno de los atributos más importantes de esos gobiernos donde se llegó a acuerdos positivos, fue que se enfocaron en lo local, en el territorio, en las comunidades, en los problemas específicos de la ciudad y se trabajó mucho con la gente, con los líderes locales. Los procesos de transformación se hicieron con personas que, muchos de ellos, habían estudiado afuera del país, pero que tenían el corazón y la vida puesta en Medellín. Quiero decir, no eran consultores internacionales ni expertos que venían de otras partes, sino gente que conocía muy bien la ciudad”.

Has hablado de preguntas estructurales. ¿Cuáles son esas preguntas que debemos hacernos para producir esta transformación positiva de una ciudad?

“Pienso que el tema de la inequidad y la exclusión son un tema muy importante y complejo en Latinoamérica. Y cuando a eso se le sumas un descontento social y temas de violencia, la situación es más difícil de abordar. Ustedes lo vivieron en Chile, pero creo que, en su país, las condiciones para producir esa transformación positiva son mucho mayores. En Colombia y Medellín, los niveles de pobreza porcentualmente son mucho más altos. Pero lo que hemos aprendido es que en esos territorios hay unos atributos y una capacidad increíble de iniciativas, de emprendimientos, de poder generar procesos alianzas, de construir oportunidades en los barrios populares, en los barrios más críticos de la ciudad”.

¿Con qué se han encontrado en esos lugares?

“Lo que nos hemos encontrado en Medellín es increíble, extraordinario. En los barrios incluso críticos, los malos son muy poquitos. Entonces tú no puedes estigmatizar sectores de la ciudad inmensos, porque hay un grupo de 15 o 20 o 30 delincuentes que están allí apoderados de un territorio, pero el 99.9% de la gente es buena. Sólo con represión no cambia el espíritu ni la psicología de una ciudad. Tú debes tener seguridad, por cierto, pero ese no es el lenguaje que va a cambiar la narrativa de la ciudad”.

¿Y cuál es ese lenguaje?

“Es el lenguaje de las oportunidades. Quiero decir, vamos a mejorar la educación, el transporte, las oportunidades, los eventos, los parques. Hay que trabajar sobre las posibilidades y hay que hacer lo que en Medellín fue muy importante que es que se visibilizaron y se elevaron los liderazgos positivos de los territorios. Lo que hay que hacer es buscar políticas públicas en alianza con liderazgos positivos. Yo me acuerdo que en los años 90 se hizo, en Medellín hubo un programa muy importante que se llamó Arriba mi barrio, en medio de los años más violentos de la ciudad, y era un programa de televisión semanal. Muchos de los periodistas de este programa llegaron posteriormente a ser alcaldes como Alonso Salazar. Él fue una de las personas claves, pues en ese programa lo que se hacía era mapear la ciudad y buscar las historias positivas y hacerlas visibles. Se hacía de forma obsesiva para cambiar la conversación y el estado de ánimo. El lenguaje es muy importante en todo esto”.

A propósito del lenguaje, una de las causas que se atribuyen a este cambio negativo de las ciudades, tiene que ver con la con la inmigración, sin embargo, se la menciona en general, no se hace mucha distinción entre la migración ilegal, descontrolada, indocumentada, y la que está en regla y contribuye a generar cambios positivos.

“La historia de nuestras ciudades tiene mucho que ver con el desplazamiento. Sin embargo, en esos años, no tuvimos tanto ese problema. Teníamos la migración interna del desplazamiento de las zonas rurales por la violencia que es distinta, pero también es parte de esos problemas estructurales. Yo no tengo una respuesta para eso. También lo están viviendo en los países europeos y es uno de los temas que hoy más preocupa. Es una realidad que hay que mirarla hacia el futuro. Hay que pensar que no es factible volver a la situación de Santiago hace 15 o 20 años. No es fácil, pero hay que mirar hacia adelante y ver cómo se puede construir un proceso distinto. Las crisis nos ponen al frente a los ojos los problemas que han estado ahí generalmente y que no los hemos visto porque estábamos mirando otros intereses. El COVID creo que fue una situación que hizo muy evidente algunos problemas estructurales de Medellín, por ejemplo, especialmente de inequidad y problemas sociales”.

¿Qué impresión tienes de Santiago o de otras ciudades?

“De las ciudades que conozco, especialmente Valparaíso y Antofagasta en donde trabajé hace muchos años como consultor, creo que se hace muy visible esa fractura tan profunda que existe de realidades muy distintas en las que vivimos. En Chile se da de forma muy fuerte. Hay condiciones de primer mundo extraordinarias, pero todavía tiene sectores con carencias estructurales muy profundas que lo distancian mucho de ese primer mundo. Hay una distancia inmensa entre esas dos realidades, y cuando el narcotráfico, qué fue lo que nos pasó a nosotros, llega a ese contexto, se aprovecha de forma muy rápida de ese desequilibrio. Pero ustedes en Chile tienen indicadores y factores de violencia, de ilegalidad y criminalidad infinitamente más bajitos que los nuestros. Pero claro, como nunca habían tenido, pues aparece un tema psicológico de pesimismo estructural. Si tú lo pones en números no debería ser tanto. Quiero decir, me parece que hay mucho más pesimismo que lo que los números indican”.

 

«Sólo con represión no cambia el espíritu ni la psicología de una ciudad. Tienes que tener seguridad, por cierto, pero ese no es el lenguaje que va a cambiar la narrativa de la ciudad”

Es posible conciliar un trabajo que se hace cargo de los temas de primer mundo, como la sustentabilidad, y al tiempo hacerse cargo de problemas tan básicos como la informalidad, ilegalidad, inseguridad.

“Sin duda que sí. Pero hay que poner en su real dimensión a cada uno de estos temas. Hay una infinita oportunidad de generar procesos que sean sostenibles en el tiempo, y no políticas en las que un gobierno llega con una iniciativa de forma muy vertical y muy autónoma. Lo que uno ve en Medellín, por ejemplo, es que esos programas que desataron una agenda más robusta de colaboración, organizaciones, alianzas, comunidades y empresas tuvieron mucho más impacto y crecieron orgánicamente en el tiempo. Hay que desarrollar una ecología de iniciativas en donde el gobierno es un jugador importante, pero no es el único ni el principal, porque la tragedia que tenemos es la falta de continuidad de estos. Los gobiernos tienen que desatar una agenda que no dependan única y exclusivamente de la administración de turno. Tienen que generar procesos a largo plazo y en eso las propias comunidades son fundamentales”.

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